Críticas
La vida de los otros, de F. H. von Donnersmarck
Yo, tu, ellos
Ganadora del Oscar a la mejor película extranjera, esta opera prima sobre el control estatal, la represión y la delación en la ex República Democrática Alemana funciona como thriller de investigación, pero resulta demasiado lineal y explícita.
Como el Harry Caul de La conversación -su pariente lejano y transoceánico, y ciertamente más elegante y autónomo-, este Wiesler no tiene vida propia, y de ahí su fascinación con la de sus talentosos investigados. El es apenas un burócrata gris, una pieza del engranaje perfecto que descubre su espejo invertido en aquellos que pueden disfrutar, aún en un régimen que parece no dejarles mucho aire para respirar. Ahí busca hacer centro el director debutante Florian Henckel Von Donnersmarck: en alguien que para sobrevivir se ha despersonalizado y descubre la posibilidad si no de recuperar su personalidad, al menos de ir inventándose una, aunque más no sea moldeada según los gustos de los otros.
En su linealidad casi tan rústica como su protagonista, en su procreación de personajes que son antes ideas que personajes, en su dificultad para dotar de contradicciones a sus héroes y a sus villanos La vida de los otros funciona mientras funciona la investigación. Y el problema mayor está en que esa investigación que se sostiene en el sonido –en lo que captan los micrófonos ocultos en el departamento de Georg y Christa- pierde de vista la capacidad evocadora del sonido, la posibilidad del fuera de campo, la pluralidad de sentidos y malentendidos posibles que le ofrecía la palabra, y aterriza en la literalidad. No estamos en la imaginación de Wiesler sino que Von Donnersmarck nos hace ir y venir del punto de vista del vigilante o la visión de los vigilados, y esa visión del departamento casi nunca podría haber sido reconstruída por el vigilante a partir de las palabras que va escuchando.
Limadas las aristas más ambiguas, la investigación no tiene más remedio que encaminarse a un territorio de redención moral e individual, y es allí también donde resbala al no poder justificar por qué esta vez el vigilante cambia, qué hubo en esta investigación que difiere de otras que le encargaron en su extensa foja de servicios. Que haya algo que se activa en Wiesler al estar en contacto con artistas (su arrobamiento prosaico y fetichista, digamos), parece un giro más de las ideas del guión que de los rasgos con que se construído al personaje. Estaba más justificado el viraje del Mendizábal de Ultimos días de la víctima, otro al que le tocaba vivir un momento de cambio político.
Von Donnersmarck no quiso hacer una película política, éso está claro. La vida de los otros, más bien, esquiva la dimensión política, la reflexión sobre los procedimientos entendidos políticamente y es por eso que el libro de Bertolt Brecht que Wiesler se lleva del departamento de Dreyman, en vez de ayudarlo a comprender la telaraña política en la que ha quedado atrapado como una mosca, lo conmueve, en un efecto exactamente inverso al buscado por Brecht.
Wiesler se emociona con Brecht así como busca emocionarnos con las redenciones de sus personajes Von Donnersmarck, aunque para eso deba achatarlo todo, empobrecer los alcances políticos indudables e imaginables en un material como el de La vida de los otros, y que hace pensar en Por el amor del pueblo, ese extraordinario documental de Eiyal Sivan. Aquel documental de Sivan recogía el diario privado de un funcionario de la Stasi y las filmaciones con cámaras ocultas de las entrevistas de la gente común con los sabuesos de turno. No es sólo que aparecía el registro de la vida cotidiana, la ferocidad de los interrogatorios, la desesperación de las víctimas, y la indolente opacidad burocrática de la vigilancia sino el esqueleto de un orden político, la radiografía de una sociedad y un sistema. Es ese sistema el que está ausente en La vida de los otros, quizás porque el film de Von Donnersmarck narrs la vida de otros que no son los que vivieron ese régimen.
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