Críticas
Cine argentino en salas y streaming
Críticas de “Husek”, de Daniela Seggiaro; y “Yo, traidor”, de Rodrigo Fernández Engler
Luego de su estreno mundial en la Competencia Internacional del prestigioso FIDMarseille (donde ganó la Mención Especial) y de su paso por la sección oficial del Festival de Mar del Plata, llega a los cines el segundo largometraje de la directora de Nosilatiaj. La belleza (2012). También se estren en 25 salas el nuevo film de Fernández Engler con Mariano Martínez, Arturo Puig, Jorge Marrale y Osvaldo Santoro.
-Husek (Argentina/2021). Dirección: Daniela Seggiaro. Elenco: Verónica Gerez, Juan Rivero, Leonel Gutiérrez y Carla Crespo. Guion: Daniela Seggiaro y Osvaldo Villagra. Fotografía: Guillermo Saposnik. Edición: Julián D’Angiolillo. Sonido: Catriel Vildosola. Música: Whisky. Producción: Álvaro Urtizberea, Paula Zyngierman y Leandro Listorti (Vista Sur Films, Maravillacine). Duración: 89 minutos. En el cine Gaumont y desde el 20 de enero en Salta.
En el inicio de Husek vemos cómo Leonel (Leonel Gutiérrez) se sube a un árbol para retirar la miel de un panal. El joven viste una campera del Arsenal de Inglaterra, pero es de origen wichí y tanto con su abuelo Valentino (Juan Rivero) como con sus vecinos hablará siempre en wichí lhämtès. La última escena muestra a varios hombres de ese pueblo originario pescando literalmente dentro del río. Son dos momentos dignos de un documental etnográfico y observacional, pero la realizadora salteña les sumará a esos personajes, lugares y conflictos reales elementos propios de la ficción.
Pese a las constantes ofertas, los juegos de seducción y las presiones cada vez menos sutiles por parte del gobierno, Valentino, Leonel y buena parte de la comunidad wichí se resisten a abandonar sus tierras ancestrales en el Gran Chaco y mudarse a las casas que forman parte de un ambicioso proyecto de urbanización. Si la actitud oficial está llena de contradicciones (van de un falso respeto al desprecio no demasiado disimulado), las reacciones de los wichís también van de reuniones con funcionarios, a asambleas y algún ataque violento (en un momento les tiran piedras a una topadora que está en pleno desmonte y el operario sale corriendo del lugar).
La protagonista y dueña del punto de vista principal, sin embargo, es Ana (Verónica Gerez), una arquitecta que trabaja para el gobierno pero empieza a dudar de las buenas intenciones de sus jefes y se consustancia cada vez más con la precaria situación de los wichís. Tironeada entre su responsabilidad laboral y su conciencia, ella encarna algo así como el camino intermedio entre los extremos de la grieta.
Más allá de los interesantes matices y alcances de la película (hay incluso una veta fantástica ligada a presencias, espíritus, voces, brujos, chamanes y “El Familiar”), el guion concebido a cuatro manos por la directora y el escritor wichí Osvaldo Villagra cede a la tentación de bajar línea por momentos sobre el genocidio, la violencia institucional y la reivindicación de la memoria, y no alcanza a dotar a la protagonista de una profundidad psicológica en medio de sus contradicciones íntimas. De todas formas, este híbrido entre documental y ficción surge como un valioso acercamiento a una región, un pueblo y un conflicto de larga data que no suelen tener demasiada repercusión en general y mucho menos dentro del audiovisual argentino. DIEGO BATLLE
-Yo, traidor (Argentina/2022). Dirección: Rodrigo Fernández Engler. Guion: Rodrigo Fernández Engler y Mario Pedernera. Elenco: Mariano Martínez, Arturo Puig, Jorge Marrale, Osvaldo Santoro, Mercedes Lambre, Sergio Surraco y Francisco Cataldi. Fotografía: Diego Arroyo. Directora de arte: Carolina Vergara. Edición: Martín Sappia. Sonido: Hernán Conen. Duración: 105 minutos. Apta para mayores de 13 años. Estreno en 25 salas.
"Yo no soy ellos", dice Máximo Ferradas (Mariano Martínez) ante el apoderado de la flamante empresa creada luego de la adquisición de lo que hasta entonces era un emprendimiento familiar por parte de una multinacional. Con “ellos” se refiere a su hermano (Sergio Surraco), su padre (Jorge Marrale) y su abuelo, quienes durante ochenta años timonearon con honestidad y esfuerzo los destinos de la empresa pesquera instalada en un pequeño paraje patagónico. Honestidad: un término ausente del diccionario de Máximo, quien negoció a espaldas de su familia un cambio en el acuerdo original.
Pero Máximo no tiene intenciones de retirarse, así como tampoco parece muy cierto eso de que la pesca no es lo suyo. Lo que inicialmente es un viaje hasta la Patagonia para darle los papeles al apoderado de la empresa norteamericana (Arturo Puig) termina como el primer paso de un ambicioso plan que como meta tiene el acceso a un cargo ministerial. Para eso, claro, deberá contar con el apoyo del gremio para cambiar las regulaciones, algo que no parece sencillo, sobre todo teniendo en cuenta la resistencia de un grupo de pesqueros más pequeños.
Ya desde el título queda claro que la película sigue a un protagonista orgulloso de una condición que disfruta. Pero la película quiere dotarlo de un buen corazón, como demuestra la aparición de un interés romántico que no termina de cuajar con la lógica de un tipo dispuesto a pisar cuanta cabeza le pongan delante. Tampoco ayuda que los diálogos luzcan por momentos forzados, confundiendo intimismo con frases altisonantes sobre la vida, los deseos y el pasado.
Yo, traidor funciona mejor como la fábula de ascenso de un inescrupuloso antihéroe de traje y corbata que como estudio de un personaje al que Mariano Martínez no logra darle los matices necesarios: hay una distancia insalvable entre su inexpresividad y su malicia. Distinto es el caso de Arturo Puig, una figura oscura que maneja los hilos de sus negocios –y los de otros– desde su casa y cuya mirada intimidante hiela la sangre. EZEQUIEL BOETTI
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Que gran artista polifacético es Mariano Martínez, chapeau.