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Crítica de “Soy Nevenka”, película de Icíar Bollaín (Competencia Oficial) - #SanSebastián2024

La directora de Hola, ¿estás sola? (1996), Flores de otro mundo (1999), Te doy mis ojos (2003), Mataharis (2007), También la lluvia (2009), En tierra extraña (2014); El olivo (2015), Yuli (2018), La boda de Rosa (2020) y Maixabel (2021) reconstruye un caso real que impactó hace ya casi un cuarto de siglo a la sociedad y es considerado pionero del movimiento Me Too en España.

Publicada el 21/09/2024


Soy Nevenka (España/2024). Dirección: Icíar Bollaín.Elenco: Mireia Oriol y Urko Olazabal. Elenco: Guion: Icíar Bollaín Pérez-Minguez e Isa Campo Villar. Fotografía: Gris Jordana. Edición: Nacho Ruiz Capillas. Música: Xavi Font. Sonido: Iñaki Díez.  Duración: 117 minutos. En Competencia Oficial.


En marzo de 2001, Nevenka Fernández, concejala del ayuntamiento de Ponferrada, un municipio en el noroeste español, presentó una denuncia contra el alcalde del lugar, Ismael Álvarez, del conservador Partido Popular. El caso provocó un seísmo: un político conocido y respetado en su feudo era acusado y luego condenado por acoso sexual. También desencadenó un escarnio público: la víctima fue juzgada por vecinos y periodistas, y en cierta manera condenada a desaparecer.

Podríamos decir que no ha pasado tanto tiempo desde entonces, pero también que 2020 no es 2001. Ahora, Nevenka es una referenta de la lucha por visibilizar el acoso sexual, y es reivindicada como tal. Del mismo caso en 2021 se hizo una serie para Netflix, en la que la propia Nevenka daba su testimonio sobre todo lo sucedido; ahora se estrenó en el Zinemaldia un largometraje de ficción, Soy Nevenka.

La película, dirigida por Icíar Bollaín, no esconde sus pretensiones: ceñirse al relato de los hechos y elaborar un discurso sencillo de denuncia. Su intención es noble –revertir aquel escarnio público–, pero su forma resulta demasiado académica, pues confía más en aquello que cuenta que en cómo lo cuenta, por momentos, a la manera de un telefilm.

Apenas hay algún hilo sugerente, del cual la película no termina de tirar: el retrato no solo de una historia, sino de una España castiza y vieja (la escena del ritual medieval incide en esto); la relación entre las maneras del acoso y de la corrupción política (lo que daría pie a la crisis del ladrillo); y el uso de las imágenes de archivo de la época, que retratan a muchos y muchas de las protagonistas, de aquellas personas que vociferaron en contra de Nevenka (“a mí no me acosa nadie si no me dejo”, llega a decir una vecina; o las palabras de apoyo a Ismael Álvarez por parte de Ana Rosa Quintana, icono de la televisión populista y conservadora en España).

En el momento en que irrumpen las imágenes de archivo surge la posibilidad de ahondar en el vínculo entre lo documental y la ficción; una relación que no termina de explorarse. Sí que se trabaja, sin embargo, sobre una voluntad de mimetismo, algo muy propio de las películas basadas en hechos reales: en los gestos, las ropas y las palabras de sus protagonistas. Incluso, del lugar, aunque fuera rodada en Zamora porque desde Ponferrada no se concedieron los permisos para filmar ahí.

Soy Nevenka es una película excesivamente plana, que tampoco llega a algunos de los lugares sobre los que sí que indaga el documental de Netflix (también conservador en sus formas). En su confianza en el diálogo por encima de las imágenes, sí que enarbola un discurso interesante sobre la violencia y el acoso no solo física, sino también verbal. “Incompetente”, “mira cómo me pones”… Las palabras que salen por la boca del actor Urko Olazábal –que encarna con una gestualidad entre la sonrisa y el desprecio la violencia del poderoso– revelan los contornos más sibilinos del acoso. Y frases como el “no voy a dimitir” resuenan en casos actuales como el de Luis Rubiales, que evidencian una violencia sistémica que no ha terminado.



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