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Crítica de “En el barro”, serie de Sebastián Ortega dirigida por Alejandro Ciancio (Netflix)

-El spin-off femenino de El marginal mantiene la potencia de aquella exitosa serie emitida entre 2016 y 2022.
-Publicamos dos reseñas: sin y con spoilers.

Estreno 14/08/2025
Publicada el 12/08/2025

En el barro (Argentina/2025). Showrunner: Sebastián Ortega. Dirección: Alejandro Ciancio. Elenco: Ana Garibaldi, Valentina Zenere, Rita Cortese, Lorena Vega, Cecilia Rossetto, Gerardo Romano, Marcelo Subiotto, María Becerra, Juan Minujín, Maite Lanata, Michel Noher, Andrea Bonelli, Juan Gil Navarro, Justina Bustos, Juana Molina, Carolina Ramírez, Ana Rujas, Camila Peralta, Erika de Sautu Riestra, Martin Rodríguez, Silvina Sabater, Carla Pandolfi, Payuca, Alejandra “Locomotora” Oliveras y Tatu Glikman. Guion: Silvina Frejdkes, Alejandro Quesada, Omar Quiroga y Sebastián Ortega. Fotografía: Miguel Abal. Dirección de arte: Juliana Freid. Edición: Guille Gatti. Son 8 episodios de entre 44 y 58 minutos cada uno. Duración total: 418 minutos. Disponible en Netflix desde el jueves 14 de agosto.

Reseña general sin spoilers

En el barro sostiene la buena racha de las últimas series argentinas en cuanto a la eficacia de sus propuestas. Se podrán discutir los hallazgos y carencias, las sorpresas y lugares comunes, las contradicciones y desniveles de El Eternauta, Menem, Viudas negras, División Palermo, Atrapados o El fin del amor, pero cada una cumple con creces los objetivos centrales de los géneros que abordan y ratifican el notable nivel técnico y artístico de sus hacedores, tanto delante como detrás de cámara.

En el barro es un sólido spin-off de El marginal que alcanza vuelo propio, pero también remite a aquella serie original con la inclusión de citas y guiños, así como algunos personajes que formaron parte de aquella serie también creada por Sebastián Ortega.

Que el director de los 8 episodios de En el barro haya sido Alejandro Ciancio, quien a su vez había filmado 39 de las 64 entregas de El marginal, es garantía no solo de profesionalismo sino también de mantener la fluidez, la potencia narrativa y el despliegue visual de aquella muy popular serie.

El equipo de guionistas liderado por Silvina Frejdkes, Alejandro Quesada, Omar Quiroga y el showrunner Sebastián Ortega concibió un engranaje impecable que sabe cuándo acelerar, cuándo impactar, cuándo dejar un cliffhanger al cierre de un episodio, cuándo incorporar un golpe de efecto con la muerte de un personaje importante o cuándo sumar otro que el público ya ha conocido en El marginal.

Por supuesto, no puede (ni debe) pedírsele a una serie ambientada en buena parte dentro de una cárcel femenina como La Quebrada que sea sutil, pero los creadores se las ingenian para concebir un relato coral en el que hay por lo menos una veintena de protagonistas o secundarios con no poco despliegue y hasta cierta profundidad dramática que se complementa con algunos flashbacks sobre sus distintas historias y algunas escenas actuales rodadas fuera de la penitenciaría.

En la acumulación tan propia de una serie no solo eficaz sino también por momentos efectista como es En el barro hay un poco (o mucho) de todo: constantes enfrentamientos con saldos sangrientos, proliferación de desnudos, recurrentes abusos por parte de las autoridades y un submundo que -es mejor no anticipar demasiado en este análisis general- incluye desde la prostitución y la filmación de videos porno hasta el tráfico de bebés. Sí, hay golpes bajos, regodeo y explotación, pero -se sabe- esos atributos que pueden herir unas cuantas sensibilidades ya son casi constitutivos del género.

En ese sentido, en la serie de Ortega parecen conviven el sensacionalismo y la manipulación con lo popular (con la cumbia como estandarte), el desparpajo, el humor negro y la capacidad de provocación. Extremos que nos recuerdan desde aquel cine de la apertura democrática (Atrapadas, de Aníbal Di Salvo, con Leonor Benedetto, Betiana Blum, Camila Perissé y Mirta Busnelli; o Correccional de mujeres, de Emilio Vieyra, con Edda Bustamante, Érika Wallner, Thelma Stefani y Mónica Villa) hasta la empatía y la diversidad del retrato coral de ​Orange is the New Black, una de las primeras series que consolidaron la popularidad de Netflix como plataforma de streaming global. 

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Valentina Zenere y Ana Garibaldi, dos de las protagonistas.

Crítica con spoilers (recomendamos leerla luego de ver la serie)


Todo comienza con un golpe comando a un camión que transporta a unas presas rumbo a La Quebrada. El vehículo cae a un río y los secuaces de Amparo “La Gallega” Vilches (la española Ana Rujas) logran liberarla. Entre las cinco que también sobreviven, pero son recapturadas de inmediato y enviadas a esa cárcel, aparecen Gladys Guerra (Ana Garibaldi), Marina Delorsi (Valentina Zenere, vista en Élite), Yael Rubial (la colombiana Carolina Ramírez), Soledad Rodríguez (Camila Peralta) y la cirujana plástica Olga Giuliani (Erika de Sautu Riestra): “Las embarradas”.

Y ellas serán personajes centrales dentro de un dispositivo dramático que tiene a una “pesada” como María Duarte (Cecilia Rossetto) y a Fabi “La Zurda” (la omnipresente Lorena Vega), una suerte de madama que lidera la producción de videos eróticos para Only Fans y el negocio de la prostitución, luchando por el control del penal, siempre con la connivencia de la directora del establecimiento, Cecilia Moranzón (Rita Cortese), quien manipula, concede o reprime según le conviene, para mantener un orden precario y que la tensión siempre latente no estalle. Pero precisamente la llegada de Gladys, a.k.a. “La Borges” (sí, quien fuera la esposa del Borges de Claudio Rissi en El marginal) y luego de “La Gallega” complicarán y acentuarán las disputas internas.

La serie aborda la violencia de género y las diferencias de clase sobre todo con el derrotero del personaje protagónico de Marina Delorsi, una ex modelo acusada de asesinar a su novio perteneciente a una familia poderosa (el juicio por su caso ocupará un lugar central en el cierre de esta primera temporada e incluirá las reapariciones de Maite Lanata como la abogada “Luna” Lunati y del Miguel Palacios de Juan Minujín).

Y, hablando de regresos, Miguel Romano retoma el papel de Sergio Antín para un enfrentamiento despiadado con Moranzón por ganarse el favor del gobernador Faccia (Juan Gil Navarro) y convertirse en el próximo Ministro o Ministra de Seguridad cuando éste sea reelecto.

Aunque buena parte de los ocho capítulos se concentra en las desventuras de las “reas” (allí están también desde la debutante María Becerra hasta Juana Molina, pasando por “La China” de Tatu Glikman y la recientemente fallecida exboxeadora Alejandra “Locomotora” Oliveras), las subtramas del poder abordan cuestiones como, por ejemplo, el tráfico de bebés a partir de la sociedad entre Moranzón y el doctor Soriano (Marcelo Subiotto), un personaje siniestro con algo de Josef Mengele.

La zona más cuestionable de la serie tiene que ver con la fijación que el gobernador Faccia y sobre todo su muy religiosa esposa Eugenia (Justina Bustos) tienen por Brisa, la hija de la colombiana Yael Rubial, quien se debate entre defender la custodia de la pequeña o ceder ante las presiones para que la guarda quede en poder de ese poderoso matrimonio. Una subtrama que resulta bastante ridícula e inverosímil.

Entre guardias varones y reclusas hay desde historias de amor hasta violaciones, también se incluye un casamiento entre dos internas, una travesti como Coca  (valioso aporte de Payuca) que busca incentivar y empoderar a las chicas, y todos los duelos, traiciones, delaciones, castigos y venganzas que puedan imaginarse.

En el barro es una serie que pendula todo el tiempo entre abrazar los estereotipos del género y desmarcarse para ofrecer un relato con una impronta más contemporánea y reconocible. En muchos pasajes lo logra y eso hace que la experiencia resulte bastante atrapante (por momentos adictiva), más allá de sus ¿inevitables? regodeos en los excesos que invitan, casi que obligan, a taparse la cara más de una vez.

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