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“Muñeca Rusa” (Netflix): La muerte le sienta bien (o no tanto)

Sol Santoro y Maia Debowicz
La serie de y con Natasha Lyonne es una comedia negra llena de audacia y desparpajo.

Publicada el 12/02/2019



Incluso en la temporada baja de estrenos, cuando ya todos los canales y servicios de streaming habían lanzado sus títulos más fuertes, Netflix siguió estrenando varias series por semana. Entre diciembre y enero, cada semana (más específicamente cada viernes) tuvo algo para ofrecer y, con un amplio abanico en el que hubo hasta zombies coreanos, logró dominar en muchas oportunidades la conversación sobre las nuevas ficciones. Así, se generó una rueda de charlas intensas que fueron solapándose entre sí. A la fiebre por Marie Kondo y el orden como religión la siguieron las aventuras de hormonas desordenadas en Sex Education, y tal vez hubiese sido justo que a esa escalada se hubiese subido Muñeca Rusa, cuya temporada completa estrenó el viernes 1º de febrero.

Todo comienza (una y otra vez) en una fiesta eterna, un cumpleaños que se repite sin cesar. Un festejo que lejos de ser una celebración se convierte en un loop desconcertante para su protagonista. Ese es el punto de partida de esta serie que, si bien desde la premisa se acerca a la película Hechizo del tiempo / El día de la marmota (Groundhog Day), por suerte la serie elige un recorrido propio. En su movimiento circular, Nadia se construye como un personaje hipnotizante, irreverente, tan gracioso como desolador, y se encarga de construir una historia de muñecas y montañas rusas, en la cual casi todo es posible.

La serie creada por Natasha Lyonne (quien además la protagoniza), Amy Poehler y Leslye Headland, también productoras ejecutivas, cuenta con Headland y Lyonne como guionistas para componer una comedia amarga, negra y sin necesidad de reconfortar con sonrisas o gestos heroicos al espectador. La vida neoyorquina es para Nadia una carrera de obstáculos, cada rincón es un escondite para sus mil y una muertes absurdas y su tarea, en caso de que decida aceptarla, es entender cómo salir viva y más o menos indemne de todo aquello.

Si de algo se encarga Muñeca Rusa desde las primeras reflexiones más allá de la sorpresa (porque morirse y reaparecer en el baño de tu cumpleaños no puede dejar de sorprendernos nunca) es dejar de lado la moral clásica religiosa, la idea instalada de purgatorio, de karma, de pagar un precio para acceder a algún lugar maravilloso. Los personajes de la serie no se están jugando un pase mágico a la eternidad, no están pidiendo un acceso VIP al paraíso, y en el mejor de los casos están resolviendo algo tan propio como terrenal. Puede que la oportunidad y las circunstancias sean únicas, pero no se trata de la trascendencia celestial del ser humano sino de un recorrido que solo puede hacerse con los pies sobre la tierra. A pesar de todas esas muertes y de lo complicado que es revisitar un pasado que no se ahorra dolor y oscuridad, Muñeca Rusa se trata fundamentalmente sobre los vivos.

Nadia programa videojuegos, inventa laberintos, trucos y secretos que separan a los personajes de sus tesoros, es una protagonista acostumbrada no solo a las fallas del sistema -a que haya un bug que detectar, resolver y correr una nueva prueba- sino también a entender que lo verdaderamente valioso es el recorrido. Y como si fuese un chiste de colmos, le toca resetearse una y otra y otra vez sin entender del todo dónde está el error o cómo salir de ese modo a prueba de fallas que la retiene en esta aventura insufrible.

Natasha Lyonne es Nicky Nichols, la lesbiana copada en Orange is The New Black (cuya última temporada estrena este año), fue la revelación de Suburbios de Beverly Hills (1998), de Tamara Jenkins; parte de la saga de American Pie, DJ en Todos dicen te quiero (Everyone Says I Love You), de Woody Allen; y prestó su voz para series animadas como Big Mouth y Steven Universe. La idea original de Muñeca Rusa, o tal vez las primeras pruebas de lo que se convertiría en tal cosa, fue un proyecto llamado Old Soul que ella presentó junto a Amy Poehler en NBC pero nunca prosperó. De la colisión de sus mundos y la pluma de Headland fue creada Nadia: fumadora empedernida, amable solo si vale la pena y portadora de un desparpajo de lo más adorable.

En su libro Bossypants, aquella obra excepcional que nadie puede dejar pasar, Tina Fey le dedica un capítulo a la frase que le arrojó Poehler a Jimmy Fallon en alguna reunión de trabajo de Saturday Night Live. Él era la estrella del momento, ella era nueva y luego de un breve intercambio jocoso sin demasiada importancia ella se desprendió del mismo con un “I don't fucking care if you like it” (No me importa si te gusta). Fey dice que con esa respuesta hubo una suerte de cambio cósmico en el que quedó claro de una vez y para siempre que Amy no había llegado para ser dulce ni para hacer de la novia sonriente en las escenas de los varones. Había llegado para hacer lo que quería y no importaba si al resto le gustaba. 

Y es bastante claro que algo de esa irreverencia ‘marca Poehler’ atraviesa las experiencias de la protagonista (en alguna oportunidad ligeramente autobiográficas, aunque no la parte de morir una veintena de veces). Ese combo marca el pulso de una comedia a la que no le importa demasiado lo que tenga el resto para decir. La única respuesta posible es la que mejor funcione para un personaje que sabe perfectamente cuáles son las cuentas que quiere saldar. 





Sobre las autorasEl Club de las Cinco nació en julio de 2017 como un proyecto de cinco periodistas, entre críticas de cine y editoras, que buscaban una excusa para hablar de lo que más les gusta. Una vez por semana, entre picadas y vino, Luciana Calcagno, Micaela Berguer, Sol Santoro D'Stefano, Maia Debowicz y Griselda Soriano se reúnen alrededor de una mesa a discutir sobre películas y series con una mirada analítica pero desprejuiciada, seria pero entretenida, informada pero no aburrida.

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