Críticas
Estreno en cines
Crítica de “El misterio de Soho” (“Last Night in Soho”), de Edgar Wright, con Thomasin McKenzie y Anya Taylor-Joy
La nueva película del director de Muertos de risa / Shaun of the Dead (2004), Arma fatal / Hot Fuzz (2007), Scott Pilgrim vs. los ex de la chica de sus sueños / Scott Pilgrim vs. the World (2010), Bienvenidos al fin del mundo / The World's End (2013) y Baby: El aprendiz del crimen / Baby Driver (2017) está cargado de audacia y mirada política en su incursión en géneros como el giallo y el horror gótico.
El misterio de Soho (Last Night in Soho (Reino Unido/2021). Dirección: Edgar Wright. Elenco: Anya Taylor-Joy, Thomasin Harcourt McKenzie, Matt Smith, Terence Stamp, Diana Rigg, Rita Tushingham, Michael Ajao y Synnøve Karlsen. Guion: Edgar Wright y Krysty Wilson-Cairns. Fotografía: Chung Chung-hoo. Edición: Paul Machliss. Música y sonido: Stephen Price. Distribuidora: UIP (Universal-Focus). Duración: 118 minutos. Apta para mayores de 16 años.
En Thunderball / Operación Trueno, cuarta película de Sean Connery en la piel de James Bond, encontramos uno de los chascarrillos más icónicos del mito machirulo del “Agente al Servicio de su Majestad”. Ahí está 007, tanteando al malvado Emilio Largo. El intercambio dialéctico se produce en el contexto de una competencia de puntería. El héroe, extrañado tras efectuar el primer disparo, comenta: “Esta pistola parece estar hecha para una mujer”, a lo que el otro contesta, “Veo, Sr. Bond, que sabe usted de armas”. Pase de la muerte, Connery simplemente empuja el balón hasta la línea de gol: “No, pero sé un poco sobre mujeres”.
Y por supuesto, la audiencia corresponde con una carcajada. Porque el intercambio está cargado con ingenio… y porque no se tiene en cuenta al objeto del chiste, la mujer, convertida precisamente en esto, en un objeto; en arma arrojadiza empleada por los hombres. Pero no pasa nada. Como suele decirse, “era otra época”. Y sí, aquello eran los años '60. Solo que sí que pasa, porque en la nueva película del siempre estiloso Edgar Wright, nuestros tiempos conviven con esa ya-no-tan-lejana década. Presente y pasado bailan, se podría decir, al ritmo de Petula Clark Barry Ryan. Pero, evidentemente, la lista de reproducción es mucho más larga. Casi inabarcable.
El director y guionista británico, virtuoso de una narración cinematográfica entendida como aparato tan pegadizo como el estribillo de nuestra canción favorita, vuelve a desplegar sus ya conocidas virtudes de maestro del empaque. Las reglas del juego de El misterio de Soho quedan establecidas, como no podía ser de otra manera, con un plano secuencia que quita el hipo. Con una coreografía aparentemente imposible, en la que la cámara traza un travelling circular alrededor de Matt Smith, quien baila, por turnos que se suceden en cuestión de décimas de segundo, con las dos verdaderas protagonistas de esta función: Thomasin McKenzie y Anya Taylor-Joy.
La primera, de mirada y voz cándidas, deja atrás su pueblo natal y se dirige a la gran ciudad, a una Londres donde espera convertirse en una afamada diseñadora de moda. La época en la que transcurre la acción es la nuestra; un presente que, a ojos de la chica, no es tan glamoroso ni encantador como la época que ella tiene idealizada: esos míticos '60. Pero, por suerte, o por desgracia, está a punto de descubrir que en la metrópolis los deseos se cumplen… esto sí, a cambio de un precio a menudo inasumible. Intolerable. Estamos en el escenario donde mueren los sueños y nacen las pesadillas.
Atravesamos el espejo: Thomasin McKenzie adquiere ahora el carisma intimidador y arrollador de Anya Taylor-Joy. Edgar Wright se adentra en el país de las maravillas, y en el de los horrores. Allí donde el relato fantasioso y el cuento de terror son la perfecta pareja de baile. En la primera transformación, o sea, en el primer viaje en el tiempo, la joven modista se topa con un gigantesco cartel de Thunderball, esa película que de momento tiene su guasa… y que en el futuro ya no tanta. En esto consiste, precisamente, el modus operandi de El misterio de Soho, en captar y contagiarse de dos escenarios en el mismo lugar: una mega-urbe en dos puntos temporales distintos, al principio muy alejados; al final, peligrosamente pegados.
La diversión y fascinación de los primeros compases se descubre, al poco rato, como una falsa promesa; como ese viscoso pegamento con el que se atrapa, cual moscas, a las almas más inocentes. Edgar Wright flirtea entonces con mecanismos y golpes de efecto característicos del giallo y el horror gótico. Casas centenarias impregnadas con el olor de los crímenes del pasado, luces de colores que arrojan escalofriantes sombras sobre los rostros filmados, reflejos fantasmagóricos en permanente amenaza de ese jump-scare diseñado para provocar una parada cardíaca.
Aunque el mayor susto se lo reserva una revelación con la que no contábamos antes de entrar en la sala de cine: el autor de la desterniallente “trilogía Cornetto”, así como de otros brillantes vehículos de evasión, carga de contenido político su nueva película, la cual está además tomada desde una perspectiva femenina (otra novedad en su filmografía). El texto, escrito a cuatro manos junto a Krysty Wilson-Cairns, adopta gestos y actitudes de popes modernos del cine de género como Jordan Peele, al servirse de los espíritus invocados para arremeter contra los demonios de nuestra sociedad. Los de antes y los de ahora.
Estamos, pues, muy cerca de la reinterpretación que Leigh Whannell hizo de El hombre invisible. El terror pasa pues por el miedo a ser la única persona capaz de detectar un mal que los otros han decidido invisibilizar. A ser tildada de “loca” por ver “fantasmas” donde no los hay (cuando en realidad, y por desgracia, sí que están allí). A nivel visual, El misterio de Soho se apoya constantemente en juegos de espejos, en imágenes reflejadas por cristales siempre a punto de resquebrajarse. La dupla Wright & Wilson-Cairns nos habla sobre cómo el proyectarse en temas identitarios puede ser visto por los demás como un signo de debilidad.
Como esa brecha por la que alimentar deseos… y convertirlos en retorcidos instrumentos de control y sumisión. Así caen los ángeles; así es cómo -en plena era #MeToo- El misterio de Soho toma la osada decisión de querer indagar en la retórica de “víctimas y verdugos”, porque a lo mejor ahí también hay fisuras. Un gesto de inusitada valentía correspondido, para mayor placer, con una igualmente remarcable demostración de equilibrio. Entre tantas idas y venidas, Edgar Wright conquista el mérito de nunca perder el norte, pues siempre tiene claro cuáles son los auténticos monstruos de esta historia.
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ATENCIÓN LEER ESTE COMENTARIO DESPUÉS DE VER LA PELÍCULA El director y guionista Edgar Wright cuenta una historia de suspenso con toques fantásticos filmada en dos tiempos que interactúan, la Londres actual y la Londres de la década de 1960 Elie, una joven tímida proveniente de interior rural de Inglaterra (la neozelandesa Thomasin McKensie que ya se había lucido en JOJO RABBIT) llega a Londres con ganas de triunfar como diseñadora de moda. Para costear sus estudia alquila una habitación a una anciana (último trabajo de Diana Rigg) y por la noche sueña con la década de 1960 donde aparece una joven que quiere triunfar como cantante llamada Sandie (la ascendente Anya Taylor-Joy de GAMBITO DE DAMA) con quien tiene una fuerte identificación como si fuera una especie de otro yo. Lo cierto que a medida que vuelve a soñar se desarrolla una historia cada vez más oscura donde Sandie vive de mal en peor siendo sometida por un hombre cruel que la explota sexualmente Todo comienza a agravarse cuando aparece un anciano misterioso(el septuagenario Terence Stamp) que parece saber que ese sueño de la década de 1960 fue algo que realmente pasó. La película visualmente es una delicia por la ambientación de los años sesenta y con una música que deleita al espectador, cuenta una historia muy bien armada, tiene un clima de tensión que en la segunda mitad es permanente y a las, dos grandes actrices protagonistas hay que sumar un muy buen trabajo de Terence Stamp y un final de la extraordinaria Diana Rigg a toda orquesta. Si bien no soy consumidor del cine de suspenso en base a apariciones de fantasmas y exceso de efectos especiales me rindo antes las virtudes de esta excelente película (9/10)
Coincido en parte con lo que expuso Patricio pero en mi caso no me pareció brusco el giro hacia la historia de fantasmas ni tampoco me molestó. Me parece que el argumento funciona y el film es un deleite en lo técnico. Lo que lo tira abajo, lo separa de la anterior filmografia del director y lo envejecerá en muy poco tiempo es su servilismo a todo este discurso de género del que parece no poder escapar el actual cine hollywoodense y que en este film parece metido con forceps. A saber: todos los varones son malos con las mujeres y el que no lo es, es porque no es blanco. Este precepto, que impregna todo el film, mas varias caracterizaciones unidimensionales, el misterio con el personaje de Stamp (que el espectador resuelve antes que se revele) y el cuestionable punto de vista moral del final le restan unos cuantos puntos al film.
Sinceramente, me extraña esta crítica: la película viene bien hasta la primera media hora, en la cual rompe totalmente con el tono y el tema que venía sosteniendo, genera una decepción absoluta porque quiebra el desarrollo narrativo de la protagonista y vira bruscamente a una historia con fantasmas, que, es más, ni siquiera asustan ni configuran el espejo de las angustias o terrores de la chica llegada que idealizaba el Swinging London. Y, lo peor aún, como registraron varios críticos en distintos portales, termina haciendo pasar por víctimas a los victimarios (si diera más detalles sería spoiler): una decisión absolutamente contraria ya no a la mirada de género sino a la empatía. Me parece que el sr. Esquirol se embelesa por las cuestiones formales, como si un crítico del último disco del cantante trap de moda alabara los logros técnicos de tal obra, intrínsecos a ese género... pero olvidara decir si las canciones lo emocionaron... o si hay canciones. Acá hay una mescolanza absolutamente decepcionante. La escena inicial era fabulosa (la chica en su cuarto con los posters del Londres de los '60), el trauma venía bien llevado, pero cuando aparece Taylor-Joy todo se va al garete. No se trata de si ella es o no arrolladora, lo cual no se pone en duda, sino de qué película quiso contar el director. Un desastre, realmente. Thomasin puso todo desde su protagónico pero no pudo salvar un guión posmoderno insalvable. Véanla y lo notarán...