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El fascinante y ridículo universo de Christopher Guest

El reciente lanzamiento de Family Tree, su serie para HBO, es una buena excusa para recuperar la obra de este notable exponente del humor más absurdo. 

Publicada el 05/06/2013

Al experto en ridículo Christopher Guest le bastó con un puñado de películas para armar una pequeña obra en la que todo es falso pero se hace pasar por verdadero y, como en la geografía fantástica que diseña ese lugar común según el cual los extremos se tocan, termina dando lugar a fuerza de estridencias a algo más bien sincero. Porque el falso documental (en inglés mockumentary, sin la sanción moral del “falso” y el más amable “mock” plantado ahí para amortiguar la división entre mentira/verdad aludiendo a las más inocentes bromitas) es el género que enmarcó desde el principio esa especie de sociología de los mil mundos idiotas que contiene este mundo idiota mayor en que vivimos, como una especie de nave nodriza.

Más concretamente, Guest dirigió hasta el momento -aparte de alguna película para la televisión, incluido un experimento clase B con una gigantona Daryl Hannah haciendo de mujer gigante- una de teatro pueblerino, una de shows de perros, una de música country y otra de actores y showbusiness, además de escribir una de bandas de rock: primero fue This is Spinal Tap, allá por 1984 (y con dirección de Rob Reiner, uno de esos directores con oficio que hizo algunas películas tan buenas como las queridísimas Cuenta conmigo y Cuando Harry conoció a Sally). El documental que sigue a la banda de rock más ruidosa del mundo en su regreso, después de veinte años de actividad y un intervalo que los obliga a adaptarse al ambiente cada vez más espectacularizado de los megarecitales, quedó ahí varado en los ochentas hasta que Guest retomó el genéro en 1996 con Waiting for Guffman, esta vez como director, pero que ya contenía en potencia nada menos que un método que Guest volvería a usar en todas las películas que hizo después.

Método: porque acá no se elige la simple parodia sino que se consigue que la estupidez de cada uno fluya y se libere, se exhiba flamante y orgullosa a sí misma, con el sólo hecho de plantar una cámara adelante. Que esto no lo inventó Guest es más que obvio; antes que eso su obra, contemporánea del crecimiento tsunámico de la televisión-reality, tomó muy tempranamente y casi con gesto de profeta esa potencial exploración de la raza humana -y digo raza porque el desprecio zoológico no está del todo ausente- que abre la posibilidad de ser vistos y mirados, de pasar de televidentes a protagonistas y creer (uf, y esta creencia mueve tantas montañas) que sólo por estar en la tele todo lo que uno dice es importante, incluso importantísimo. Guest palpitó enseguida la conversión de los espectadores en actores y narradores de sus propios documentales -y quizás también, o casi con seguridad, la conversión de la vida vivida en vida imaginada como tele- y su método fue tan simple como montar pequeños mundos falsos que copian con colores algo más saturados a los mundos reales y dejar que los personajes que los habitan se expresen por sí mismos.



Waiting for Guffman
es un ejemplo inmejorable que pone un pie también en el musical de bambalinas para mostrar el casting y armado de una obrita de contenido histórico con la que algunos de los habitantes de Blaine (un típico pueblito de Missouri de relevancia cero y orgullo patriótico mil) pretenden celebrar el aniversario del pueblo bajo la dirección de Corky St. Clair (Guest mismo, en los zapatos de un director teatral de flequillito al ras que se arrebata de emoción a cada rato). Aunque la obra es digna de alumnitos de primaria, hasta en el decorado de cartón pintado, el grupo está convencido de que un productor de Broadway va a venir al estreno para evaluar la posibilidad de trasladar la épica de Blaine, capital nacional del banquito, a la gran ciudad, y de algún modo Guest logra que a la vez que nos reímos de los distintos actos que van confirmando la sospecha de que en la historia de Blaine no pasó nada, no dejemos de desear algún tipo de satisfacción o de final feliz para esta banda de tarados.

El secreto es un equipo de los mejores malos actores que pasaron últimamente por el cine, o de los actores que mejor actúan mal, empezando por la pelirroja Catherine O’ Hara, más popular como la mamá de Mi pobre angelito, pero que en cada película de Guest muestra una convicción para hundirse en el ridículo, y un oficio para cargar al mismo tiempo a cada personaje de ternura, que se repite un poco en cada actor de Guest y pone una dosis de sinceridad altísima en el medio de lo falso, suficiente para dotar de un corazón que late a lo que de otro modo podría ser un desfile de crueldades o caer en chistes un poco más fáciles. Porque los personajes de Guest se comieron el verso del sueño americano de principio a fin y lo sostienen contra toda evidencia, y esa creencia tenaz parece haberlos blindado contra la posibilidad de la derrota, la autocrítica y el fracaso.

Con ese otro costado de candor que roza la inocencia, Guest tensa una cuota necesaria de desprecio que consiste en mostrar el chiquitaje, esa mediocridad que altera la ecuación porque parece que lo mediocre cuando se cree gigante resulta doblemente mezquino. Por eso el pueblo, y por eso los desfiles de perritos como tema de Best in Show (en Argentina se editó en DVD como Very Important Perros), y el chiste ya de por sí lo suficientemente ridículo y visual de mostrar a las personas trotando con solemnidad atrás de sus mascotas como si fueran los animales los que los llevan arrastrados de la soguita a causa de algún grado superior de inteligencia. A Mighty Wind (lanzada en el mercado hogareño como Músicos grandiosos) y For Your Consideration completan de algún modo este cuerpo central de la obra de Guest que explota el mockumentary para meterse también en el mundo de la música country y el de las películas no tan importantes de Hollywood.

En cada uno de esos films, Catherine O`Hara, Eugene Levy, Parker Posey y Fred Willard (además de alguna aparición de Jane Lynch, la malvada profesora de gimnasia de Glee, o de Jennifer Coolidge, la peluquera de Legalmente rubia y actualmente vecina polaca de las chicas de 2 Broke Girls) encabezan un equipo que recorre todas las tonalidades del ridículo pero que también puede pasar a la emoción en un pase maestro que desconcierta y encanta, como ocurre en algunas de las canciones de A Mighty Wind (y sobre todo en A Kiss at the End of the Rainbow, que muestra la reunión de la ex pareja compuesta por Catherine O`Hara y Eugene Levy después de veinte años: aunque el resto del tiempo sean objeto de burla, lo que se deja ver ahí es una pareja tan deliciosa como June Carter y Johnny Cash, y da la sensación de que el amor que hubo y fue sincero es impermeable a toda destrucción posterior, incluso si uno se convirtió en un ser decadente o absurdo).



Toda esa sensibilidad para hacer comedia con un máximo de inteligencia, junto con una puesta en escena aprovechada hasta cada rincón como si cada plano se tratara de la viñeta de un comic cargado de detalles visuales que potencian la perorata de absurdos que dice un personaje (Guest es experto en hacer chistes con peinados, por ejemplo), completan el estilo que el director desarrolló a pleno en unas pocas películas y que ahora traslada a un formato televisivo con el agregado extraño -sobre todo si se tiene en cuenta que hasta ahora se trató de reírse de lo más americano de lo americano- de que la ficción de la nueva serie que dirige se muda al Reino Unido. Family Tree es el nombre de la nueva creación de Guest para HBO después de varios años sin estrenar películas: se tratan de ocho capítulos donde el falso documental (que Guest siempre trabajó con poco guión y mucha improvisación de sus actores cómicos) sirve para contar un tiempo en la vida de un treintañero recientemente abandonado por la novia que recibe como herencia de una tía abuela un baúl lleno de porquerías.

Un gran atractivo de la serie es la presencia de Chris O`Dowd, el policía insólitamente británico que enamoraba a Kristen Wiig en Damas en guerra / Bridesmaids y que tuvo una breve pero jugosa aparición en Bienvenido a los 40 / This is 40, de Judd Apatow, como empleado de la discográfica de Paul Rudd en la que también trabajaba Lena Dunham. O`Dowd es bello y da perfectamente con el perfil de treintañero perdido, pero es mil veces menos ridículo que cualquier actor que Guest haya usado antes. Por lo tanto, Family Tree se siente como si el concentrado de las películas de Guest se hubiera diluido en un litro de sobriedad británica.

Pero la ruta del delirio está abierta y dan ganas de recorrerla una vez más junto con Guest, que también suma el gancho de lo detectivesco trucho: en el baúl que le dejó la viejita fallecida, Tom Chadwick (O`Dowd) encuentra una foto del que cree que es su abuelo y recurre a un anticuario para confirmar el dato; el anticuario le dice que en realidad su abuelo es el que sacó la foto y, a partir de allí, comienza una serie de averiguaciones que incluye un pasado como actor donde el abuelo de Tom interpretaba la parte trasera de un caballo de utilería en el teatro, una carrera de este mismo tipo de caballos y finalmente un viaje a América.



Family Tree
 (foto) se vale de los mismos elementos de la filmografía de Guest: en el primer capítulo, por ejemplo, el padre de Tom, interpretado por Michael McKean, muestra a la cámara un invento que es un ventilador para zapatos, y la hermana (la ventrílocua Nina Conti) explica cómo hace para ir a trabajar al banco con el monito títere que lleva a todos lados -se complica para contar los billetes, dice el mono-, y si bien queda establecido que la familia Chadwick podría estar a la altura de los personajes cinematográficos de Guest, hay cierta falta de sentimiento y de pasión que por ahora les juega en contra porque resta ese costado blindado -aunque fuera un blindaje de hojalata- que daba cierto brillo a los actores y cantantes y dueños de perritos de la obra de Guest en suelo norteamericano, además de que los diálogos improvisados raramente alcanzan el nivel de ridículo que hacía de las películas de Guest un recorrido por la estupidez en un carrito de montaña rusa.

A veces pasa que los formatos británicos -desde programas de decoración y cocina hasta realities varios- trasladados a la televisión norteamericana se vuelven insoportablemente enfáticos por ese plus de orgullo y de histrionismo de ciudadanos pagados de sí mismos que engolan todo lo que tocan y hacen. Lo que ocurre es que Guest se viene riendo precisamente de esos rasgos que son la materia prima de sus falsos documentales, además de encontrarles un costado semihumano, y por eso su estilo trasladado a lo británico queda un poco deslucido. Tanto Tom Chadwick como sus parientes parecen siempre a punto de pedir perdón y renegar de sí mismos, con esa especie de auto-desprecio y crueldad que son más característicos del humor británico, y uno siente más incomodidad o hasta melancolía que otra cosa, por eso quizás Guest -que al fin y al cabo posee algo de inglés gracias a un padre que hasta modesto pero nobiliario título tiene- debería revisar las raíces mismas de lo que sea que hacía brotar el humor en sus películas cuando se trata de plantarlas en suelo tan distinto. 

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