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Crítica de “Tarde para morir joven”, de Dominga Sotomayor
La talentosa realizadora chilena de De jueves a domingo (2012) y Mar (2014) ganó el premio a Mejor Dirección en el reciente Festival de Locarno con un notable film ambientado en el verano de 1990, durante los días finales del pinochetismo.
Tarde para morir joven (Chile-Brasil-Argentina-Holanda-Qatar/2018). Guión y dirección: Dominga Sotomayor. Elenco: Demian Hernández, Antar Machado, Magdalena Totoro, Matías Oviedo, Andrés Aliaga, Antonia Zegers, Alejandro Goic, Mercedes Mujica, Eyal Meyer, Gabriel Cañas y Michael Silva. Fotografía: Inti Briones. Dirección de arte: Estefanía Larraín. Edición: Catalina Marín. Sonido: Julia Huberman. Distribuidora: Compañía de Cine. Duración: 110 minutos. Apta para mayores de 13 años con reservas. Salas (9): Sala Leopoldo Lugones del Teatro San Martín (Av. Corrientes 1530), a las 14 y 19; Cine Eco Select de La Plata (Calle 50, La Plata), a las 17. También en Cine Teatro Oberá (Misiones), Cine Hogar Escuela (Salta), Sala Hynes O'Connor (San Miguel de Tucumán), Sala Municipal (San Juan Ciudad), Cine Español (Neuquén), Centro Cultural Cotesma (San Martín de los Andes) y Cine Teatro Pico (General Pico, La Pampa).
Tarde para morir joven deja el hoy para ir hacia el ayer, hacia la obra anterior de la joven cineasta chilena –la película ha sido definida como una secuela espiritual de su ópera prima, De jueves a domingo–, y hacia su propia vida, con ciertos elementos de carácter autobiográfico.
La acción del film transcurre en un espacio concreto y en un tiempo aún más determinado, pero remite a cualquier lugar y a cualquier época. Diciembre de 1989 y principios de 1990, por ejemplo. Aprieta el calor del verano austral. En la periferia rural de Santiago de Chile una comunidad de amigos o familiares parece ajena a los cambios que está experimentando su país… y aun así, todo está cambiando entre sus miembros.
Unos meses antes, el pueblo censado votó en referéndum plebiscitario que Augusto Pinochet debía abandonar el poder. Un año antes, el mundo oía por primera vez los acordes del éxito pop Eternal Flame. Y resulta que una efeméride está directamente ligada a la otra. En este encuentro de mareas teóricamente irreconciliables se mueve la protagonista de esta historia, no una chica, sino más bien una juventud que está tomándole el gusto al aprendizaje vital. Ni niñas ni mujeres; ni nenes ni hombres. Los personajes centrales de esta historia llaman pero no atraviesan las puertas de la edad adulta. Un trayecto en moto, una pitada a un cigarrillo, una respuesta fuera de tono… Es el placer incomparable e irrepetible de las primeras veces.
Los aires de libertad que emanan de la ciudad se reciclan en el viento y los ríos que recorren la geografía revisitada por Sotomayor. Prácticamente todo en su película brota y fluye con la misma naturalidad: una madre se acerca a su hija y le muestra un cuadro que ha pintado ella misma. La obra de arte queda expuesta en la intemperie y es tapada por la sombra cambiante del follaje de un árbol vecino. Una imagen estática es abrazada por otra en perpetuo movimiento. Del mismo modo, los recuerdos se descongelan y se mueven. Como si fuera ayer. Es el milagro de la atemporalidad, conseguido éste mediante alquimia cinematográfica.
Pero sigue: un chico, en el fondo de la imagen, mueve el esqueleto como si no hubiera mañana. Dos caballos salen de la cuadra y trotan alegremente por el campo mientras un puñado de hombres deciden por dónde va a pasar el cableado que traerá la contaminación lumínica a sus vidas. El pasado revive a través de la composición de las imágenes. Cada plano está lleno de vida: rebosa detalles que piden nuestra atención, y aun así, respira. Lo permite, mayormente, la pausa con la que Sotomayor contempla a sus criaturas: como si mirase al espejo para darse cuenta de que el reflejo actual se ha construido con los reflejos de antes. En éstas que Mariana Hernández agarra un micrófono y descubre el sabor agridulce de la nostalgia mientras versiona a las Bangles. Es oficial: ya es tarde para morir joven. Dominga Sotomayor busca el calor de esa verdad humana, de esa pura e incontenible erupción biológica, la sonrisa que surge al comprobar, mirando hacia atrás, que nuestro espíritu también estuvo ahí.
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Una pelicula para una tarde y morir de aburrimiento.Insipida..No pasa nada, no hay un hilo condictor.Solo la vi, por Antonia Segers, que me parece tremenda actriz y en relacion a ella, agrego que los actores con un re nombre como.ella, no debiesen participar en proyectos sin que tenga algo de contenido el.guion. En mi opinion muy personal, mala pelicula, perdida de tiempo, seguramente echa por alguien desconectada de la realidad de los 90, si era lo que queria expresar. HAY TANTO QUE DECIR Y CONTAR DE LOA 90.
Una película extremadamente fome, ya que no pasan cosas fuera de lo que uno vive el día a día, faltó choreza chilena, hay películas mucho mejores, se nota que les falta mucho más guión y mejores actores secundarios, lo peor de todo es que actuan como cuicos sobervios e insípidos, por lo menos el wn rubio que hubiese tenido más perso para competir por la washita, con esos ojitos tan bonitos... se nota que la mina quiere llamar la atención, haciéndose la marca del indio, que ahueonada escena, tan tonto como memes sad's, se nota mucho una falta de madurez, lo único bueno que puedo destacar es la determinación de la mina, xq demás que lo encuentra papo al otro wn, y que tiene la posibilidad de comerselo x fama, pierde mucho la tensión, me hubiese gustado un poco que se hubiese hecho querer un poquito más, la sociedad de hoy en día es super aborrecible según esa visión que le hace perder mucho el encanto de como se hacen las películas, faltó más música, se pierde el hilo de la película, no se contextualiza como se debe, dejen pasar esta película es muy latera.
Obra exquisitamente existencial... por lo cual no es difícil aceptar que haya obtenido el premio a la mejor dirección en el, nada menos, festival de cine de Locarno. Es que se trata de una construcción cinematográfica perfecta sobre los modos de perturbación de los vínculos de adultos e infancias y adolescencias que pueden surgir en los momentos tan cambiantes que viven nuestras sociedades. Con un comienzo muy quedo y sentido, progresivamente el relato va adquiriendo espesor a causa de una magnífica puesta en escena de situaciones muy complejas de reproducir en imágenes. También aparecerá el desasosiego de quienes están entrando en el inevitable camino a la adultez, con primeras experiencias e intentos que solo dejarán, en ocasiones, solo extrañamiento y desolación por tanta descontención. En notable el desempeño de los actores, especialmente los niños y adolescentes que, a pesar de todo, prometen una sabiduría que ojalá les duren. El hecho de que el personaje de Sofia este en manos de un chico trans es posible que sea una apuesta más a la libertad que la directora y su obra intentan trasmitir. No hay dudas que Dominga Sotomayor es una gran cineasta. En la función de las 14 había muy poco público en la Lugones... por favor no dejen pasar a esta formidable película chilena.
Lo que digo... tercer estreno imprescindible de mañana...