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Crítica de “Tatami”, de la iraní Zar Amir Ebrahimi y el israelí Guy Nattiv (competencia Orizzonti) - #Venecia2023

En un acontecimiento histórico (más en términos políticos que estrictamente artísticos), por primera vez una directora (y actriz) iraní y un realizador israelí filmaron de forma clandestina una (in)tensa historia de clásica estructura deportiva, pero con múltiples connotaciones y alcances.

Publicada el 02/09/2023


Tatami (Georgia-Estados Unidos/2023). Dirección: Zar Amir Ebrahimi y Guy Nattiv. Elenco: Arienne Mandi, Zar Amir Ebrahimi, Ash Goldeh, Nadine Marshall y Jaime Ray Newman. Música: Dascha Dauenhauer. Guion: Guy Nattiv y Elham Erfani. Fotografía: Todd Martin. Edición: Yuval Orr. Duración: 105 minutos. En la competencia oficial Orizzonti.


Si alguien empezara por la ficha técnica de esta película que indica que se trata de una coproducción entre Georgia y los Estados Unidos podría confundirse por completo. Sí, buena parte del film se rodó en Tbilisi, la capital georgiana, y hay productoras estadounidenses en la producción, pero Tatami es, esencialmente, el encuentro entre la iraní Zar Amir Ebrahimi, ganadora del premio a Mejor Actriz en el Festival de Cannes 2022 por Holy Spider, y el israelí Guy Nattiv (Skin, Golda), quienes rodaron partes de la película en sus respectivos países de manera clandestina.

Zar Amir Ebrahimi no solo debuta aquí como directora sino que además interpreta a Maryam Ghanbari, ex deportista de élite y actual entrenadora de Leila Hosseini (Arienne Mandi, vista en la serie The L Word: Generation Q), una brillante judoca que en 2019 participa del Mundial de la especialista precisamente en Tbilisi.



Mientras va sorteando las ruedas preliminares y su marido Nader (Ash Goldeh), su pequeño hijo Amir y distintos familiares y amigos la alientan mirando la televisión desde Irán, Leila empieza a percibir presencias extrañas: agentes del gobierno de su país la observan, la siguen, la filman. Y, cuando la posibilidad de enfrentarse a una yudoca israelí empieza a ser cada vez más concreta, pasan a la acción: ella debe fingir una lesión y retirarse de la competencia. La entrenadora Maryam trata de convencerla de que acepte ese ultimátum, pero Leila duda: resistirse y seguir con los combates (con el riesgo de que sus familiares sufran consecuencias y ella no pueda volver a su país), pedir la ayuda de las supervisoras del torneo (Nadine Marshall y Jaime Ray Newman), desertar y quedarse en Occidente...

Inspirado en los casos reales de la boxeadora Sadaf Khadem y de la campeona de taekwondo Kimia Alizadeh, quienes pidieron asilo mientras competían fuera de Irán, el guion de Tatami cae en su parte final en la tentación de abordar la denuncia de manera un poco esquemática y obvia, pero en buena parte de los 105 minutos se trata de un thriller deportivo de tono claustrofóbico y climas paranoicos muy bien filmado (incluidas las peleas de judo) con fotografía en blanco y negro y un impecable uso de la steadycam para largos planos secuencia. Además, el uso del montaje paralelo entre los combates de Leyla y los operativos de la policía secreta iraní ayuda a imprimirle al relato una bienvenida tensión dramática

Suele decirse que en una buena película deportiva (y Tatami lo es) se condensan múltiples aspectos, matices y dimensiones de la esencia del ser humano y en la épica quijotesca de Leila (y en menor medida de Maryam) se resume el drama que hoy viven miles de mujeres iraníes. En ese sentido, más allá de ciertos subrayados y de un par de flashbacks que quitan más de lo que agregan, Tatami resulta un buen ejercicio de estilo, un sólido exponente de cine de género y un relato valiente con dos notables actuaciones protagónicas en el que las diferencias se resuelven a fuerza de solidaridad, en este caso expresada en la unión entre dos “enemigos” supuestamente irreconciliables: una artista iraní y un director israelí.



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