Columnistas
Los años de Margaret (sobre “The Handmaid’s Tale” y “Alias Grace”)
Por Griselda Soriano y Luciana Calcagno
Las series de Hulu y Netflix han reflotado el interés por la brillante autora Margaret Atwood.
Mucho se ha hablado de la canadiense Margaret Atwood durante el año que pasó, y esto no solo tiene que ver con un contexto particularmente propicio para que los lectores y en especial las lectoras en todas partes del mundo se vean identificados con los debates cuyas obras abren, sino también con el éxito de las versiones televisivas de sus novelas The Handmaid’s Tale y Alias Grace, de las que también fue supervisora de producción.
Mientras que Alias Grace, producción original de Netflix adaptada por la actriz y cineasta canadiense Sarah Polley (Lejos de ella, Stories We Tell) está disponible en la plataforma desde noviembre, la primera temporada de The Handmaid’s Tale, producida por la plataforma de VoD Hulu (por ahora, no disponible en nuestro país) llegará finalmente a las pantallas argentinas en los próximos meses vía Paramount Channel, y Hulu ya tiene una segunda temporada en marcha (cuya trama se despega de la novela, aunque contará con la asesoría de Atwood), a estrenarse en abril próximo. Además, hace tan solo unas semanas se anunció que Paramount Television y Anonymous Content adquirieron los derechos de su trilogía MaddAddam (compuesta por las novelas Oryx y Crake, El año del diluvio y MaddAddam) y ya está en camino una nueva adaptación.
Todo esto es la excusa perfecta para repasar estas series que plantean un nuevo modo de pensar y narrar a las mujeres, partiendo de una de las voces femeninas que más peso ha cobrado en los últimos tiempos.
Novela de culto y la obra más conocida de Atwood, The Handmaid’s Tale se convirtió, contra todo pronóstico desconfiado, en una de las mejores series de 2017 y una de las grandes ganadoras de la temporada de premios: se llevó ocho Emmys el año pasado, incluyendo los de mejor serie dramática, mejor actriz principal (Elisabeth Moss), mejor guión (Bruce Miller), mejor actriz secundaria (Ann Dowd) y mejor dirección (Reed Morano) en la categoría drama, y repitió los de mejor serie dramática y mejor actriz en los Globos de Oro 2018. Pero más allá de estos reconocimientos -tantas veces irrelevantes- The Handmaid’s Tale es sin duda una serie que merece ser vista, pensada y discutida: no solo porque captura como no muchas series hoy lo hacen cierto “espíritu de la época” y lleva a la pantalla temas y problemas que están en el centro de la discusión, sino porque lo hace sin olvidar que, en la televisión, cuando forma y contenido van de la mano el golpe es mucho más certero.
The Handmaid’s Tale es una distopía terrible. Y, como sucede siempre en la buena ciencia ficción, nada en el universo que construye, proyectado en un futuro cercano, nos resulta ajeno. Porque como cualquier amante del género sabe, en palabras del gran Ray Bradbury (con quien la misma Atwood se hermana cuando se refiere a su obra como “ficción especulativa”), “toda la ciencia ficción es un intento de resolver problemas mientras se finge mirar para otro lado”. Y si prestamos un poco de atención descubriremos que Atwood se ha inspirado en vejaciones reales sufridas por las mujeres en distintos momentos de la Historia: Atwood, quien también es una conocida militante feminista y activista por los DD.HH., declaró hace poco a través de su cuenta de Twitter que “la división entre los derechos de las mujeres y los derechos humanos es una falsa dicotomía. Una de mis fuentes para The Handmaid’s Tale fue la Argentina de los Generales”.
En The Handmaid’s Tale un gobierno teocrático y totalitario ha tomado el poder en los Estados Unidos, ahora Gilead y las mujeres, despojadas de todos sus derechos, han sido reducidas a unas pocas funciones y categorías. Una de ellas es la de la “criada” del título: ante la caída violenta de la tasa de natalidad, las escasas mujeres que no son estériles son reducidas a la esclavitud y “entrenadas” para reproducirse con los jerarcas militares de Gilead a través de violaciones “ritualizada”, cubiertas de eufemismos y gestos codificados que las vuelven aún más siniestras, y de las cuales participan también las esposas de aquellos hombres. La novela y la serie acompañan las desventuras de June, una de estas “criadas”, quien despojada de su identidad y arrojada a un mundo atroz debe encontrar la forma de sobrevivir y de resistir, a la vez que rememora el modo en que la sociedad y su vida se transformaron hasta llegar a ese momento.
Mientras que The Handmaid’s Tale nos habla de un futuro distópico en el que las mujeres no son dueñas de su cuerpo ni pueden tomar decisiones sobre él y son sometidas a innumerables abusos físicos y psicológicos, Alias Grace hace lo mismo pero proyectándose hacia el pasado: Grace Marks, su protagonista, es una inmigrante irlandesa que fue condenada en 1843 por el asesinato de su jefe, Thomas Kinnear, y su ama de llaves. Alias Grace transcurre en apenas seis capítulos de una hora en los que Grace, ya presa, intenta recordar el asesinato de la mano del psicólogo Simon Jordan. La notable interpretación de Sarah Gadon y la dirección de Mary Harron (American Pshycho) son realmente los valores agregados de la adaptación de esta novela de 1996 basada en hechos reales. Una joyita para cinéfilos es la presencia en el elenco de David Cronenberg, como el reverendo metodista que invita a Simon Jordan a analizar a Grace con el fin de lograr su excarcelación.
A lo largo de la serie vemos el maltrato de su padre y de todos los hombres -y mujeres- que Grace se cruza en su devenir cotidiano. Antes y después del crimen, es notable cómo su calidad de mujer la coloca en un lugar de extrema vulnerabilidad en la que, más allá de que sea culpable o no, parece estar condenada casi desde sus nacimiento.
De esta manera, hay un hilo conductor claro en ambas obras que tiene que ver con el maltrato hacia la mujer, tanto en el pasado como en el futuro, una especie de tragedia a la que parece estar sometido siempre el género femenino, aunque en los mundos de Atwood esto no sea fruto de fuerzas insondables sino nada más y nada menos que el resultado de las relaciones de poder que rigen al mundo.
Consecuente con su planteo crítico, en las dos novelas Atwood le da voz a sus protagonistas femeninas, y ambas series retoman este recurso a través de la voz over, con resultados dispares.
The Handmaid’s Tale se centra -principal pero no exclusivamente, pues en algunos momentos la narración se separa de ella para mostrarnos qué ocurre con otros personajes- en el punto de vista de June. Es su subjetividad la que nos sumerge en ese mundo distópico, y es su memoria la que conduce el relato, invitándonos a ir y venir en el tiempo. Se trata de un personaje a la vez frágil y fuerte, dotado de una visión crítica pero también de un profundo deseo de supervivencia, y de un humor inteligente que nunca alcanza a equilibrar el horror al que tanto ella como sus espectadores se encuentran sometidos pero sí dota a la serie de un “tono” más complejo.
En Alias Grace ocurre algo similar: lo más importante no es saber si ella cometió o no el asesinato -ni ella parece saberlo, realmente- sino ver cómo se narra a sí misma; cómo crea un personaje que puede ser ingenuo pero también oscuro, y que va cambiando de forma según quién tenga enfrente.
Pero lo que funciona bien en The Handmaid’s Tale es definitivamente lo que falla en Alias Grace. Toda la fragilidad y la sutileza que la protagonista encarna parece pasar únicamente por los matices actorales de Sarah Gadon. Al estar compuesta principalmente por flashbacks estructurados a partir del relato de Grace, la voz over es el recurso más utilizado. Grace es un personaje ambivalente y es interesante verla construirse mientras se narra, pero a diferencia de lo que ocurre en The Handmaid’s Tale, donde la voz del personaje complejiza lo que vemos, aquí la voz se utiliza para ilustrar lo que ella le exterioriza a Simon: no hay un juego visual entre lo que dice y lo que piensa sino que funciona de una manera lineal. La tensión sexual con Simon, narrada principalmente a través de juegos de miradas y algunas -bastante burdas- ensoñaciones del analista, resulta un recurso de guión bastante evidente, aunque sirve para agregar capas al personaje de Grace.
La serie mantiene el misterio alrededor de la culpabilidad de Grace hasta el último capítulo- que es el más interesante a nivel visual y narrativo-, en el que la ambigüedad de Grace es llevada al extremo gracias a una sesión de hipnosis que nos hace dudar de todo lo que vimos y oímos hasta ese momento.
Tanto en The Handmaid’s Tale como en Alias Grace, la opresión que caracteriza a los mundos ideados por Atwood se construye no solo desde lo narrativo sino también desde lo audiovisual, y este es uno de los elementos que distingue a ambas series. El universo pleno de horrores en que transcurre The Handmaid’s Tale está retratado visualmente con una fría perfección, reflejo del discurso que el sistema totalitario que lo rige pregona. Al mismo tiempo, este trabajo visual refuerza, en su contradicción, la oscuridad de ese mundo “bello” solo en apariencia y absolutamente cruel y despersonalizado, remitiendo a la vez al futuro cercano del que hablábamos antes y a una suerte de pasado victoriano llevado al extremo. Los encuadres son de una simetría claustrofóbica, y el uso del color y la repetición de ciertos elementos que se van convirtiendo de a poco en una suerte de código reflejan ese mundo regido por reglas absolutas cuya ruptura cuesta la vida.
También en Alias Grace la puesta en escena -aunque indudablemente se trata de una producción de una escala mucho más pequeña- es un poco claustrofóbica: la mayoría de la acción transcurre en interiores, más precisamente en interiores de casas, debido a que Grace trabaja siempre como criada, incluso una vez presa: esto hace que al cuarto episodio ya pueda sentirse el agobio de una vida que transcurre entre cuatro paredes. Grace cose, limpia, cocina y lava la ropa: su cotidiano es el encierro y el trabajo doméstico al que fue obligada; primero por su padre, luego por su condición de prisionera. No hay una sola cosa en su vida que Grace haya elegido y este encierro físico y emocional se traduce en una puesta sin mayores pretensiones que se centra en livings y cocinas.
Si Alias Grace, con el misterio que sobrevuela la trama, parece haber sido creada para el binge-watching, The Handmaid’s Tale es una serie bastante difícil de ver, que propone otro ritmo de consumo: no tanto por los temas que aborda (como decíamos, ambas series trabajan con tópicos similares) sino por la tensión narrativa violenta que construye capítulo a capítulo, sostenida por el guion, por supuesto, pero también por el montaje y por el trabajo de sus actrices y actores que le ponen literalmente el cuerpo a ese universo oscuro.
De todos modos, aunque The Handmaid’s Tale es narrativamente más “dura”, ambas series trabajan con la angustia de sus espectadores. Pero no para que solamente se compadezcan de las protagonistas, a la manera del melodrama, sino como un recurso de impacto que invita a la toma de conciencia.
En esto, uno de los aspectos más terribles que plantean ambas series es el peso que cobra el silencio y la simulación en la vida de estas mujeres, obligadas permanentemente a “actuar” ante los demás, en contextos en que ser sinceras puede costarles la vida. Tanto The Handmaid’s Tale como Alias Grace se toman su tiempo para dejar ver el esfuerzo físico y psicológico que esta auto-puesta en escena constante conlleva para ellas, así como el desgaste que provoca estar fingiendo todo el tiempo, y en esto es de destacar el trabajo de ambas actrices protagónicas, capaces de desdoblarse también dentro de la misma ficción.
También el trabajo con distintas líneas temporales se convierte en un elemento fundamental en ambos casos: una de las cosas más angustiantes que tienen ambas series es que no sólo nos presentan la situación terrorífica en la que sus protagonistas se encuentran, sino que le dedican un buen tiempo al racconto de cómo sus vidas, una sucesión de golpes y abusos, físicos y de los otros, las llevaron hasta ese punto. En ninguno de los casos se trata de una desgracia personal, sino de una cuestión sistémica e histórica, cuyas causas -Atwood primero y las series con ella- se intentan desentrañar. En el caso de The Handmaid’s Tale, es en los flashbacks donde la serie se refiere más explícitamente al mundo contemporáneo y se posiciona más abiertamente.
Es imposible, entonces, hablar de Atwood y de sus adaptaciones sin pensar en el feminismo. Pero como hemos intentado desarrollar implícitamente hasta aquí, no hablamos de obras que intentan ilustrar un planteo teórico abstracto sino de narraciones que encarnan concretamente aquello en lo que creen, y que entienden que forma y contenido no pueden separarse.
No sólo ambas series (y ambas novelas) están atravesadas por el punto de vista de sus protagonistas femeninas, sino que todos los personajes femeninos que las habitan, tanto víctimas como victimarias -y la mayoría de ellas son ambas cosas- son personajes de una complejidad y densidad poco habitual en la pantalla, que supera por mucho a la de los personajes masculinos: si bien no dejan de ser parte fundamental de los sistemas de poder que las dos series plantean, no es en ellos en quien está puesto el foco.
En The Handmaid’s Tale, todas y cada una de las mujeres que forman parte de la historia son víctimas de la opresión de un sistema totalitario patriarcal (para observarlo basta con concentrarse en el desarrollo dramático de la principal antagonista, Serena Joy, la esposa del general a cuya casa es destinada June), pero no todas ellas ocupan la misma posición ni están “del mismo lado”. El hecho de que buena parte de las atrocidades que sufre la protagonista sean ejecutadas o apoyadas por otros personajes femeninos no le resta potencia a la crítica que la novela y la serie desarrollan (y esto tampoco debería, a estas alturas, sorprender ni horrorizar a nadie) sino todo lo contrario: al fin y al cabo, nadie puede estar, a priori, exento de un sistema de poder omnipresente y tanto la toma de conciencia como el pasaje al acto requieren (acá y también en el mundo real) un esfuerzo consciente.
En el caso de Alias Grace sucede algo similar: ella es la protagonista absoluta de la historia, pero el otro personaje femenino destacado de la serie es su antagonista, Nancy Montgomery (interpretada por Anna Paquin), el ama de llaves y amante de su jefe, que si bien por una situación de clase y de género “debería” ser aliada de Grace, ejerce un maltrato psicológico terrible hacia ella, situándose como otro eslabón en la cadena de abusos (en este caso, de autoridad) que Grace soporta a diario.
Todo esto cobra absoluta actualidad en un momento en el que el debate sobre los feminismos se ha vuelto central -la misma Atwood ha sido cuestionada por ciertos sectores del feminismo, a cuyas críticas ha respondido hace unas semanas con un texto polémico que, por supuesto, despertó nuevos cuestionamientos-. Lo cierto es que, más allá de su militancia, el feminismo de Atwood está enraizado en la literatura. Porque como ella misma sostiene en el prólogo de The Handmaid’s Tale -que no es otra cosa que una declaración de principios- “que en un texto aparezcan mujeres no significa que sea un texto feminista. Ahora, si esas mujeres son seres humanos, tratadas en toda su complejidad y lo que les ocurre es crucial para el asunto, la estructura y la trama del libro… Entonces sí. En ese sentido, muchos libros son feministas”. Es esta misma idea la que estas series retoman, invitándonos a pensar las múltiples formas que puede tomar el feminismo en el cine y la televisión.
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