Festivales
La vuelta al mundo en 40 películas (Nota 1 de 4)
Por Fernando E. Juan Lima, desde Toronto
El maratónico (casi 400 films) y al mismo tiempo amable y disfrutable festival canadiense ofreció de todo: desde los glamoroso títulos “oscarizables” hasta lo mejor visto en Berlín, Cannes, Locarno y Venecia. En esta primera entrega de 10 críticas se analizan, por ejemplo, los nuevos trabajos de Lav Diaz (From What is Before, foto), Roy Andersson, Shinya Tsukamoto, Martín Rejtman, Mia Hansen-Love y Johnnie To, mientras que en los próximos tres textos habrá críticas de Hong Sang-soo, Pedro Costa, Hal Hartley, Takashi Miike, Sion Sono, Kevin Smith y Noah Baumbach, entre muchos otros. Pasen y lean.
Publicado el 22/9/2014
Debut personal en este festival, en primer término corresponde destacar su carácter amable y festivo. El hecho de que no posea una sección oficial competitiva infunde a los participantes un ánimo relajado, que se nota en los momentos de las preguntas y respuestas tras las proyecciones, que suelen ser mucho más interesantes que las conferencias de prensa. Es que ese ánimo más "de entrecasa" que permea toda la muestra hace que en estas conferencias se reproduzcan instancias de una suerte de competencia para ver quién es más divertido y ocurrente (pero de cine, o de la película en cuestión, poco y nada). A las avivadas al estilo de Caiga quien caiga se suma lo que para los realizadores o actores parece como una necesidad de entrar en ese tono para salir airosos de la contienda. En algunos casos el momento de humor parece genuino, aunque en la mayoría se advierte lo forzado de la situación, el carácter obligatorio de esta nueva contraprestación que pareciera ser el fruto de una cláusula en el contrato firmado con la productora: "El contratado deberá parecer cool y relajado en el Festival de Toronto. Al menos 5 chistes y 3 one-liners deberán descerrajarse en cada encuentro con la prensa". En fin, que así parecen ser las cosas. Y ello contrasta con las preguntas del público, al que sí parecen interesarle las películas y sus realizadores, y que suele plantear asuntos muy pertinentes e interesantes.
Lo expuesto en relación con la prensa quizás tenga que ver con uno de los componentes de este festival, que es el de su existencia como instrumento de lanzamiento de películas comerciales, en su mayoría, de Hollywood. Es que el TIFF funciona en tres niveles:
1) Como plataforma de lanzamiento, movida publicitaria que acompaña a los tanques que se estrenarán en lo que queda del año (escribo estas líneas en Washington, tras el festival, donde todos los estrenos de la semana en esta ciudad pasaron por Toronto).
2) Antesala de la temporada de premios, en los que la "crítica especializada" y el gran público testea las películas que formarán parte del menú que presentarán los Globos de Oro y el Oscar.
3) Como encuentro de las películas más renombradas en los grandes festivales internacionales de cine acaecidos en lo que va del año (Berlín, Cannes, Locarno, Venecia, etc.).
En una menor medida, pero cada vez más creciente, también debe hablarse de una cuarta categoría, que es la que tiene que ver con la presentación en carácter de estreno mundial de algunas películas. El hecho de no tratarse de una muestra competitiva constituye un desincentivo para quienes están tras la realización de un film. Así y todo, el prestigio y la visibilidad global alcanzados por el festival hacen que, año a año, sean cada vez más las películas que prefieren tener su primera experiencia ante el público y la crítica aquí antes que en los prácticamente coetáneos festivales de Venecia y San Sebastián.
Con cerca de 400 producciones para ver en 28 salas, con una organización que permite casi siempre acceder a las proyecciones sin colas extenuantes, las posibilidades de ver muchas muy buenas películas superan las habituales en otros festivales. Es que sólo con ir a lo seguro, a las realizaciones de aquellos directores que nos interesan o que queremos saber qué están haciendo, con prestar atención a lo que fue premiado o ponderado en los festivales de cine de este año, tenemos un menú asegurado de cuatro películas por día, con un relativamente bajo riesgo en cuanto a la chance de dar con un bodriazo. En fin, que después de una edición del Festival de Cannes especialmente decepcionante este año, eso no es poco.
Pero basta de prolegómenos y vayamos a las películas (por estricto orden alfabético). Sólo una última aclaración: sin la necesidad impuesta de ver aquellas realizaciones que seguramente tendrán estreno comercial en nuestro país, me concentré casi exclusivamente en aquellos films que, en el mejor de los casos, sólo podremos ver en festivales o ciclos (es decir, aquellos que no nos dejan ver en las salas comerciales). También queda decir que no volví a ver algunas películas a las que hubo acceso en nuestro país (Aire libre, de Anahí Berneri; Journey to the West, de Tsai Ming-liang; Relatos salvajes, de Damián Szifrón), ni muchas de las que había podido ver en el Festival de Cannes (Amour fou, de Jessica Haussner; Bird People, de Pascale Ferran; Adieu au langage, de Jean-Luc Godard; Maïdan, de Sergei Loznitsa; A Girl at my Door, de July Jung; Charlie’s Country, de Rolf de Heer; Foxcatcher, de Bennett Miller; Girlhood, de Céline Sciamma; Leviathan, de Andrey Zvyagintsev; Mommy, de Xavier Dolan; Mr. Turner, de Mike Leigh; The Owners, de Adilkhan Yerzhanov; Réspire, de Mélanie Laurent; Still the Water, de Naomi Kawase; la multipremiada en La semana de la Crítica, The Tribe, de Myroslav Slaboshpytskiy; Xenia, de Panos H. Koutras; Turist, de Ruben Östlund; Deux jours, une nuit, de los hermanos Dardenne; la ganadora de la Palma de Oro, Winter Sleep, de Nuri Bilge Ceylan). En fin que la oferta parece interminable.
1- A Hard Day, de Kim Seong-hun ★★★★✩
Una nueva muestra del gran estado del cine surcoreano en cuanto a su acercamiento al cine de género. Tras su paso por la Quincena de los Realizadores (posiblemente lo mejor de allí este año, si no tomamos en cuenta la excelente miniserie P´tit Quinquin, de Bruno Dumont), el TIFF ha tenido el tino de programar este policial cargado en iguales partes de acción y humor. El ritmo trepidante y una sucesión de vueltas de tuerca nos llevan de lo que parece en principio un "hit and run" protagonizado por quien luego descubriremos que es un policía corrupto, para mutar en una comedia de humor negrísimo y una historia de múltiples ocultamientos y persecuciones. La consigna tiene que ver con estirar el verosímil hasta el límite, para generar instancias de ese disfrute básico, esencial, que nos proporciona la acción física cuando alcanza este grado de eficacia y belleza. La había visto en el Festival de Cannes y no pude dejar de verla de nuevo.
2- Alive, de Park Jung-bum ★★★½
El director de Journals of Musan, que levantó mucho revuelo y generó expectativas en torno a una nueva ola de cine surcoreano que se hiciera notar más allá de los géneros, vuelve con una historia de descastados, tal como sucedía en su película de 2010, en la que seguía los problemas de un refugiado de la vecina Corea del Norte. En una remota ciudad en la montaña, el protagonista intenta sobrevivir con su hermana y su sobrina. El sueño de una vida mejor no parece sino una quimera inalcanzable en un devenir marcado por la desgracia. Los problemas psicológicos de su hermana (su vía de escape tiene que ver con tener relaciones sexuales con todos los lugareños y todos los que alguna vez pasan por el pueblo), la incertidumbre de su sobrinita en torno a la figura de su padre y los problemas que surgen para conseguir trabajo van empujando a los personajes al límite de su dignidad. La cámara urgente y la realidad que se impone nos hablan de una Corea del Sur que si no fuera por la presencia de cierta tecnología parecería anclada en el Siglo XIX. Park nos muestra esa realidad pero no se ensaña con sus criaturas. Hay límites que no serán vulnerados, existe una esencia que es imposible traicionar.
3- A Pigeon Sat on a Branch Reflecting on Existence, de Roy Andersson ★★★★★
La tercera parte de la trilogía que se conforma con Songs from the Second Floor (2000) y You, the Living (2007), aquí conocida como La comedia de la vida, justifica con creces el León de Oro conseguido en el Festival de Venecia. Entre el deadpan y el nonsense, con un tono de aparente no-actuación que dialoga perfectamente con la paleta de colores muy apagados, esta es -hasta ahora- la mejor película del director sueco posiblemente más renombrado desde Ingmar Bergman. Desde los “corredores de chascos” hasta el rey de Suecia Carlos XII, las historias se hilvanan en un devenir surrealista, cargado de humor (a veces bastante oscuro) y una crítica mirada de la realidad actual.
4- Cub, de Jonas Govaerts ★½
Exponente del terror belga, las influencias se reproducen: de las slasher movies a El hombre lobo, de La masacre de Texas a El espinazo del Diablo. La presencia de un chico con algún tipo de problema (que advertimos pero desconocemos) en un grupo de boy scouts que decide acampar en un inhóspito bosque donde se dice que habita un niño lobo no es un mal comienzo. Lástima que no hay mucho más que esa idea en esta anodina película.
5- Don't Go Breaking My Heart 2, de Johnnie To ★★★★✩
En esta secuela que puede disfrutarse sin haber visto la primera parte, To nos trae otro extraño experimento que dialoga de algún modo con la búsqueda de Blind Detective. Si allí la discapacidad y los "superpoderes" del protagonista eran el vehículo tanto para el slapstick como para la reflexión en torno a la percepción, el embalaje de esta comedia romántica contiene una explosiva carga que se vincula con los vínculos laborales y la relación con lo que se entiende como éxito. Así, la música y la apariencia episódica remiten a las comedias blancas que todavía se hacían a fines de los ‘60 y principios de los ‘70, aun cuando la construcción de los planos y las ideas visuales son las del siempre sorprendente director de Breaking News y Election. La manera en que la pareja protagónica se comunica de edificio a edificio tiene que ver con esas genialidades como la de los juegos con las linternas en una escalera en PTU. Puro placer visual. Para destacar en cuanto a las particularidades de esta búsqueda: la química no se acentúa en la pareja sino en aparentes variantes para sus protagonistas, que conforman una especie de retorcido doble triángulo. Y no hay siquiera un beso. Está claro que To puede hacer lo que quiera.
6- Dos disparos, de Martín Rejtman ★★★★½
El regreso de Rejtman al largo de ficción lo encuentra en su mejor forma. Su clásico tono actoral se multiplica en su película más derivativa, planteada casi como una carrera de postas, en la que una historia sigue hasta que se agota y continúa con la siguiente. Claro que existe una conexión entre los personajes. No estamos ante una película episódica sino ante un tipo de construcción narrativa diferente. Un día, quizás porque no puede soportar más el calor, el protagonista se pega dos tiros. Pero no termina muerto. De allí a la deriva familiar, a retomar el cuarteto de vientos, a los viajes a la costa o al secuestro de un perro, tenemos la impresión de que Rejtman no puede no jugar con el humor. Y eso le sale muy bien.
7- Dragon Inn, de King Hu, y My Darling Clementine, de John Ford ★★★★★
Copias perfectas, con todos los colores donde corresponde o en “más realista” blanco y negro. ¿Cómo es que, DCP mediante, no podemos volver a ver en cine -como corresponde- estas joyas en la Argentina? Otro punto altísimo del TIFF.
8- Eden, de Mia Hansen-Love ★★★★½
En El padre de mis hijos, la directora se atrevía a matar al que parecía protagonista absoluto de la película en la mitad de su metraje. Allí, esa desaparición abrupta era la manera de hacer más evidente la ausencia del padre y su impacto en la familia. Ahora, el desafío sensorial viene por el lado de lograr entrar en la deriva vital de un joven que se dedica a la música garage (una particular mezcla de electrónica y soul, nacida en Chicago, por lo que se puede apreciar en el film). Sus relaciones familiares y amorosas, el trabajo y la música, la noche y las drogas, el tono de Eden nos sumerge en esa penumbra algo irreal que se parece tanto a un río como a una rave. El montaje rítmico es parte esencial de esta película, que sigue año tras año a un protagonista algo perdido, que sólo parece tener en claro cuál es la música que le gusta (aunque no perciba que ella también, como todas, pasará de moda). Hay algo de vacío generacional en este acercamiento, cuestión que dialoga con la perfecta Boyhood, de Richard Linklater.
9- Fires on the Plane, de Shinya Tsukamoto ★★★½
En una de las mejores ediciones del Festival de Mar del Plata pudimos ver Tetsuo y Bullet Ballet. Posteriormente, nos quedamos algo afuera de Nightmare Detective. Pero este regreso a la trasgresión inicial nos reencuentra con lo mejor de Tsukamoto. Un grupo de soldados japoneses sobrevive en los últimos días previos a la liberación de Filipinas por parte de los aliados, al fin de la Segunda Guerra Mundial. La fuerza de la naturaleza (más cercana a Werner Herzog que a la dimensión mística de Terrence Malick) y el instinto de supervivencia llevan a salvajadas varias, que incluyen la antropofagia. La esencia bestial nipona que tanto se ha encargado de señalar Kôji Wakamatsu.
10- From What is Before, de Lav Díaz ★★★★½
Tras la enorme Norte, the End of History, Lav Díaz vuelve a un tema que evidentemente lo desvela: el trauma causado en Filipinas por el régimen de Marcos. El intento de bucear en las raíces que explicarían el fenómeno (que tiene bastante de síndrome de Estocolmo) adopta aquí un tono elegíaco. Exploración antropológica que se atreve a formulaciones religiosas y políticas, las 5 horas 38 minutos de metraje se siguen como una inmersión en las profundidades atávicas del ser filipino. La belleza de las imágenes en blanco y negro no parecen fruto de un exceso esteticista sino de una documentación de una realidad, tal como sucede con las situaciones inconcebibles en cualquier otro lugar del planeta. Ganadora del Leopardo de Oro en Locarno.
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