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La crisis de la ficción
Se dice que es muy cara, que no hay buenas historias, que conlleva demasiado riesgo. El legado de Los simuladores y Okupas se ha perdido. La ficción está en caída libre y la TV prefiere manipular los realities. La homogeneidad le ha ganado a la singularidad.
Esto de la falta de guionistas me reaparece cada vez que leo que el problema de la televisión argentina es que no hay ficción. Y yo sé por qué anudo una cosa con la otra: porque lo que está ahí, latente, reactualizándose, es la vieja cuestión de que "no se cuentan buenas historias" y que eso alcanzaría para equilibrar las supuestas banalidades y desechos que la televisión provee. Esto abre varias líneas diferentes.
Por un lado, creo que, en todo caso, la ficción hoy sigue estando, pero en los realities y en los programas de competencias. Aunque suene a paradoja o a juego de palabras ingenioso: cuanto más reality más fiction ¿Cuántas de esas peleas están guionadas y previstas por los productores, cuando arman la "hoja de ruta" de la emisión del día? O más aún: ¿cómo no pensar en una organización más propia de la ficción, cuando se decide que el programa lo abre tal personaje y se le da más espacio a otro, a quien le proveyeron de textos, chistes o simplemente le sugirieron que ataque a tal otro?
Si en Gran Hermano la producción le propone actividades a los cautivos es para producir determinados efectos dramáticos, y esos efectos muchas veces revelan suspicacias en relación a si no fueron acordados con los productores del programa, o inclusive en los mismos contratos. Así como un actor firma un contrato por un personaje para una tira de ficción y decide abandonarla si los cambios del desarrollo empujan a su personaje en otra dirección de la acordada, así, análogamente, ocurre con un participante de un reality o un concursante de un programa de competencia. No se puede seguir cultivando la idea ingenua de la cámara que los espía, cuando todos son tan concientes de su presencia. Se acepta un código, por convención: igual que con la ficción.
Por otro lado, los directivos, gerentes de programación o productores asociados dan a entender que la ficción exige una complejidad de producción que está por encima de lo que la televisión puede invertir en ella. Pareciera tener lógica si se piensa en guionistas, actores, maquillajes, continuidad dramática y decorados, siempre y cuando se piense en un solo tipo de ficción, y no, por ejemplo, en las repeticiones de ciclos de ficción que lo gerentes de programación dictaminaron como "caros" para los estándares de la TV argentina, pero que se repitieron muchas veces y otra tantas fueron lo más visto del día en su segunda, tercera o cuarta repetición, como ocurrió con Los simuladores, la tira de ficción dirigida por Damián Szifrón.
Justamente, Los simuladores era un ovni en la televisión no tanto por ser mucho más caro que cualquier otro ciclo de ficción de aquel momento, sino porque estaba generado desde afuera de la televisión. Szifrón tenía el control artístico del programa y ese control lo atrincheraba, le impedía que por cuestiones de competencia con otro canal un personaje cambiara o se retrasara un desenlace.
Y ese desde afuera me parece, a esta altura, un rasgo fundamental, sobre todo si se lo compara con el otro gran ciclo que también renovó la ficción semanal de la televisión argentina en esta década: Okupas, dirigido por Bruno Stagnaro. Si bien Okupas fue producido por Ideas del Sur, la empresa de Marcelo Tinelli, el programa salió por Canal 7, y mostró una potencia dramática y una visceralidad en su abordaje del realismo completamente ausentes de la televisión local desde hacía muchísmos años. Como si su lugar en la televisión abierta estuviera elípticamente cifrado en su título, Okupas también fue un proyecto generado desde afuera de la televisión, distante de vicios como la sistemática publicidad no tradicional, lo ejemplificador como supuesta estrategia inefable para capturar a toda la familia o los actores a quienes hay que inventarles papeles e incluirlos porque tienen contrato de exclusividad con el canal.
Tanto Los simuladores como Okupas debieron batallar con el medio de distintas maneras, soportando cambios de horario, padeciendo el desdén del propio canal en su difusión dentro o fuera de los márgenes de su programación, o impidiendo que las experiencias tuvieran una continuidad menos tirante, con condiciones de producción más benévolas. Pero es quizás su condición de programas generados desde afuera lo que permitió su blindaje.
Dos apuestas como Los simuladores y Okupas hoy parecen imposibles no sólo porque la televisión cada vez está menos dispuesta a aceptar con los ojos cerrados proyectos "externos" en donde no haya una sinergia con los otros contenidos del canal sino también porque requieren otros tiempos que los acelerados de la televisión actual, obligándola a funcionar como un estudio de producción al viejo estilo, que trabajaba varias líneas e iba modelando y esperando que los proyectos maduraran y adquirieran su propia singularidad para recién después lanzarlos. Ante esa opción de los "autores", la televisión argentina elige inyectarle ficción a los realities porque allí puede irse de línea, eliminar un personaje, hacer entrar a otro, adormecer dramáticamente una semana, embrutecerlo o sexualizarlo sin que esas decisiones tengan el menor efecto sobre la audencia ni sobre la verosimilitud del programa. No es un problema de dinero o de pereza de los programadores, como quieren hacernos creer muchos periodistas que se ocupan de la televisión sino de otra dicotomía, mucho más densa y compleja, y que no incumbe solo a la televisión: singularidad vs. homogeneidad.
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