Críticas
Muerte en un funeral, de Frank Oz
La muerte le sienta bien
Una pequeña y mordaz comedia negra con un humor bien inglés que se ríe de los prejuicios, de la hipocresía y hasta de la muerte. Nada más (y nada menos) que eso es lo que propone este film con el sello de ese gran cultor del género que es Frank Oz.
Lo que escasea (y se extraña) en las salas argentinas son las pequeñas buenas películas, esos films nobles y eficaces que no tienen presupuestos holgados, estrellas rutilantes, moralejas importantes ni ambiciones artísticas desmedidas. Muerte en un funeral es uno de esos extraños casos de largometrajes en extinción: una comedia negra, bien inglesa (el humor británico, se sabe, es muy diferente del norteamericano), que utiliza el pretexto de un funeral (o sea, el imperio de la solemnidad religiosa, de la corrección política y de la congoja familiar) para reirse de los usos y costumbres, de las rigideces y conservadurismos, de la hipocresía y el cinismo, de las apariencias que engañan y los engaños aparentes, del qué dirán y del qué decir.
La negrura y acidez, pero también la sensibilidad y la empatía para con sus atribulados personajes no es de extrañar si se tiene en cuenta que el director de Muerte en un funeral no es otro que Frank Oz, inglés, judío, de 63 años, con una larga historia ligada a Plaza Sésamo, a Los Muppets y a Star Wars (fue el creador de la voz de Yoda), pero también a la dirección de comedias (desde La tiendita del horror y ¿Qué tal, Bob? hasta ¿Es o no es? y Bowfinger, el director chiflado) en las que se ha reido de todos y de todo.
Muerte en un funeral es una típica comedia coral de enredos, con situaciones absurdas (un contenido abogado en trance por la ingestión de un ácido, un enano gay que intenta exorsionar a la familia del difunto con unas fotos comprometedoras), con buen timing para el gag físico y para el diálogo punzante, con un elenco de buenos actores con talento para el humor irreverente, que no le tiene miedo al ridículo y que, por eso, casi nunca cae en él.
Algunos podrán decir que hay en Muerte en un funeral algo de déjà vu, que a esta altura en el universo de la comedia costumbrista-familiar ya está (casi) todo inventado. Y, en ese sentido, puede que este guión de Dean Craig sobre los celos, las envidias, las neurosis, los miedos, las humillaciones y la avaricia no sea una apuesta demasiado audaz e innovadora, pero es difícil percibir en los 90 minutos del film alguna nota falsa o desafinada.
Frank Oz es, a esta altura, un resistente del slapstick, uno de los últimos mohicanos de la comedia clásica, que no por eso resulta rancia o demodé. Por eso, aunque no alcance grandes alturas, aunque esté lejos de resultar sublime, este film es digno de la más fervorosa de las reivindicaciones. Un director al que hasta incluso el tema de la muerte le sienta muy bien.
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