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Crítica de “Ahed´s Knee”, de Nadav Lapid (MUBI)
El director de Policeman, La maestra de jardín y Sinónimos: Un israelí en París propone en su más reciente film un auténtico torbellino cinematográfico que le valió el Premio del Jurado en el Festival de Cannes 2021.
Ahed’s Knee / La rodilla de Ahed / Ha'berech, Francia-Alemania-Israel/2021). Guion y dirección: Nadav Lapid. Elenco: Avshalom Pollak, Nur Fibak, Yoram Honig, Lidor Ederi, Yonathan Kugler, Yehonathan Vilozni, Naama Preis. Fotografía: Shaï Goldman. Edición: Nili Feller. Duración: 110 minutos. Disponible en MUBI desde el miércoles 18 de mayo.
Y., reputado director israelí que acaba de volver triunfal del Festival de Berlín (en lo que claramente es el primer guiño meta-fílmico y auto-referencial de los muchos que están por venir, ya que Lapid ganó el Oso de Oro en 2019 con Sinónimos: Un israelí en París), es invitado a un remoto y desértico pueblo de su país natal para proyectar ahí una de sus películas y para conducir después un encuentro con la audiencia. El hombre ha obtenido por fin el reconocimiento oficial de las autoridades gubernamentales (pues dicho evento lo organiza el Ministerio de Cultura de la nación hebrea), pero donde debiera haber alegría y satisfacción solo se detecta una agitación insoportable.
Ahed’s Knee empieza con un montaje electrizante: una motocicleta circula como un relámpago por las calles de una ciudad bañada por la lluvia. La cámara se empapa del agua caída del cielo, con lo que el seguimiento que dedica a dicho vehículo se ve rápidamente distorsionado tanto en las tomas cortas como en las más largas. Todo se ve borroso, pero no queda claro si es por el líquido que fluye por el cuadro o por la velocidad del ciclomotor. Donde no hay dudas es en constatar que este fuego con el que ha prendido este apabullante aparato cinematográfico no se extingue en ningún momento. Porque la energía, efectivamente, se transforma, pero no desaparece.
El nuevo trabajo de del director de Policeman (2011) y La maestra de jardín (2014) es, como cabía esperar, un nuevo tour de force que le confirma como uno de los directores más virtuosos del panorama internacional. En sus manos la cámara se convierte en el canal de transmisión emocional perfecto y lo hace hablando en un idioma que no conocíamos antes de entrar en la sala de cine. Puro impresionismo formal: el teleobjetivo como extensión (sobre)natural del mundo interior del protagonista, evidente alter-ego de un director que arde por dentro con el fuego del combate.
En uno de los numerosos momentos de lucidez que van a marcar este viaje el tal Y. caerá en la cuenta de que a lo mejor su aventura estará marcada por la fatalidad de la voz disidente, del pobre maldito que predica en el desierto o, si se prefiere, en el país de la libertad (de expresión) condicional. El director de cine no puede más con la vergüenza ni con el enfado de ser quien es. El estado israelí que debería definir su identidad, le da asco.
El lenguaje cinematográfico se empapa de la extrañeza y las frustraciones de ese hogar repudiado, pero también da forma a las ansias de libertad de quien le da uso. De repente, el teleobjetivo baila, marcando sus movimientos la coreografía de esta danza. Pero hay más: allí donde el sentido común pide un primer plano, Lapid llega al plano detalle, allí donde al principio había un plano general, ahora vemos una toma que simula la vista subjetiva de un personaje (todo esto, por cierto, sin ningún corte de por medio).
Así durante más de 100 minutos en los que se arremete, con la desesperación de saber que la batalla ya está perdida, contra el espíritu sionista de una comunidad dispuesta a aplastar a cualquiera que se interponga en su camino. Ante la represión, Lapid responde con una inventiva desbocada, capaz de convertir el síndrome post-traumático en alegre hiper-actividad, las cápsulas de cianuro proveídas por el ejército en pastillas de éxtasis para una discoteca improvisada… La tempestad infernal en una calma celestial. Esto no es una película, es un torbellino; una fuerza de la naturaleza a la que nada ni nadie podrá contener.
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