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Crítica de “El refugio atómico”, serie de Álex Pina y Esther Martínez Lobato (Netflix)
Tras los éxitos de Vis a vis (2015-2020), La casa de papel (2017-2021), Sky Rojo (2021-2023) y Berlín (2023-2025), Álex Pina y Esther Martínez Lobato apuestan por una mixtura entre el drama familiar, la lucha de clases y elementos distópicos que nunca termina de cuajar.
El refugio atómico (España/2025). Showrunners: Álex Pina y Esther Martínez Lobato. Dirección: David Barrocal, Jesús Colmenar y José Manuel Cravioto. Elenco: Pau Simón, Alícia Falcó, Miren Ibarguren, Joaquín Furriel, Natalia Verbeke, Montse Guallar, Álex Villazán y Agustina Bisio. Guion: David Oliva, Esther Martínez Lobato, Álex Pina, David Berrocal, Lorena G. Maldonado y Humberto Ortega. Música: Frank Montasell y Lucas Peire. Edición: Miguel Burgos, Luismi Glez Bedmar, Raúl Mora y Patricia Rubio. Son 8 episodios de entre 45 y 70 minutos cada uno. Duración total: 438 minutos (7h18m). Disponible en Netflix desde el viernes 19 de septiembre.
Los primeros minutos de la nueva serie de Álex Pina y Esther Martínez Lobato para Netflix es un drama carcelario. Poco después se convertirá en una historia apocalíptica. Luego, en un melodrama familiar. Más tarde, en un ensayo sobre la lucha de clases en la que los multimillonarios irán recibiendo su merecido como castigo por sus miserias y abusos. Posteriormente surgirán las historias de amor y desamor, los odios que dejarán paso a la pasión y las relaciones afectivas marcadas por la hipocresía, el cinismo y los engaños. También habrá manipulaciones a partir del uso de la Inteligencia Artificial, recursos propios del cine dentro del cine (o cine dentro de las series) y así... Pero, por más cambiante y mutante que sea la propuesta de El refugio atómico, la sensación casi permanente (la certeza, bah) es que cada una de las subtramas no hacen más que volver a fórmulas ya demasiado remanidas, apelar a clichés y lugares comunes sin el menor atisbo de delicadeza.
El antihéroe de El refugio atómico es Max Varela (el casi debutante Pau Simon), un joven de familia adinerada y promisorio futuro cuya existencia se derrumba por completo cuando su novia Ane fallece tras un accidente automovilístico cuando él manejaba. De allí a prisión, donde a pesar de pagar a diestra y siniestra para sobrevivir, es golpeado y abusado de manera cotidiana. Hasta que tiene una revelación, una epifanía, saca fuerzas de flaquezas, comienza a entrenarse y a enfrentar a sus agresores hasta que finalmente, luego de tres años tras las rejas, es liberado.
Pero pronto lo espera otra cárcel, aunque en este caso es una de lujo y para billonarios: ante la inminencia de una guerra nuclear, tanto su familia como la de Ane se refugian en Kimera Underground Park, una instalación subterránea diseñada a 275 metros de profundidad debajo de una laguna capaz de resistir explosiones atómicas y por la que han pagado 48 millones de euros.
Y, si bien habrá distintos flashbacks para conocer las historias y relaciones de cada uno de los personajes centrales, buena parte de los 8 episodios se concentrarán dentro de ese enclave dotando así al relato de un espíritu claustrofóbico. No es intención de este texto entrar en spoilers, pero está claro que Pina y Martínez Lobato tienen preparado un arsenal de sorpresas impactantes, de giros de guion, de vuelcos efectistas y de cliffhangers para cada final de capítulo como para generar compulsión en ver lo que sigue.
Asia (Alícia Falcó), la hermana de la fallecida Ane; Frida (Natalia Verbeke) y Rafael Varela (Carlos Santos), los padres de Max; Minerva (Miren Ibarguren), líder e ideóloga de un grupo rebelde; Guillermo Falcón (Joaquín Furriel), un multimillonario argentino de 48 años quien después de perder a su hija Ane y de enviudar se terminó casando con su amante Mimi (la también argentina Agustina Bisio) son solo algunos de los personajes que van ganando protagonismo con el correr de los episodios.
En medio de romances (o fantasías de romances), de millonarios cuyo patetismo se amplifica aún más por el encierro, de diálogos entre cursis y telenovelescos (todo tiene aire de culebrón), de constantes golpes de efecto, de musica épica y grandilocuente, de personajes que cargan con traumas, secretos y mentiras (“todas las familias tienen sus cosillas”, se escucha promediando el último episodio, pero esas “cosillas” pueden llegar a ser perversiones atroces) se acumulan los conflictos y se desarrollan las algo más de 7 horas de la muy poco convincente El refugio atómico, una propuesta en la que no se salva ni siquiera Furriel, un actor que viene cultivando una valiosa carrera en cine y teatro, pero que aquí poco puede hacer con otro de los personajes sin matices, encanto ni mucho menos sutilezas.
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