Críticas
La señal, de Ricardo Darín y Martín Hodara
Ilusiones perdidas
Darín sortea con mucha solvencia y dignidad este doble desafío de dirigir y protagonizar un guión ajeno (que estuvo a punto de filmar Eduardo Mignogna). El resultado es un producto que luce mucho desde su apuesta visual y su despliegue de producción, pero que resulta demasiado dependiente de los códigos del cine-noir del Hollywood clásico. Hay, de todas formas, un interesante planteo que apunta a vincular la tragedia íntima de los personajes con la tragedia social de una mística peronista que terminó con la muerte de Evita.
¿Alcanza la sobriedad de la puesta en escena, el encomiable esfuerzo de producción para la reconstrucción de época (Buenos Aires, 1952), la estilización visual y el talento actoral aquí reunido como para que La señal sea calificada de gran película? No, aunque sí alcanza para ubicarse bastante por encima de la media (bastante baja, por cierto) del cine argentino visto este año.
Más allá de sus innegables logros y atributos (¡qué bueno sería que este fuese el estándar del cine industrial argentino plagado de Incorregibles, Isidoros y Chiquititas!), hay algo en La señal que resulta demasiado artificial y derivativo del cine-noir hollywoodense de los años 30, 40 y 50 con sus detectives a lo Marlowe y Spade, sus héroes a lo Bogart, sus gangsters a lo Cagney y Muny, sus femme-fatales a lo Bacall, Tierney, Hayworth o Stanwyck.
No estoy diciendo con esto que estemos ante un simple remedo argentinizado de Al borde del abismo, Laura, Pacto de sangre o Retorno al pasado, pero -más allá del contexto político elegido y de los interesantes apuntes locales- hay demasiados códigos y convenciones importadas de aquella época dorada en que los Chandler y los Hammett trabajaban a sueldo para los grandes estudios.
Hay en La señal una interesante apuesta por vincular la tragedia propia del noir (el detective duro, cínico y perdedor que logra la redención a partir del amor y el sacrificio) y la tragedia de un país que, con la muerte de "Santa" Evita, ve frustrado el sueño colectivo (o al menos mayoritario), pero ese paralelismo se queda en una enunciación bastante superficial y elemental.
Por supuesto, Mignogna primero y los realizadores después se esforzaron por dotar a la historia de un look local: está el detective peronista (Diego Peretti, el bienvenido comic-relief de una película demasiado solemne) y su socio antiperonista (el Pibe Corvalán que encarna Darín), hay mafiosos rosarinos, hay carreras en el hipódromo ganadas por Irineo Leguizamo, hay mucho tango, quiniela, conventillos y bares bien porteños. También hay algunos logrados detalles de época (como fanático de Banfield que soy, disfruté mucho del hecho de que el Pibe sea hincha del Taladro y esté preocupado por la venta millonaria de Eliseo Mouriño a Boca, otra "tragedia" que hizo que el equipo subcampeón de 1951 descendiera a Primera B dos años más tarde), pero así y todo se extraña un universo menos dependiente del noir hollywoodense.
La iluminación expresionista, nocturnal, de Camorino en HD (con mucho de claroscuros, luces cenitales y tonos sepias) ayuda a conseguir ciertos climas inquietantes y perturbadores hasta lo tenebroso, pero el relato se resiente por algunos diálogos sobreescritos, por el personaje (no del todo logrado) y el trabajo de Julieta Díaz, así como por la apuntada solemnidad y artificialidad en la que se termina cayendo por momentos.
De todas formas -y no se trata aquí de salvar a una película por el hecho de que sea un homenaje a un profesional tan querido y respetado como Mignogna-, La señal es una película que se ve con agrado, que tiene una solidez formal y un despliegue de producción infrecuentes dentro del cine argentino. No es una gran película, quedó dicho, pero es una buena película. El puntapié inicial para que un artista inteligente y talentoso como Darín puede animarse a iniciar una fecunda carrera también como director.
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