Críticas

Piratas del Caribe: En el fin del mundo, de Gore Verbinski

Corsarios anabólicos

Más no necesariamente quiere decir mejor. Y eso es lo que ocurre con esta tercera y última parte de la trilogía sobre el genial pirata creado por Johnny Depp. La lógica está clara: es preferible agotar, terminar agobiando al espectador con 170 minutos, que dejarlo insatisfecho.
Estreno 24/05/2007
Publicada el 30/11/-0001

Piratas del Caribe: En el fin del mundo (Pirates of the Caribbean: At World’s End, Estados Unidos/2007). Dirección: Gore Verbinski. Con Johnny Depp, Geoffrey Rush, Orlando Bloom, Keira Knightley, Jack Davenport, Jonathan Pryce, Chow Yun-fat, Bill Nighy. Guión: Ted Elliot y Terry Rossio. Fotografía: Dariusz Wolski. Música: Hans Zimmer. Edición: Stephen E. Rivkin y Craig Wood. Diseño de producción: Rick Heinrichs. Distribuidora: Buena Vista International. Duración: 168 minutos. Para mayores de 13 años.

Y llegó el final de la saga responsable de poner nuevamente de moda los juegos de piratas, gran ironía de una época donde la sola mención de la piratería suele poner los pelos de punta a todo aquel individuo ligado a la producción cinematográfica. En el fin del mundo retoma la historia de El cofre de la muerte en el punto preciso en el que ésta había abandonado a sus criaturas, sin recapitulaciones ni aclaraciones de ninguna clase, requiriendo del espectador un conocimiento previo mínimo de la trama, los personajes y sus motivaciones. No casualmente se trata de la más endogámica de las entregas. Mientras que las anteriores se sostenían en gran medida sobre el imaginario de tanto swashbuckler clásico y sus principales cultores (Fairbanks, Flynn, et al) –aunque, eso sí, mezclando en la fórmula un importante compuesto fantástico y recargando la pantalla de adrenalina digital-, esta tercera aventura por los mares sólo parece remitir a las Piratas del Caribe previas, sin pausas ni tiempo que perder en el establecimiento de relaciones externas.

Vuelve el pirata metrosexual Jack Sparrow (gran creación de Johhny Depp), en ocasiones multiplicado a la enésima potencia, a quien la pareja de enamorados -y corsarios a la fuerza- integrada por Will y Elizabeth (Orlando Bloom y Keira Knightley) rescatan de una suerte de limbo marítimo no apto para egocéntricos. Vuelve también el resto de los personajes de las entregas anteriores, incluidas las mascotas y los comic relief. Y vuelven finalmente a entrecruzarse las múltiples líneas abiertas en los otros capítulos hasta el demorado desenlace final. Se propone algún que otro aditamento de refuerzo, en particular el bucanero interpretado por Chow Yun-fat y la aparición de una diosa de las aguas disfrazada de ser humano, pero la sensación generalizada es de agotamiento y fatiga, de acumulación de capas y capas de elementos, escenas y, valga el chascarrillo verbal, golpes de timón narrativos que no terminan de cuajar en relato, mucho menos en leyenda.

En El cofre de la muerte la tendencia a la sobreactuación física, en la forma de una serie de secuencias de acción similares a un paseo por un parque de diversiones, amenazaba con opacar cualquier interés por la historia; si no lo lograba del todo era merced a la simpatía con la cual estas situaciones estaban diseñadas, siempre con la lengua pegada al cachete, como diría algún pirata bien british. En esta nueva incursión el humor es más bien esporádico, breve y estentóreo, y es reemplazado por una gravedad difícil de digerir y un sentido melodramático que, por momentos, intenta disfrazar de fatalidad la más ramplona de las cursilerías. Es cierto que alguna que otra idea visual puede encender la chispa de la pasión –la muerte del villano en su buque, rodeado de astillas y cuerpos en vuelo, entrega el único momento de poesía genuina del film-, pero es difícil hallar atisbos de verdadera emoción y fibra cinematográfica en una película que saca músculos a base de constantes inyecciones de anabólicos.

No ayuda, ciertamente, el excesivo metraje (desde cualquier punto de vista), de 170 minutos, que confirma una estrategia comercial de los últimos años consistente en relegar proyecciones diarias a cambio de un artificial revestimiento de magnitud e importancia. Todo es grandote, largo y ofrece más y más y más… siguiendo una lógica que se inclina por agotar antes que dejar insatisfecho a uno solo de sus posibles espectadores. Difícil imaginar así el futuro del cine, aunque es muy probable que estemos ante otro modelo de cierto cine del futuro.

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