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Festival de Cine de General Pico 2023: “Punto de encuentro”, “Rotting in the Sun” y “Agua sucia” cerraron una muy buena edición
Por Ezequiel Boetti, desde General Pico
Poco antes de la entrega de premios, las nuevas películas de Roberto Baeza, Sebastián Silva y la dupla Guillermo Ruiz-Diego Crespo ratificaron la indudable calidad, diversidad y audacia de la programación.
El Festival de General Pico (La Pampa) llegó a su fin luego de una semana en la que, además de las proyecciones para el público, hubo charlas destinadas a realizadores y productores locales, y varias funciones exclusivas para alumnos de colegios primarios y secundarios. La banda sonora del centro piquense durante las últimas mañanas fue una polifonía de gritos y charlas de chicos y chicas con uniforme o guardapolvo blanco caminando rumbo a las imponentes salas para descubrir que el cine es, además de un entretenimiento, una herramienta fundamental para alimentar la curiosidad y el deseo, para conformar una mirada del mundo que trascienda los límites del conocimiento empírico.
Y el cine es también un camino posible hacía la sanación, como demuestra la producción chilena Punto de encuentro, uno de los cinco títulos que integró la Competencia internacional de Largometrajes. La película comienza con una placa negra y la leyenda “En memoria de Alfredo García (1944-¿?)”. Los signos de interrogación se deben a que el padre del realizador y aquí guionista Alfredo García permanece desaparecido desde que fue secuestrado por la dictadura de Augusto Pinochet. La película de Roberto Baeza, entonces, como un intento de fechar esa incógnita en el presente.
Junto a García aparece en escena Paulina Costa, cuyo padre también fue secuestrado, aunque logró sobrevivir a su paso por uno de los centros clandestinos de detención. Qué ocurrió allí dentro es algo que ambos intentan recrear junto a un grupo de actores, desatando así una serie de sentimientos y sensaciones en los distintos estamentos de las familias.
Punto de encuentro hace, como Teatro de guerra, de Lola Arias, de esa recreación un vehículo para encontrar un paliativo que permita seguir adelante. Aunque su concepto narrativo basal resulte un tanto gastado –no deja de ser una película sobre el intento de hacer una película–, la potencia dramática aflora a medida que García y Costa se adentran en el infierno (imaginado) y en cómo eso resuena en el núcleo más cercano a ellos, lo que convierte a ésta en una nueva exploración de la relación entre el cine y la construcción de la memoria.
Otro oriundo de Chile con un trabajo exhibido en Pico fue Sebastián Silva. Hacía un buen tiempo que de este lado del mundo se sabía poco del responsable de La nana (2009), pues Silva emigró a los Estados Unidos después de aquella película y desde entonces ha filmado varias producciones independientes –la más conocida es Nasty Baby (2015)- y, en el último tiempo, se dedicó a series y podcasts. Esa mezcla de universos y lenguajes se patentiza en su última película, Rotting in the Sun, que desde su estreno en el último Festival de Sundance no ha hecho más que generar polémicas en las pocas exhibiciones públicas que ha tenido.
Una polémica entendible, en tanto el chileno propone una comedia alimentada tanto por lo autobiográfico –Silva hace de sí mismo, igual que casi el resto de los personajes– y lo íntimo como por la anarquía y un frenetismo alocado muy acorde con el universo interno de su protagonista. Un protagonista que no es otro que, claro, Silva, que vive en México en el taller artístico de un amigo junto a la empleada doméstica (Catalina Saavedra, repitiendo el uniforme de La nana) y atraviesa una angustia profunda, motivada por el solo hecho de existir.
Siempre deseoso de suicidarse y pasado de estupefacientes las 24 horas de cada día (hay chistes buenísimos sobre esos temas), Sebastián toma el consejo de su amigo y viaja hasta una paradisíaca playa gay donde los turistas disfrutan tanto del agua cristalina como del sexo y los cuerpos ajenos, puntapié para una sucesión de planos frontales de miembros masculinos de todo tamaño, forma y color. Entre ellos, el del influencer Jordan Firstman, quien conoce a Sebastián justo al día siguiente de haber visto una de sus películas y se entusiasma con la posibilidad de un proyecto juntos. Además de encamarse con él, claro, porque acá las cosas se resuelven entre los arbustos –hay algo de El desconocido del lago, de Alain Guiraudie, en la etapa playera del relato– o entre las sábanas, incluso cuando esos cuerpos envasen soledad y fragilidad.
Días después de esas vacaciones, Silva acepta a regañadientes una propuesta de trabajo de Firstman y éste hace las valijas rumbo a Ciudad de México para instalarse en su casa y cranear juntos el proyecto. Que el boceto sea un egotrip de Firstman –un tipo con un optimismo a prueba de todo– es uno de los tantos elementos con los que el realizador se ríe mordaz, sardónicamente de los usos y costumbres de las redes sociales, a la vez que del oportunismo de una industria audiovisual siempre lista para volar hacia donde la lleven los vientos de lo que sus ejecutivos piensan que podrá traducirse en dinero.
Hasta que ocurre un hecho que no conviene revelar, y que desplaza a la película hacía un carril muy distinto al que venía transitando. Uno por el que la angustia deja lugar a lo implosivo, el desenfreno muta por paranoia y la mirada socarrona de la industria es desplazada por las tensiones de clase y una exploración por los pliegues más oscuros del ser humano.
Adquirida para su distribución regional por la plataforma MUBI, Rotting in the Sun es una comedia orgiástica y negrísima sobre un suicida que deviene en thriller con naturalidad y fluidez, sin perder el verosímil. Todo sería distinto, desde ya, sin el notable trabajo del plantel actoral. Especialmente de Firstman, cuyo álter ego empieza siendo una caricatura de sí mismo y poco a poco va sacándose las capas de frivolidad para erigirse como humanista empedernido.
Si en Rotting in the Sun el encierro es espiritual, Agua sucia está permeada por la asfixia de un encierro físico, pues los realizadores Guillermo Ruiz y Diego Crespo muestran el día a día dentro del penal bonaerense de Dolores. Filmada a lo largo de cinco años, la película –que integra la Competencia de Largometrajes Nacionales– focaliza en dos hombres para los que, aunque con situaciones opuestas, el futuro es un terreno con más incógnitas que certezas.
Uno de ellos es un interno que trabajaba como policía hasta que terminó tras las rejas como coautor de un asesinato cometido por un amigo que, claro, no era tal. A él encuentra abrazando el evangelismo como una forma de lidiar con la angustia del encierro y la culpa por el pasado. El otro es “el Profe”, un profesor de Educación Física que hace décadas trabaja allí como entrenador de múltiples deportes y se acerca a su jubilación.
Como La visita o Rancho, por citar dos “documentales penitenciarios” recientes, Agua sucia es algo así como un viaje por los círculos del infierno, un muestreo de las dificultades sistémicas que enfrenta el servicio penitenciario: hacinamiento (la sobrepoblación en Dolores es del 200 por ciento), pésimas condiciones de vida (“faltan setenta colchones”, le dice un oficial a su jefe en un parte periódico), una lógica imperada por la supervivencia del más fuerte y la imposibilidad de los mecanismos normativos de dar respuesta y contención a los internos.
Pero si las películas de Jorge Colás y Pedro Speroni pintaban este universo a través de los recursos más habituales de los documentales observacionales, aquellos en los que la cámara opera como una mosca que parece verlo y escucharlo todo, Agua sucia lo hace recurriendo a un montaje en el que los inserts que dialogan con las situaciones que atraviesan sus protagonistas son constantes, así como también las idas y vueltas entre distintas locaciones carcelarias. Un recurso que por momentos “aleja” al espectador del verdadero núcleo central del film, que no es otro que los puntos en común entre el presidiario y el Profe.
En ese sentido, Agua sucia va ganando espesura emotiva casi a su pesar, a medida que bocetea las dudas e inquietudes de esos hombres para los que la libertad y la felicidad pueden ser jugar un torneo de fútbol fuera de los límites infranqueables de los murallones.
Más información del festival:
Primera crónica, por Ezequiel Boetti
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