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Crítica de “Paradise”, de Andrei Konchalovsky
El veterano director de Tío Vania, Los amantes de María, Escape en tren, Tiempo de amar, Gente como nosotros, Una extraña amistad, Tango & Cash, El círculo del poder y La gallina de los huevos de oro se sumerge en cuestiones relacionadas con el Holocausto con resultados muy estimulantes.
Durante el penúltimo día del Festival de Venecia, Andrei Konchalovsky presentó un drama sobre el Holocausto que transcurre en la Francia ocupada por los nazis. Paradise relata la historia de dos hombres y una mujer (de tres ideologías distintas), que se inmiscuyen en asuntos políticos para ‘mejorar’ la realidad que les rodea.
La película está protagonizado por una aristócrata rusa que se une a la resistencia francesa –interpretada por una radiante Yuliya Vysotskaya (de momento, la mujer que encabeza la mejor actuación femenina de la competencia junto a Natalie Portman en Jackie)–, un policía francés que colabora con los nazis (Philippe Duquesne) y un miembro de las SS, también aristócrata, destinado a supervisar las actividades de un campo de concentración (Christian Clauss). Durante el curso del relato, los tres protagonistas pondrán su vida y la de otros en peligro siguiendo sus ideales. Incómodo, nihilista y profundamente filosófico, el nuevo largometraje del veterano director ruso se aproxima al Holocausto para destapar las lacras de un mundo regido por el relativismo moral.
Ante todo, debemos señalar que la excelente Paradise –heredera del espíritu de Dostoievski– no es otra película de historias cruzadas con doble moral y una trama similar a La lista de Schindler. El acercamiento ficcionado de la Shoah propuesto por Konchalovsky es uno de los más osados desde la singular, aunque menos conseguida, El hijo de Saúl.
El autor galardonado con el antepenúltimo León de Plata de Venecia por la dirección de El cartero de las noches blancas alertó en la conferencia de prensa que el cine ha banalizado y prostituido el Holocausto. Para no ser partícipe de la frivolización de una de las mayores catástrofes de la Historia, Konchalovsky no sitúa entre sus prioridades dotar de una férrea lógica al desarrollo de la acción –de hecho, la trama que une a los tres personajes es más bien tópica y predecible– y, a cambio, profundiza sobre las escenas en las que se describen, a veces a medias, las motivaciones de su comportamiento (sobre todo, veremos diálogos entre dos individuos que pertenecen a la misma ideología).
Por si esto no fuese suficiente, Konchalovsky añade otras imágenes que simulan una especie de interrogatorio, donde los tres protagonistas narran, por separado y mirando a la cámara, la historia de su vida frente a una suerte de juez-inspector, cuyo nombre no será revelado hasta el final de los títulos de crédito.
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