Intelectuales y bohemios: elegía para una raza en extinción

Entre el espíritu de la nouvelle vague francesa, la oda a una Buenos Aires erudita y noctámbula que tiende a desaparecer y la mirada corrosiva sobre un matrimonio de intelectuales cincuentones, Filippelli construye una película sofisticada, pero que sufre por sus desniveles actorales y un tono por momentos demasiado críptico.

Música nocturna (Argentina/2007). Dirección: Rafael Filippelli. Con Enrique Piñeyro, Silvia Arazi y Horacio Acosta. Guión: Rafael Filippelli y David Oubiña. Fotografía: Fernando Lockett. Música: Adrián Iaies. Edición: Alejo Moguillansky. Dirección de arte: Marina Califano y Clara Picasso. Duración: 83 minutos. Apta para todo público. Salas: Hoyts de Abasto, Cinemark Palermo y Gaumont. El micromundo de Rafael Filippelli (intelectuales melancólicos y algo insatisfechos, sobrevivientes de la bohemia sesentista, noctámbulos de bares con un vaso de whisky siempre al alcance de la mano, expertos en teatro, en música clásica y en literatura) alcanza aquí su máxima expresión.

Un escritor que parece nunca va a terminar la Gran Novela de su vida y su esposa (una autora teatral a punto de estrenar) conviven aceptando códigos y obsesiones comunes, neurosis varias y traumas ajenos, pero en el fondo se percibe una sensación, una latencia de permanente incomodidad bastante cercana a la rutina, al hastío y el hartazgo.

Película para iniciados (está lleno de cameos de amigos de la intelectualidad progre vernácula, de citas más o menos pretenciosas a Robert Bresson o a Olivier Messiaen, algo de Cassavetes y de Bergman y mucha música de Schubert), Música nocturna es un relato bello, climático, elegante y en muchos pasajes entrañable, pero que pierde parte de su encanto y de su eficacia por los desniveles actorales (sólido trabajo de Enrique Piñeyro en plan Bogart y no así el de una insufrible Silvia Arazi).

Estamos, entonces, frente un pequeño universo cerrado y autosuficiente, que algunos pueden encontrar demasiado críptico, erudito o autoindulgente y otros, en cambio, lo más cercano que el cine argentino puede llegar a estar del espíritu y la sofisticación de cierta nouvelle vague francesa. Pero, más allá de ese posible parentesco o filiación, se trata de un Filippelli auténtico: un mundo propio y reconocible. En el cine de hoy, no es poca cosa.