Debates
Genealogías: sobre críticos y personajes argentinos (publicada en El Amante/Cine Nº 181 - Junio 2007)
Es decir, qué sé yo si era así.
Pero yo me lo acuerdo así.
(...)
Alguien dijo una vez
que yo me fui de mi barrio.
¿Cuándo?, ¿pero cuándo?
Si siempre estoy llegando.
Aníbal Troilo, Nocturno a mi barrio.
Crítica y renovaciones
Hace algunas semanas, el periodista y crítico de cine Diego Batlle publicó en su sitio de internet OtrosCines.com un artículo titulado LA CRITICA: en busca de otro recambio generacional, dentro de una serie de notas agrupadas bajo la pregunta: ¿Cuál es la verdadera situación del cine argentino?. Como puede verse con mayor detalle en la nota de Ezequiel Schmoller de la página 8, Batlle hizo algunas menciones a El Amante. Batlle dice: "Entre principios y mediados de los años 90, una nueva generación de jóvenes (y no tan jóvenes) críticos protagonizó una importante y necesaria renovación generacional tanto en los medios masivos como en las revistas especializadas. Las redacciones de los diarios se poblaron de nuevas firmas (que en muchos casos convivieron con las miradas más anquilosadas) y la aparición de una revista como El Amante también generó un salto de calidad y una renovación en el lenguaje y en la forma de posicionarse ante el cine argentino". Por cómo está redactado (ese "también"), pareciera que El Amante fue parte de esa renovación, pero no la pionera. Cuando El Amante apareció en diciembre de 1991, en los medios masivos no había renovación, a excepción de Página/12. Sí, es cierto, más tarde, a la hora de tratar el nuevo cine argentino que ya caminaba solo, empezaba a haber algunos nuevos críticos y nuevas miradas en los medios masivos. Pero el nuevo cine argentino ya había nacido y gateado, sin demasiada ayuda de los medios masivos, e incluso cuando Batlle dice que "entre principios y mediados de los noventa" "las redacciones de los diarios se poblaron de nuevas firmas" está hablando, en todo caso, de una población de no muy alta densidad. Sí participó del impulso crítico para la renovación del cine nacional la revista Film, que comenzó a editarse en marzo de 1993. Film haría ciclos en los que se proyectarían, entre otras, El acto en cuestión, Rapado, Sotto Voce y Picado fino. Los medios masivos siguieron, entonces, a El Amante y a Film. Y como se dijo, la renovación de críticos comenzaría, antes que en La Nación y Clarín, en Página/12, y también en La Maga, aunque su "masividad" no es comparable a la de los diarios ni era una revista especializada en cine.
El Amante y Film no surgieron de la nada, algunos de sus integrantes provenían como colaboradores, o lectores, de algunas experiencias interesantes de la crítica cinematográfica de los ochenta. Una fueron los catorce números de Cine en la cultura argentina y latinoamericana, editados por Octavio Fabiano entre 1983 y 1989. Otra fue la sección de cine del diario Tiempo Argentino, que apareció entre 1982 y 1986. En ese diario, Roberto Pagés y Rodrigo Tarruella fueron los principales renovadores de lo que decía la crítica y de cómo lo decía; también escribía en la misma línea de pensamiento Pascual Quinziano, pero publicaba menos. También hubo en Tiempo Argentino interesantes textos de Andrés Di Tella, bochornosos textos de Ricardo García Olivieri (que luego escribiría durante largos años en Clarín) y la cobertura del cine argentino, hecha en general por Jorge Abel Martín. Pagés y Tarruella, que luego formarían parte de El Amante, defendían a Carpenter, a Cameron, a Eastwood, a Weir, a Ferreri, a Berlanga, a De Palma, a Kasdan, y ya atacaban al cine choronga de esos años, como Los gritos del silencio, de Roland Joffé. Ni Pagés ni Tarruella escribían sobre cine argentino. Jorge Abel Martín solía escribir casi todas las críticas sobre películas nacionales, pero lamentablemente sus textos eran convencionales y, en general, celebraban las películas con eufemismos y blandura, una práctica que seguía existiendo en la mayor parte de la crítica de cine a principios de los noventa.
Fue El Amante el primer medio de la década pasada en dejar de perdonar lo imperdonable del cine argentino, acompañado en algunas ocasiones por Página/12 (por ejemplo, la defensa de Gatica, el mono, escrita por Luciano Monteagudo, y la crítica en contra de Matar al abuelito, firmada por Claudio Minghetti). Y hasta tal vez por algún otro medio de principios de los noventa que no ha sido revisado y se ha perdido para la memoria de la crítica (cada vez más, un oxímoron). Pero la concepción general sobre lo que pasaba a principios de los noventa en el cine argentino, es decir, que pasaba poco y mayormente malo, la aportó El Amante. Más tarde en la misma década, en un medio masivo, pudieron leerse grandes artículos sobre cine, y también sobre el cine argentino: fue en el diario Perfil en su primera y buena época, la de 1998. Allí escribían Roberto Pagés, Sergio Wolf y el muy influyente, desde fines de los setenta, Ángel Faretta. En 1998, con el nuevo cine argentino apenas empezando (faltaban algunos meses para Mundo grúa), Pagés y Faretta ya publicaban notas estableciendo distinciones entre las pocas películas a las que se catalogaba de novedosas. El 21 de mayo de 1998, una pequeña nota de Pagés, dentro de un especial sobre "cine argentino y crítica", se titulaba: En cine es bueno distinguir entre logros, pretensiones y fracasos. La presencia de Pagés y Faretta a fines de los noventa ayudaba a recordar su influencia de la década anterior (Tiempo Argentino, Fierro). La vocación rebelde, renovadora y pasional de la crítica de cine en los noventa no nació por generación espontánea, ni El Amante se convirtió en el medio rebelde en exclusiva. Sin embargo, hay algo cierto y que hace distintiva a El Amante: no hubo otro medio sobre cine en Argentina con tanta libertad que haya durado tanto como esta revista. Acá no se suben puntajes ni estamos obligados a hacer grandes coberturas de ninguna película. Ni la increíble insistencia de los jefes y jefas de prensa nos lleva a hacer entrevistas que no queremos a directores de pequeñas películas argentinas; ni le damos espacio mayor a una película porque sale con más de doscientas copias; ni publicamos adelantos del nuevo traje del Hombre Araña ni del marco de los anteojos del actor de Harry Potter. Y cuando no hacemos una entrevista, o la hacemos, o si le dedicamos más o menos páginas a una película o festival, lo hacemos teniendo en cuenta el interés que despierta cada cosa en la redacción, y dialogamos y debatimos. No es fácil ordenar a 30 personas, y a veces amenaza el caos. Y preferimos la posibilidad, a veces probabilidad, del caos, incluso de las contradicciones, a movernos en la constrictiva obsesión de la línea editorial prístina. Diversas paranoias externas, tal vez azoradas frente a la continuidad de esta revista, siguen imaginando ajustes de cuentas, ninguneos, favores, persecuciones y guerras del cerdo.
Cansan un poco los relatos sobre la guerra del cerdo que no son los de Bioy Casares o Torre Nilsson. La paranoia full-time de la edad y desde cualquier ángulo resulta ridícula. Y la separación en generaciones dentro de esta revista, un poco difícil de entender; tal vez me esté poniendo viejo. En El Amante convivimos los de treinta y pico con los de veintipico con los de más de cincuenta, se discute, se polemiza, y participan los que tienen veinticinco y se visten con remeras de grupos de rock estridente y los que tienen cincuenta y usan chombas con imágenes de Troilo y Grela estampadas con brillantina. Los más nuevos, los menos nuevos, los que están hace casi una década y los que cumplieron quince años en esta revista se defienden solos con cada texto que escriben, y los textos, en El Amante, suelen ser, con pertinaz asiduidad, mucho más que reseñas. Son críticas, y en muchas de ellas hay ideas para discutir no solamente la película en cuestión sino también tendencias del cine y, en ocasiones, hasta otros asuntos. Y estas críticas, además, suelen porfiar en la búsqueda de una escritura menos pobre que la que aparece en buena parte de las páginas de los medios masivos. Muchas veces se fracasa, pero no se podrá decir que no buscamos, con muchos desvaríos, con no poca arrogancia y, cada tanto, con algún acierto. En la diversidad de opiniones y visiones que conviven en esta revista, hay algo que une a la mayoría: es preferible el riesgo de equivocarse a permanecer en la medianía, en el sopor, en la repetición de lo que piensa la comunidad de los críticos de la "elite" internacional. Hoy, en un remedo de uno de los pecados capitales de la crítica acuñados por Truffaut, si se supone que alguien "descubrió" a algún director en un festival, enseguida salen otros a superar al primero en hipérboles, y en pocos días alguien sin trayectoria, con incierto futuro y aun más incierta permanencia en el recuerdo, se convierte en el receptor de elogios obligados durante un par de temporadas, o semanas. Mientras tanto, los lectores asisten perplejos a esta pornográfica caza de la obra maestra. Y, parafraseando a Godard, ya hay riesgo de inflación porque hay demasiados "grandes maestros", demasiados "grandes autores" con trayectoria de dos películas, demasiados "grandes experimentos vanguardistas", demasiados "grandes y puros e irreductibles e intransigentes cineastas". El cine y la crítica pueden ser menos solemnes y menos preocupados por consagrar a las apuradas supuestas novedades absolutas. Y pueden ser más placenteros.
Repetimos: la nota de Batlle se responde con mayor detalle en la página 8. Debemos reconocerle a Batlle, sin embargo, el acicateo, que ayudó, junto a las películas del mes, a impulsar varias páginas de notas en este número.
Cine argentino y personajes
El otro, de Ariel Rotter, es una película que puede tomarse como ejemplo de otra tendencia preocupante del nuevo cine argentino (Noriega escribió sobre la tendencia a la solemnidad en el número 174). El otro no es obviamente la única, pero sí un ejemplo bastante notable de estreno reciente y, hasta el momento, la máxima ganadora argentina de 2007 en festivales (dos premios oficiales en Berlín). Y además, defendida por parte de la redacción de esta revista. En El otro, Julio Chávez interpreta a Juan Desouza. Y Juan Desouza es un personaje mínimo, que descansa en que lo interpreta Chávez, actor que se ve obligado a lograr calidez sin bolsas de agua caliente y casi sin fósforos. Juan Desouza es el hombre sin atributos. Un hombre que tiene un padre moribundo y que espera un hijo. El otro nos cuenta un viaje de Desouza en el que le pasan algunas cosas. Pero no es sobre las pocas cosas que le pasan a Desouza que quiero llamar la atención, sino sobre el propio Desouza. Desouza no tiene gustos, no tiene opiniones, no tiene manías, casi no tiene características particulares. Tener un padre que en algún momento se muere y tener un hijo, sobre todo lo primero, son hechos bastante extendidos entre los seres humanos. Es verdad que Desouza prefiere una mujer a otra y que miente un poco. Pero todo –la preferencia, las mentiras– se relaciona con sí mismo. Ya se trate de Desouza o de El otro que se inventa, el mundo no parece interesarle al personaje. Ni a este personaje de la película de Rotter ni a tantos otros del nuevo cine argentino. A estos personajes les pasan algunas cosas, a veces intensas, muchas veces no. Pero tienen pocas características, pocas manías, pocas opiniones, pocas peculiaridades, o nada de nada. Extraño, El custodio, Nacido y criado, Cuatro mujeres descalzas, por poner algunos otros ejemplos, son parte de esta tendencia. Son películas que dependen de los detalles y que no consiguen delinear personajes en los que importen los detalles. No se trata necesariamente de malas películas. Incluso tal vez sean películas que tengan razón, que muestren unos personajes así de vacíos porque "así es la vida ahora". Pasolini, desde su texto "Contra Eisenstein", vuelve a gritar: "No basta tener razón y ser héroes para estar vivos". Las posibilidades de encontrar héroes en el cine argentino son bastante pocas: murió Bielinsky, extrañamos a Aristarain desde Roma, Szifrón o Enrique Piñeyro proponen héroes y son amonestados no sólo por la construcción de esos héroes sino también por el mismo atrevimiento de siquiera plantearse la posibilidad de construirlos. Es difícil decir si Desouza tiene o no tiene razón, es imposible discutir con alguien que no dice nada. Pero concedamos que todos estos personajes como Desouza tienen razón. Sin embargo, no están vivos, como sí lo estaba El Rulo de Mundo grúa. Las tendencias minimalistas en el cine argentino, que fueron sanas reacciones contra las películas recargadas (un ejemplo: Una sombra ya pronto serás, de Héctor Olivera, 1994), se han vuelto exageradas, perversas, asfixiantes, y atentan contra la creación de personajes que valga la pena conocer. Hay una tendencia a etiquetar tenuemente al personaje: es abogado (apático), es biólogo (apático), es médico (apático), es custodio (apático), es desocupado (apático), es un apático (desinteresado). Muchas películas argentinas parecen darse por satisfechas con la mera indicación de profesión u oficio del personaje. El cine de ficción de Rejtman, con sus personajes mañosos, obsesivos, se va convirtiendo en la máxima de las excepciones del nuevo cine, y esperamos que vuelva a dirigir pronto; y que otros que construyen personajes más pasionales y apasionantes, como por ejemplo Lucrecia Martel, Ezequiel Acuña y Adrián Caetano, vuelvan a filmar. Y que la ferretería familiar vuelva a inspirar a Trapero. No se trata, sin embargo, de hacer un listado de películas y directores con personajes interesantes y otros con personajes borrosos, olvidables. Más bien se trata de señalar, por si sirve para algo, aunque sea para comenzar a discutir, un peligro, una correcta y prolija desidia vital que logra premios europeos y críticas positivas, partiendo de la base –que podríamos aceptar– de que "la película no está mal". Puede ser, pero el vacío de los personajes se hace cada vez más evidente, la desnudez está empezando a quedar demasiado expuesta. El minimalismo vació la casa del viejo cine, tiró los trastos y dejó las paredes y los pisos limpios. Ya vimos los ambientes vacíos. Ahora pongan muebles.
Aunque no está de moda defender a Truffaut (sí está de moda decir "¡Godard!" y zanjar discusiones), no estaría mal revisar las películas sobre Antoine Doinel. En El amor en fuga, la última de la serie y que incluye fragmentos de los tres largos y el corto anteriores, el personaje se define por decenas de características como: recordar la fecha de su casamiento porque fue en el día de San Néstor, estar en contra de sonarse la nariz con pañuelo de papel, conmoverse y excitarse porque alguien forra un libro con papel de diario, leer libros (en El hombre robado, de Matías Piñeiro, se lee, pero es cada vez más una excepción, casi nadie lee en el cine; Desouza viaja en micro y no lee). Hay muchos personajes en el cine argentino actual, y en el cine del mundo, que no prefieren nada, que pueden intercambiarse la nacionalidad, que no se diferencian unos de otros. No estamos pidiendo dulce de leche y obelisco, sino algún rasgo que los haga emerger de entre la borrosa monotonía; aunque sea que se nieguen a lavar autos, como Don Johnson en Zona caliente, de Dennis Hopper.
Quizás toda la culpa no la tengan las películas, y eso es más inquietante. Los personajes que dicen poco, que miran poco, que opinan poco, que se aburren, que transitan por sus tenues vidas con indiferencia, están por todos lados. Tal vez su presencia cinematográfica sea la expresión de un promedio, es decir, de cómo ven el mundo hoy los de treinta y pico, los de veintipico, tal vez los de cuarenta y pico. O más bien de cómo se niegan a ver el mundo, de cuán desganados están, de la apatía cínica que todo lo tiñe. Pero lo más preocupante es que ese desgano y ese desinterés se dan por sentados en las películas, no son observados como extraños; son "normales", son un dato más del paisaje. Se aceptan, como si el cine hubiera recibido una mancha de aceite llamada Antonioni, o –perdón por el término– llamada antonionismo. (Hay que decir, sin embargo, que vistos frente a muchas películas actuales, los personajes de Antonioni parecen comunicativos y dicharacheros.)
Un cineasta argentino difícil de ser acusado de antonionismo es Daniel Burman. En sus dos últimas películas, El abrazo partido y Derecho de familia, se nota un mayor ajuste narrativo que en sus tres películas anteriores. Y Derecho de familia es más prolija, más tersa, que El abrazo partido. Esta última, más desmañada, tenía un protagonista más extrovertido. El Ariel Makaroff de El abrazo partido era más movedizo que el Ariel Perelman de Derecho de familia. Burman sin duda intenta hacer un cine de personajes particulares, y es llamativo cómo en Derecho de familia el apático Perelman (h) busca algo aunque no sabe bien qué: Ariel, a los treinta y pico, observa a su padre, tal vez para ver por qué su padre está mucho más vivo y es más apasionado que él. El padre tiene costumbres ("des habitudes", diría el mañoso Antoine Doinel), y no está ni aburrido ni cansado del mundo. Tal vez en Derecho de familia pueda verse la mirada de un director que sabe que hay que llenar ese vacío del que hace gala El otro. Y que lo logra, aunque sea en una pequeña parte. Si alguien comparó a Burman-Hendler con Truffaut-Léaud, por ahora no es más que una expresión de deseos, de buenos deseos.
Buenos deseos tenemos para el cine argentino. Ojalá los personajes de Nanni Moretti nos llamen la atención con su civismo político, con su civismo del calzado, con su civismo cinematográfico y hasta deportivo. Y que la vitalidad de Antoine Doinel nos despierte de una buena vez del sueño del cine apático para que haya más películas que tengamos ganas de volver a ver. Mientras tanto, en esta revista poblada de gente que se interesa, que no se aburre, de pasionales, varios contradicen estos planteos, y otros dicen que unas películas son buenas e interesantes y que otras –o las mismas– son flojas y olvidables. No podrán decir que no preferimos algo, que somos apáticos, que huimos del cine y del mundo, o que huimos del mundo refugiados en el cine. Sí que no nos ponemos de acuerdo (bueno sería, ¿sería bueno?). Seremos erráticos y errantes, pero somos pasionales; somos los amantes, los novios errantes.
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La fiesta ha terminado.
Todavía aguanto, Mariano. En Luxemburgo, donde vivo. Y escribo. Ficción. Publicada: La cruz del sur, La cita. <br /> Y a veces, poco, un comentario sobre cine. En El Amante de marzo hay una después de muchos años. <br /> No sé quién sos pero tu interés obliga. <br /> Un abrazo<br /> Roberto
Hola. Sé, dolorosamente, que Tarruella ha muerto. Pero he perdido la pista del rastro de Roberto Pagés. ¿Está vivo, aún? ¿Está escribiendo en algún lado, si lo está? Desde ya, muchas gracias.
Querido colega, <br /> Agradezco que se recuerde y se haga este homenaje a una epoca inolvidable, para tantos, de la critica de cine en la Argentina.<br /> Un fuerte abrazo a todos, especialmente a Gustavo Castagna, un querido amigo que (espero) estè siempre en la revista.<br /> Desde Roma,<br /> diciembre 2008<br />