Críticas

El tiempo, de Kim Ki-duk

La obsesión por la belleza

El director de Hierro-3 cuestiona los efectos nocivos que, tanto en lo íntimo como en lo social, provoca la dictadura de la imagen y del cuidado corporal, a partir de la historia de una joven dispuesta a cambiar completamente su rostro con tal de recuperar la pasión de su novio
Estreno 24/05/2007
Publicada el 30/11/-0001
El tiempo (Time, Corea del Sur-Japón/2006). Guión, edición y dirección: Kim Ki-duk. Con Sung Hyun-ah y Ha Jung-woo. Fotografía: Sung Jong-moo. Música: Noh Hyun-woo. Dirección de arte: Choi Keun-woo. Distribuidora: Distribution Company. Duración: 97 minutos. El prolífico e inclasificable director coreano se ocupa en su décimotercera y anteúltima película del culto (la dictadura) de la belleza y cómo esa obsesión por el cuidado exterior ha modificado para siempre la autoestima del ser humano y, por lo tanto, la forma en que puede relacionarse con los demás.

El eje del conflicto es la decisión de una joven mujer (bastante atractiva ella) de someterse a una cirugía estética para cambiar por completo su look como forma de recuperar la atención completa de su pareja y de superar un profundo ataque de celos y de inseguridad. "Seguro que estás cansado de ver siempre el mismo cuerpo", le dice a su novio en un encuentro íntimo previo a su paso por el quirófano.

Las cosas (como en toda inquietante fábula sobre las miserias contemporáneas) no resultan como la protagonista lo había soñado y el film se torna cada vez más negro y desesperado, en línea con otro reciente retrato sobre el tema como Dumplings, de Fruit Chan.

De todas maneras, el resultado final de la película está un poco por debajo del provocativo planteo inicial, ya que –como ocurría en algunos de sus trabajos previos- Kim Ki-duk cae en situaciones melodramáticas demasiado extremas y explícitas; y no alcanza a transmitir en toda su dimensión las contradicciones y fantasías de sus critaturas.

Más allá de sus altibajos y subrayados, siempre es interesante conocer la evolución de un director que, como Kim Ki-duk, jamás se encasilla y que, en cambio, se arriesga en cada uno de sus nuevos trabajos. Reverenciado en el circuito internacional de festivales (su más reciente film, Breath, compite por estos días en Cannes) y escasamente popular en su país, se trata de un realizador en permanente mutación y, por lo visto, más proclive a subyugar al público de otros países que a sus compatriotas, pese a que su mirada está puesta en historias propias de la realidad coreana.


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