Críticas

Cine argentino en salas

Especial Gustavo Fontán: reseña de “La terminal” + Entrevista al director + Libro “Cuadernos del merodeo”

Tras su paso por prestigiosos festivales como FIDMarseille, Yamagata y DocBuenosAires, se estrena en 7 funciones en la Sala Lugones el nuevo trabajo del director de Donde cae el sol, El árbol, La orilla que abisma, La casa y La deuda, que además publica por estos días el libro Cuaderno del merodeo.

Estreno 04/04/2024
Publicada el 02/04/2024

La terminal (Argentina/ 2023). Guión y dirección: Gustavo Fontán. Producción: Eva Cáceres y Ana Lucía Frau. Fotografía: Ezequiel Salinas (ADF). Sonido: Atilio Sánchez (ASA). Edición: Mario Bocchicchio. Duración: 62 minutos. En la Sala Leopoldo Lugones (Av. Corrientes 1503: jueves 4, viernes 5, sábado 6 y domingo 7, a las 21. Martes 9, miércoles 10 y jueves 11, a las 18.



RESEÑA DE LA PELÍCULA

El prolífico y multifacético director se instaló en la terminal de micros de la localidad cordobesa de La Falda para lo que es un bello y al mismo tiempo bastante angustiante y desolador retrato sobre un lugar de paso, de espera, de inicios y finales de viajes.

Junto a su director de fotografía Ezequiel Salinas y a su sonidista Atilio Sanchez, Fontán registra la dinámica diaria (y nocturna) de un ámbito que, si no fuera por algún elemento contemporáneo, podría ser de hace 10, 20 o 30 años. Las atracciones vintage, el mobiliario decadente, los músicos y cantantes ambulantes, los perros vagabundos y unas historias de amores rotos narradas como si fueran retazos a partir de voces en off le otorgan al relato un espíritu melancólico que por la noche se vuelve incluso sórdido, alucinatorio, surreal. En ese sentido, el uso de tapabocas por la pandemia no hace más que acentuar el tono lúgubre y ominoso de la experiencia.

Pero no todo es agobiante en este film austero, frágil y delicado: cuando la luz del sol empieza a reflejarse sobre los colectivos interurbanos, sobre los pasajeros que suben y bajan de los micros, sobre los vidrios y puertas del lugar, las imágenes -duplicadas, distorsionadas, deformes, recortadas- nos trasladan a una dimensión desconocida, a una dinámica muy particular, a una impronta de extraña belleza. Es el ojo del cineasta, la capacidad de observación pero también de encuadrar y de captar el fenómeno audiovisual en todos sus matices y dimensiones, lo que convierte a La terminal en una experiencia inmersiva donde se termina imponiendo la sensación de fascinación.




ENTREVISTA CON GUSTAVO FONTÁN

-¿Cómo surgió la idea de filmar una estación de micros en una ciudad pequeña de Córdoba siendo en principio un ámbito alejado del universo en el que solés manejarte?

-De alguna manera, los lugares donde pasaste una buena parte de la infancia te resultan familiares. Todas mis vacaciones de niño ocurrieron en Córdoba. En Cosquín o en La Falda. No es un recuerdo específico lo que estuvo detrás del proyecto sino un aroma, cierta luz. Después volví muchas veces a esos lugares y los regresos renovaron esas sensaciones; las instalaron hasta que se volvieron persistentes. Por otro lado, el proyecto también nació en mi deseo, antes de que hubiese alguna idea, de trabajar con un fotógrafo cordobés que admiro, Ezequiel Salinas. Hacía mucho que hablábamos de hacer algo juntos, y cuando surgió la idea de filmar en una terminal de ómnibus, Córdoba, un pueblo de Córdoba, apareció como el lugar adecuado. Esto, más algunas cosas que desconozco, sería lo que podríamos llamar el estado prenatal de la película, porque luego se desvía y en ese lugar, la terminal de ómnibus, mira otra cosa.




-¿Qué tiene de especial o particular un lugar de paso como una estación de micros?

-En principio nadie se queda en esos lugares. Salvo alguien que trabaja en la terminal, casi todo el mundo permanece un rato nada más, simplemente pasa. Cuando te decía antes que la película se desvía de mi experiencia de vacaciones infantiles es porque lo que nos propusimos mirar era otra cosa. Nuestra elección fue observar el movimiento de los micros interurbanos, esos que llevan a trabajadores y estudiantes de pueblo en pueblo. Personas que pasan por ahí a diario, van y vuelven, cada día. La terminal de La Falda tiene la dimensión exacta para esto porque permite ver como se llena y se vacía a cada rato. Se llena y se vacía. Ese movimiento de superficie me resultaba muy atractivo. Lo que aparece, desaparece sin cesar. Queríamos filmar ese flujo. Flujo de los cuerpos. Flujo de lo que la luz le hace a los cuerpos y al espacio a lo largo del día.


-¿Cómo fue el trabajo con la cámara y el sonido? ¿Qué buscaban y cuánto tiempo estuvieron en el lugar? ¿Tenían pautas prefijadas o se dejaron llevar por la propia dinámica del lugar y de su gente?

-Nos instalábamos en el lugar con Ezequiel Salinas, que hizo la cámara y la fotografía, Atilio Sánchez, el sonidista, y Eva Cáceres, la productora, a mirar y oír. Lo primero era poder estar ahí. Teníamos una idea pero era importante estar ahí para que esa idea se ajustara a la dinámica del lugar. Íbamos a filmar ese flujo del que hablábamos, claro, era los que nos guiaba en principio. Pero no queríamos filmar sólo ese movimiento, sino también su estela. Los cuerpos y sus fantasmas. Les dije desde el comienzo, a Atilio y Ezequiel, que de cualquier manera que filmáramos, el movimiento de superficie no se nos escaparía, pero lo que nos interesaba grabar era lo no visible de ese flujo, porque justamente mirábamos a trabajadores y estudiantes que hacen ese viaje cada día, con cansancios, fatigas, esperanzas, sueños. Les dije que estaba seguro de que ese lugar alojaba restos de esas experiencias humanas, que nadie sale y entra de la misma manera de la terminal, y que íbamos a intentar filmar esas cicatrices.


-¿Por qué, más allá de la descripción general del lugar, decidiste priorizar ciertas historias de amor y desamor de los pasajeros?

-En relación a esos restos de experiencias humanas me parecía que preguntarles a quienes estaban allí por su historia de amor era recurrir a experiencias singulares que adquieren fácilmente carácter universal. Estuvo pensado así desde el comienzo del proyecto. Atilio se acercaba a todas las personas que esperaban o bajaban de los micros y les preguntaba si querían contar su historia de amor. Muchas personas se negaron pero muchas nos contaron historias conmovedoras. Desde el principio sabíamos también que usaríamos retazos de esas historias y que estarían en off, como si el espacio albergara un conjunto de voces que cada tanto se manifiestan.


-¿Cómo inscribís este trabajo dentro del corpus de tu obra?

-Me parece que el hecho de haber hecho algunas películas ya nos pone ante un problema: ¿cómo hacer para que persista lo que deba persistir de las inquietudes y a su vez transformarlas para que no desaparezca la rebeldía necesaria? Tal vez, el movimiento de las películas que hice, en ese sentido, no es en línea recta, sino que se mueven como una espiral, porque cada tanto vuelvo atrás para recoger ciertos intereses y desplegarlos de otro modo. Por ejemplo, creo que a La terminal se la puede vincular con La casa en el esfuerzo de ver donde en apariencia no hay nada para ver.


-¿Y qué viene de ahora en más?

-Estoy en dos cosas. En principio, estamos trabajando con Mario Bocchicchio, el montajista de casi todas mis películas, en una película que se llama Los ríos. Una película que surgió como el gesto posible frente al momento en el que vivimos signado por la crueldad y la deshumanización. Y también, estamos preparando para filmar a lo largo del año una versión audiovisual de Hospital Británico, de Héctor Viel Temperley, en codirección con Gloria Peirano.

También, y no quiero dejar de hablar de esto, está en el horizonte cercano la lucha colectiva para que el cine argentino siga existiendo con su carácter plural y democrático; lucha colectiva para intentar que el golpe que quieren darle no sea certero.




SOBRE EL LIBRO "CUADERNOS DEL MERODEO"

Publicado por la editorial cordobesa Cielo Invertido, el libro tendrá presentación el viernes 12 de abril en Séptimo Arte de Córdoba (Av. Roque Sáenz Peña 1423, Cofico).

En sus cuadernos, Gustavo Fontán desarrolla los vínculos posibles entre el cine y la escritura, fundamentalmente la poesía, como si se tratara de una continuación del papel hacia la lente. Como si no fuera viable el cine sin ese movimiento. A través de la escritura, indaga sobre la mirada y la experiencia; despliega una reflexión que es siempre lateral: una forma de acceso indirecto hacia la interioridad del material que rodea y permite la construcción de preguntas que otorgan sustancia a una película. Escritura como pasaje a los efectos de la luz, escritura que abre el singular universo del cine de Fontán.

Está dividido en tres grandes partes acompañadas por una selección de fotografías e ilustraciones:

1- Pájaros de polvo
: Apuntes sobre La Terminal.

2- Cuaderno de flores
: Notas para la escritura de Ramón Vázquez.

3- La Inminencia: 
Apuntes para la adaptación de
 Nadie nada nunca, de Juan José Saer.



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