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Críticas de “Fue la mano de Dios”, de Paolo Sorrentino; y “El poder del perro”, de Jane Campion (Netflix)

Ambas tuvieron su première mundial y luego fueron galardonadas en la reciente Mostra de Venecia. La de Sorrentino, que ganó el Gran Premio del Jurado y el de Actor Revelación para Filippo Scotti, llega el miércoles 15 a Netflix (a último momento se canceló su estreno en cines de Argentina), mientras que la de Campion, que le valió a la realizadora neozelandesa la distinción a Mejor Dirección, se lanza directamente por estas horas en la plataforma de streaming de la N roja.

Estreno 01/12/2021
Publicada el 30/11/2021


El director de Le conseguenze dell'amoreEl amigo de la familiaIl divoThis Must Be the PlaceLa grande bellezzaJuventudLoro The Young Pope regresa a su Nápoles natal para su película más personal y maradoneana hasta la fecha.

-Fue la mano de Dios (È stata la mano di dio / The Hand of God, Italia/2021). Guion y dirección: Paolo Sorrentino. Elenco: Filippo Scotti, Toni Servillo, Teresa Saponangelo, Marlon Joubert, Luisa Ranieri, Renato Carpentieri, Massimiliano Gallo, Betti Pedrazzi, Biagio Manna y Ciro Capano. Fotografía: Daria D’Antonio. Edición: Cristiano Travaglioli. Duración: 130 minutos. Disponibe desde el miércoles 15 en Netflix.

Los veranos son este período en el que la parroquia futbolera vive suspendida en el limbo, entre ilusionante y angustioso, del deshojar la margarita. El “me quiere; no me quiere” se convierte aquí en “se queda, se va o se viene”, dedicado, claro está, a estos ídolos que nos dan y nos quitan la ilusión de vivir. No es exageración. Por ejemplo, como barcelonista que me ha tocado ser, siempre recordaré la temporada estival de 2021 como aquella en la que Dios me abandonó. Esto es así, y no hay nada que vaya a cerrar esta cicatriz.

Pues bien, la acción de Fue la mano de Dios nos hace aterrizar en ese momento en el que parecía que toda la creación estuviera pendiente de Nápoles. Diego Armando Maradona, definido por unos títulos introductorios como “el más grande futbolista que ha habido y que habrá jamás”, a lo mejor se quedaba en el Barça; a lo mejor desembarcaba en la ciudad partenopea. Ahí estaba la indecisión, y ahí está también la de un muchacho que, como muchos otros, afronta la entrada en la vida adulta con los miedos e incertidumbres del “¿qué va a ser?”.

De Nápoles a Roma, y de ahí, a la casilla de salida. Con esta película, la filmografía de Sorrentino vuelve sobre sus propios pasos, como si en efecto, deseara que el tiempo fuera hacia atrás. Y sí, Fue la mano de Dios es un regreso a los orígenes. Es una auto-biopic en la que el cineasta italiano evidentemente se mira al espejo, pero en el que también apunta hacia sus familiares, hacia los demás animales (fantásticos) que les rodeaban y, por supuesto, hacia el ecosistema donde todos estos habitaban.

La película, de hecho, abre con un majestuoso barrido aéreo de la costa napolitana. Al principio, la cámara sigue a unas lanchas motoras que surcan el Mediterráneo saltando de ola en ola, después se fija en los coches que circulan al lado del paseo marítimo y, después, el teleobjetivo vuelve a perderse en un mar infinito. La mirada omnipresente de Sorrentino abraza esa caótica ciudad (sus imágenes, sus sonidos) como si fuera un ser querido más y, en efecto, el espacio (de grandísimas dimensiones) vuelve a jugar un papel clave en el desarrollo de una película que, como cabía esperar, aspira a grandísimos objetivos. Como sucede con los más grandes futbolistas, vaya.

Y no cabe duda de que Fue la mano de Dios se sabe importante, lo que pasa es que tiene que serlo para el propio Sorrentino. Y está bien que así sea, porque el cine también puede ser un ejercicio de intimidad (compartida); de poner en orden el pasado más personal. De hecho, en una escena concreta, la figura de un maestro cineasta alecciona al joven protagonista (evidente alter ego de quien dirige y escribe) sobre las virtudes del séptimo arte. Este, afirma, es un instrumento de evasión; una herramienta exageradamente deformadora de una realidad insufrible, decepcionante.

Y, por supuesto, ante los ojos de Paolo Sorrentino, ya consagrado como el autor italiano más cool de su generación, todas las situaciones, todos los diálogos y todos los personajes aspiran a dejar poso, ya sea en la retina, ya sea en el alma. Fue la mano de Dios está impregnada de esa belleza que se magnifica con las propiedades de lo grotesco y de lo efímero, y -por supuesto- se zambulle una y otra vez en la mitomanía. Y ahí está el Diego, de fondo, entrenando los lanzamientos de falta, clavando cada tiro en todo el arco.

Y es inspirador, pero al mismo tiempo desolador, porque sabemos que nosotros, pobres mortales, jamás llegaremos ahí. En cualquier caso, también está bien que sea así, porque pone a cada uno en su sitio. La que podría definirse como la Amarcord de Paolo Sorrentino es esto, un colorido y espectacular fresco iconográfico en el que el autor intenta encontrar el sentido a esa añoranza que no se disipa, a esa herida que todavía duele, a ese chiste que aún hace gracia. Es el ayer, no tal y como fue, sino más bien como nos gustaría que hubiera sido. Porque a lo mejor nunca controlaremos el destino, pero sí su relato. Los mitos (del fútbol, del cine, de nuestra vida…) se construyen así.






La directora de Un ángel en mi mesaLa lección de pianoRetrato de una damaHumo sagradoEn carne viva y Bright Star regresó al cine tras 12 años con un western que Netflix estrenará en todo el mundo el 1º de diciembre.

-El poder del perro (The Power of the Dog, Nueva Zelanda-Australia/2021). Dirección: Jane Campion. Elenco: Benedict Cumberbatch, Kirsten Dunst, Jesse Plemons y Kodi Smit-McPhee. Guion: Jane Campion, basado en la novela homónima de Thomas Savage. Fotografía: Ari Wegner. Edición: Peter Scibberas. Música: Jonny Greenwood. Duración: 128 minutos. Disponible en Netflix desde el 1º de diciembre.

Una de las primeras escenas del nuevo trabajo de Jane Campion plantea una situación de violencia (social) que encapsula no solo las principales tesis del film que estamos viendo, sino que además dan buena cuenta de algunas de las constantes en la filmografía de la cineasta neozelandesa. Un hombre “muy hombre” mira con asco y desprecio las obras y el proceder de un muchacho que, a sus ojos, es excesivamente “afeminado” y, claro, tiene que hacerlo notar a sus inseparables compañeros, los cuales cumplen la cruel voluntad del macho alfa, cebándose con el pobre chaval a base de burlas groseras.

Estamos en una sucia taberna, en el corazón del estado de Montana, a principios del siglo XX. El sitio y el momento ideal para reafirmarse en la virilidad; para atrincherarse en la masculinidad más tóxica. Campion adapta a Thomas Savage en esta historia sobre dos hermanos, y sobre la manera en que gestionan la presión de “tener que ser hombre”. Drama de época de cuidada factura técnica, en el que Jonny Greenwood parece desempolvar la partitura de Petróleo sangriento / There Will Be Blood, y en el que la paleta de colores negros y marrones de la fotografía de Ari Wegner recuerda a la ruralidad pictórica de Andrew Wyeth.

Notas y tonalidades para un mundo agrio, árido, rudo. En estas geografías que empujan a la soledad, el primer hermano se permite llorar únicamente en la salvadora complicidad que ha construido con su esposa; el otro, se refugia en un escondrijo forestal (cuyo acceso recuerda a ese túnel por el que las protagonistas de Mi vecino Totoro entraban en el mundo de la fantasía), lejos de las miradas ajenas, para mostrarse por fin tal y como es. Espacios y momentos a salvo del mundanal mundo; planos detalle que aíslan a los espíritus sensibles de todos los estímulos que les perturban.

Jane Campion en tierra de hombres que todo lo queman y contaminan a su paso. Estamos, cabe recordarlo, en la era del “progreso” afianzando la propiedad de lo que antes fue virgen. Normal que todo lo que pasa en escena esté condicionado por la influencia malévola y desquiciante de aquellos que sienten aversión hacia cualquier pulsión femenina. Pues bien, incluso aquí se sigue defendiendo la compasión y la comprensión hacia aquellos que en principio no la merecen, algo que se nota a la hora de atribuir la gracia de la profundidad psicológica, concedida solo a quienes peores males infringen.

Formidable virtud de ese cine en el que, precisamente, debilidades y fortalezas se confunden o, si se prefiere, se intercambian las posiciones que históricamente les hemos asignado. Lo hace con ese sentido de la imprevisibilidad marca de la casa; esto sí, si este antes se manifestaba como una especie de instinto animal contra el que no podía interponerse ningún argumento (racional), ahora actúa más como una engorrosa sensación de deriva; de no saber del todo bien hacia dónde ir, ni qué decir, más allá del titular.

Puro efecto Netflix: la -dilatada -narración de la película está dividida en episodios, y en ocasiones parece que cada uno de estos haya estado montado por una persona distinta (y que a ninguna de ellas se le haya contado el plan maestro o las líneas generales que debieran seguirse). Al final, este western que muy acertadamente juega a esconder y cae en la fatal contradicción de subrayar los gestos y detalles que, a la postre, acaban por delatar la verdadera naturaleza de sus personajes. Esta falta de sutileza que, bien pensado, ha caracterizado buena parte de la obra de Campion actúa aquí como una trampa que juega en contra del espíritu del relato. Como si su desarrollo y su resolución se dedicaran a desacreditar el modo en que este fue planteado; como si la película estuviera aprisionada por las mismas dudas y complejos de esa masculinidad débil que, por desgracia, todo lo impregna.


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COMENTARIOS

  • 17/12/2021 16:46

    REPRODUZCO COMENTARIO REALIZADO EN MICROPSIA El director Paolo Sorrentino parece habar perdido definitivamente el rumbo En las películas que filmó en la primera década del siglo aparecía como un director capaz de transmitir emociones como en el caso de L?UOMO IN PIU(2001) donde retrataba lo efímero de la fama y la angustia del descenso social de sus protagonistas o IL DIVO (2008) donde mostraba las conexiones entre la mafia y la alta política, hasta que su cine tuvo reconocimiento en el cine internacional al ganar el Oscar del 2014 con LA GRAN BELLEZA un desparejo y sobrevalorado homenaje a Fellini Con LORO(2018) intentó emular a Fellini con un resultado francamente desastroso mostrando una sobredosis de ego que hacía presagiar lo peor para sus próximas películas En FUE LA MANO DE DIOS los resultados no son tan malos pero no termina de convencer. En la primera mitad la película gira sobre un adolescente Fabio (el joven Filippo Scotti) que vive con su familia en la Nápoles de mediados de la década de 1980 convulsionada por la llegada de Diego Maradona al club Nápoli. Es allí donde la película tiene momentos de buen humor y parece estar bien encaminada con una descripción de una familia típicamente napolitana con un padre idealista que defiende el comunismo (el gran actor Tony Servilio), una madre alegre que le gusta hacer bromas pesadas (la muy buena actriz Teresa Saponangelo), una tía muy bella y provocadora (buen trabajo de Luisa Raneri) y otros personajes que parecen ensamblar bien en el guión. Pero a la mitad de la película el espectador recibe una soberana patada en la zona genital con un hecho trágico que cambia el registro del resto de la película y allí comienza a desmoronarse la historia terminando en una película que no es mala pero si es fallida. (5/10)

  • 16/12/2021 14:23

    ATENCIÓN: LEER ESTE COMENTARIO DESPUÉS DE VER LA PELÍCULA La directora y guionista neozelandesa Jane Campion (n.1954) saltó a la fama por ser la primera directora en ganar en Cannes en 1993 con una gran película llamada LA LECCIÓN DE PIANO. Ahora se interna en el mundo de los vaqueros con una película que está filmada como se hacían hace 70 u 80 años cuya acción transcurre en Montana(el famosos lejano oeste) en 1925. Se trata de la historia de los hermanos Phil (Benedict Cumberbatch) y George (Jesse Plemons), dos ganaderos dueños de un rancho. George es un a persona agradable y sociable mientras que Phil es un malvado de manual, violento y profundamente homofóbico. George conoce a Rose (Kirsten Dunst) que tiene un hijo adolescente gay que se llama Peter (Kodi Smit-McPhee) Al poco tiempo George y Rose se casan y eso transforma radicalmente la vida de Phil y Peter La película narrada en cinco episodios tiene un desarrollo lento en la primera mitad donde se advierte una tensión creciente entre Phil y Rose pero gana en intensidad y saca patente de buena cuando el joven Peter se instala en Montana junto a su nueva familia. Es allí donde se advierte que surge una relación amistosa entre Phil y Peter que pone en tela de juicio lo que se ha visto en la primera parte hasta desembocar en un final oscuro e inesperado. Sin ser novedosa la directora filma muy bien esta historia con la ayuda de dos actores excelentes como el consagrado Benedict Cumberbatch y el joven revelación Kodi Smit-McPhee. (7/10)

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