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Crítica de “Viudas negras: P*tas y chorras”, serie con Malena Pichot y Pilar Gamboa (Flow y Max)
Esta producción original de Flow y TNT creada, coescrita y coprotagonizada por Pichot funciona mucho mejor como exploración y reivindicación de los códigos de la amistad y complicidad femenina que en su vertiente policial.
Viudas negras: P*tas y chorras (Argentina/2025). Showrunner: Malena Pichot. Dirección: Nano Garay Santaló y Constanza Novick. Elenco: Malena Pichot, Pilar Gamboa, María Fernanda Callejón, Monna Antonópulos, Marina Bellati, Minerva Casero, Agustina Tremari, Paula Grinszpan, Alan Sabbagh, Julián Lucero, Georgina Barbarossa, Pachu Peña, Emilia Mazer, Benjamín Rojas, Julián Kartun y Esteban Prol. Guion: Malena Pichot, Ariana Saiegh y Julián Lucero. Fotografía: Diego Poleri. Duración: 8 capítulos de media hora cada uno. Todos los episodios ya disponibles en Flow. En Max se suma de a uno por semana.
Luego de varios intentos con mayor o menor eficacia artística y comercial, finalmente Flow (el servicio de streaming del grupo Telecom) consiguió su primer gran éxito en el campo de la ficción. Es cierto que lo obtuvo en asociación con otros sellos como TNT, del conglomerado Warner Bros. Discovery, o la productora local Pampa Films de la familia Bossi, pero las métricas tras sus primeros 10 días superan con holgura las medias habituales de Flow y la serie que tiene a Malena Pichot como creadora se fue convirtiendo también en una de las más comentadas (y en muchos casos celebradas) por referentes en redes sociales.
Entre la comedia de enredos, el humor negro, el género policial y la buddy movie (o, mejor, la buddy serie) con impronta femenina (y feminista), esta serie codirigida por Nano Garay Santaló (Finde) y Constanza Novick (El futuro que viene y varios episodios de El fin del amor) narra las desventuras de Marina (Pilar Gamboa) y Micaela (la propia Pichot), dos amigas que -según apreciamos a partir de unos flashbacks- se dedicaban a seducir, sedar y luego robar a distintos hombres. Uno de esos casos terminó muy mal y ambas no solo se separaron sino que dejaron de verse. Mientras Maru se convirtió en una “señora bien” que vive en una casona en un country con su marido, un “nuevo rico” llamado Pablo (Alan Sabbagh), y una hija; Mica tuvo dos hijos varones y abrió un centro de belleza en el barrio de Flores.
El azar, el destino y una serie de eventos desafortunados harán que se reencuentren más por obligación que por elección. Paola (María Fernanda Callejón) sale de la cárcel y, sacando viejos trapos sucios al sol, las extorsiona para que vuelvan a ser las viudas negras del título, pero ante un fracaso inicial terminarán transmitiéndole su know how del “oficio” a dos jóvenes: Rocío (Minerva Casero), una docente víctima de la violencia machista; y Antonella (Agustina Tremari), empleada de Maru en la peluquería y centro de uñas.
Más allá de las tensiones y recelos iniciales entre Mica y Maru, y en medio de las múltiples vueltas de tuerca policiales, la serie se concentra en la relación entre estas dos mujeres muy distintas entre sí, pero que encontrarán entre ellas (y con varios otros personajes femeninos) dinámicas de amistad y solidaridad. Esa reivindicación de la sororidad, de la capacidad de encontrar y sacar fuerzas en las circunstancias más extremas e incluso adversas, es el corazón, el motor y el mejor atributo de la serie.
En el terreno del humor, además de la indudable química que consiguen dos muy buenas comediantes como Gamboa y Pichot, se destacan las tres “conchetas” que comparten con Maru el mismo country y una ONG, una fundación políticamente correcta (en realidad cínica e hipócrita) que se dedica a conseguir ropa para los más necesitados. Mecha (Marina Bellati), Maggie (Monna Antonópulos) y Pía (Paula Grinszpan) se (nos) divierten llevando los estereotipos y clichés de la clase alta grasa y reaccionaria hasta límites tan absurdos como irresistibles.
En general, los personajes femeninos tienen mucho más desarrollo, carisma, empatía y gracia que los masculinos (lo cual tiene cierta lógica dada la tónica del proyecto), aunque el desnivel es más que evidente. De hecho, hasta las apariciones especiales de mujeres (Emilia Mazer, por ejemplo) son mucho más interesantes que los aportes de actores invitados como Pachu Peña o Benjamín Rojas.
Más allá de su espíritu lúdico, absurdo y zumbón, Viudas negras fuerza demasiado el verosímil en varios momentos, le dedica excesivos minutos a cuestiones como conseguir clonazepam y otros sedantes, coquetea en ciertos pasajes con un costumbrismo algo ramplón y tiene una resolución de la trama policial no del todo convincente, pero -quedó dicho- la serie se sostiene en la interacción entre la dupla Gamboa-Pichot y el aporte del resto del cast femenino para construir un relato que en buena parte de sus cuatro horas resulta entrañable y divertido a la vez.
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