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Entrevista a Georgina Barreiro, directora de “La huella de Tara” (Semana de la Crítica) - #Locarno71
Tras explorar en Ícaros (2014) el universo espiritual del pueblo shipibo en la Amazonía peruana, la realizadora porteña se propuso un desafío todavía más ambicioso y complicado: retratar la dinámica de un pueblo perdido en medio de los Himalayas, en una región como la de Sikkim que hoy pertenece a la India, pero muy cercana a Bangladesh, Bután, Tibet y Nepal. El resultado es un documental que, más allá de sus valores estéticos (la belleza es por momentos sobrecogedora sin regodearse en el pintoresquismo) y etnográficos (nos sumerge en una comunidad que parece estar anclada en el tiempo), expone a través de la cotidianeidad de los representantes más jóvenes de una familia las múltiples facetas artísticas, religiosas y socioculturales de la zona, las contradicciones generacionales, y las frustraciones y desafíos para aquellos que quieren encontrar nuevos caminos personales y profesionales. Esta hermosa película tendrá su estreno mundial con dos funciones (jueves 9 y viernes 10) en el marco de esta sección paralela del prestigioso festival suizo.
-¿Cómo llegaste a la historia de una comunidad tan lejana y distinta?
-Conocí el budismo tibetano en Buenos Aires a través de unos lamas argentinos. Me interesa profundamente esa filosofía. Explorar la espiritualidad de diferentes culturas es algo que me motiva y que ya había transitado en mi película anterior en la Amazonía peruana. En la búsqueda de un nuevo proyecto documental realizamos en 2016 un viaje a la India junto a Matías Roth, fotógrafo y productor de la película, por lugares de peregrinaje budista. Recorrimos gran cantidad de monasterios, asistimos a diversas celebraciones por el norte de la India y hacia el final del viaje llegamos al pueblo de Khechuperi, al oeste de Sikkim. Allí conocimos a la familia, con quienes luego filmaríamos. Llegamos al inicio de un festival del estilo Got Talent, con música que iba de lo tradicional nepalí al pop hindú con un jurado crítico y exigente. Todo el pueblo era parte del evento. Durante una semana llegaban niños y jóvenes de comunidades vecinas para participar. Al mismo tiempo, a unos pocos metros de allí, se llevaba a cabo una ceremonia budista tibetana. Los cantos litúrgicos de mezclaban con la música saturada de los parlantes generando una atmósfera única. Todo esto ocurría en medio de este pequeño pueblo aislado e inmerso en los Himalayas y fue el impulso que me motivó a regresar para retratar este universo, que luego se transformaría en una historia más íntima en torno a los integrantes más jóvenes de una familia.
-¿Qué te interesó en particular? Más allá de las costumbres y las cuestiones artísticas se nota cierta tensión generacional, religiosa y política en la zona.
-Sikkim fue un país independiente hasta 1975 que, luego de una larga monarquía y por varios factores sociopolíticos, se unió a India. Es uno de los estados menos habitados de ese país, que limita con Bután, Tibet y Nepal y su población es en su mayoría nepalí. Es un lugar muy peculiar porque, a pesar de formar parte de India, su idiosincrasia es muy diferente. Las nuevas generaciones, a diferencia de la anterior, tienen acceso a educación, pero una vez que terminan sus estudios no encuentran trabajo ya que en Sikkim, al ser un estado muy protegido desde lo ecológico, no se desarrollan industrias. Esto provoca la migración de los jóvenes de las comunidades aisladas hacia las ciudades en busca de puestos de trabajo. Esta problemática atraviesa al pueblo de Khechuperi, donde transcurre nuestra historia. Este pueblo, principalmente reconocido por su lago sagrado, venerado por budistas e hinduistas, tiene una vasta tradición ancestral que se enfrenta al riesgo de la pérdida de su identidad. Hablar sobre la India significa inevitablemente hablar sobre religión y sobre muerte. El hinduismo y el budismo creen en la reencarnación y en el pasaje de la muerte como una posibilidad para la liberación espiritual. Me interesaba abordar esa temática desde la perspectiva cotidiana de esta tradición.
-¿Cómo pudieron armar la producción siendo una región de difícil acceso?
-Sikkim está dividido en cuatros distritos (norte, sur, este y oeste) y, para acceder, se necesita un permiso especial, además de la visa de India y la permanencia en el lugar no puede ser de más de 30 días en total, incluso para llegar al distrito del norte se requiere otro permiso especial. Estábamos en contacto con Baichung, el joven protagonista, miembro de la comunidad, que habíamos conocido en el viaje anterior, él fue nuestra entrada a allí. Viajamos un equipo de cuatro personas y nos hospedamos en su casa a 20 minutos de caminata por la montaña. Desde allí nos movíamos a pie hacia las diferentes locaciones dentro de la comunidad. En Khechuperi hablan en su mayoría nepalí, pero también bhutia, lepcha y algunos inglés. Baichung fue también nuestro traductor. Muchas de las escenas las filmamos sin saber de qué estaban hablando y por las noches traducíamos y eso me ayudaba a pensar por donde fluía la historia. De a poco fuimos sumergiéndonos en la cotidianidad del pueblo y en la intimidad familiar. Fuimos forjando un vínculo de confianza y respeto mutuo.
-¿Cómo articularon la narración más allá de ser un registro coral sobre la dinámica comunitaria?
-Comenzamos filmando escenas de la vida cotidiana de la gente del pueblo, ciertas ceremonias y celebraciones que nos interesaban. Observamos que los miembros de la familia estaban involucrados en las distintas facetas de la vida de la comunidad. El hermano mayor se dedicaba al turismo, el hermano menor era un pequeño monje budista tibetano y la hermana asistía a la escuela laica y a su vez participaba en el festival de danzas. Me interesaba explorar el punto de vista de las nuevas generaciones en un pueblo con una tradición ancestral muy fuerte que cada vez está más influenciada por la cultura contemporánea. En la postproducción trabajamos el relato enfocándonos en la mirada de los jóvenes y esa decisión fue esencial para la selección del material y para crear un fuerte universo fuera de campo.
-¿Cómo tomaron la selección para esta sección paralela de Locarno y cómo sigue la carrera en Argentina y en el exterior para la película?
-Fue una excelente noticia quedar seleccionados para esta sección junto a 6 documentales más. Creemos que es un gran comienzo para el camino de la película y el festival va a ser una valiosa experiencia. Planeamos estrenarlo en la Argentina a comienzos del año que viene y esperamos poder proyectarlo en la India en un futuro próximo.
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