Columnistas
Hermosas perdedoras (sobre “Shirkers”, documental original de Netflix)
Por Griselda Soriano y Luciana Calcagno
Las múltiples facetas y lecturas posibles de un film fascinante.
Todos sabemos que bucear en Netflix y encontrar algo bueno es una tarea cada vez más difícil. Hay que empezar a tomar en cuenta cada vez más parámetros: director, sinopsis, críticas, recomendaciones varias, selecciones en festivales, y hasta googlear un poco si no estamos seguros. Aunque su estreno en la plataforma no hizo mucho ruido, el caso de Shirkers: La película perdida venía antecedido de la mejor trayectoria posible para un documental (no estuvo en IDFA, pero sí en Hot Docs, CPH: DOX, San Francisco y Sheffield, entre otros, y contaba con el sellito “indie” de la premiere en Sundance, donde Sandi Tan ganó el premio a mejor directora), además de excelentes críticas y un trailer prometedor, que plasma muy bien la combinación de formatos y texturas que hay a lo largo del film. Y las promesas, en este caso, se cumplieron: Shirkers demuestra ser de lo mejorcito que se puede ver hoy en esta nueva (o ya no tanto) televisión por suscripción que es Netflix.
Este documental se centra en la historia de Sandi, Sophie y Jasmine, un grupo de amigas y compañeras de un taller de cine en Singapur que, en 1992, deciden filmar Shirkers, la primera película indie del país. Pero Shirkers (el documental) es no sólo una película sobre otra película sino también una reflexión sobre el amor y la pérdida, sobre lo inevitable y doloroso del paso del tiempo y sobre cómo el cine puede transformar todo eso en algo hermoso. Es decir: en el fondo, es un documental sobre el amor al cine, ni más ni menos. Y ahí radica su infalibilidad.
Volviendo a la historia de la película dentro de la película, en su adolescencia, estas tres amigas se anotaron en un taller de cine dirigido por Georges Cardona, un personaje que nada tiene que envidiarle a los protagonistas de novelas como El adversario, de Emmanuel Carrère, o El impostor, de Javier Cercas. Un tipo oscuro, tan sádico y manipulador como encantador, del cual no sabían su edad ni su origen exacto, ni tampoco qué hacía en Singapur dando talleres de cine, pero que logró cautivar, a través de un claro abuso de poder, a las tres amigas, usando al cine como excusa.
Sandi le presentó el guión de Shirkers a Georges- el único adulto del equipo-, quien se convirtió en el director, mientras que Sophie sería la productora y Jasmine, la editora. Sandi, además, se transformó en la protagonista de la película. Pero Georges se encargó de arruinar el proyecto (y las vidas de estas tres amigas) ya que luego del rodaje -que fue tan accidentado y mal financiado como puede ser un proyecto de este calibre en manos de un grupo de adolescentes y un psicópata- decide secuestrar las ¡70! latas de 16mm y desaparecer para siempre.
Estos no son spoilers, porque desde el subtítulo sabemos que Shirkers estuvo perdida y fue recuperada para transformarse en la película que estamos viendo. Pero entre la génesis del film y su recuperación habitan muchísimos misterios. Y Tan va guiando a los espectadores a través de esta historia increíble que es también la historia de cómo se convirtió, finalmente, en directora de cine, tras pasar por una etapa de crítica de cine despiadada- sobre todo en los años inmediatamente posteriores a la desaparición de las latas de su película- y novelista.
Ambas Shirkers, la película original y el documental, son, sobre todo, testimonios de un inmenso amor por el cine. La historia de Tan y sus amigas, adolescentes punks que se sumergieron de cabeza en el mundo de la cultura under de los ‘90 y que hicieron del cine su espacio de pertenencia y su arma, es la de tantas otras chicas que se animaron a romper, a veces a propósito y otras sin saberlo, algunas de las estúpidas reglas no escritas del mundillo del cine. Para las que crecimos acostumbradas a sentir, aunque nuestra biografía indique lo contrario, que la cinefilia es un mundo de hombres, Shirkers es un espejo inesperado. La pasión con que este grupo de amigas se acerca al cine -en épocas en las que a las películas había que encontrarlas, y mucho más en un país periférico, ya sea Singapur o Argentina-, el compromiso con aprender cada día un poco más, la necesidad de pensar al cine a través de la escritura -la figura del fanzine, formato noventoso si los hay, un clásico de toda adolescente de la época obsesionada con algún tema- y, luego, a través del taller de cine, convierte a las protagonistas/realizadoras de Shirkers en potenciales amigas de las espectadoras: esas chicas también fuimos nosotras.
El documental se hace eco de esta cinefilia también desde lo formal, incorporando fragmentos de aquel universo de referencias que sus protagonistas habitaban y siguen habitando, porque a medida que fue creciendo, Tan fue descubriendo también que aquella película que había querido filmar tenía “parientes” cinematográficos dispersos por todo el mundo: de Wim Wenders a Jean-Luc Godard, pasando por Wes Anderson, Jim Jarmusch y Werner Herzog.
Shirkers captura muy bien una forma de estar en el mundo, de crear, de relacionarse, cuya intensidad sólo es posible en la adolescencia. Shirkers, el proyecto inconcluso, era una road movie poco convencional en la que su joven protagonista iba reuniendo aliados y compañeros a lo largo del camino. Y algo similar sucede fuera de la ficción: la película es, entre muchas otras cosas, la historia de lo que significan las amigas en la adolescencia y cómo sobreviven esas amistades una vez que esa época se termina. Shirkers es también una coming of age cuyas protagonistas descubren juntas los golpes de la vida adulta; una historia sobre lo que implica el paso del tiempo para las relaciones, para los proyectos y para las películas.
Y es que el paso del tiempo es, quizás, el otro gran tema que vertebra el documental. No sólo porque constituye un viaje de su protagonista hacia el pasado, sino también por el trabajo de montaje con los materiales recuperados, por el collage de formatos audiovisuales que lo componen, por el valor documental que cobran las imágenes de ficción del pasado; ya desde su misma estructura Shirkers se plantea como una película basada en el choque entre el pasado y el presente.
El mayor misterio que enfrenta Tan a lo largo del documental no es tanto saber qué pasó con la película perdida como intentar darle sentido a las acciones de Georges, un personaje cuyas justificaciones se escapan. Georges es el claro villano de esta historia; pero un villano sin motivo aparente, lo cual lo vuelve, ante todo, una incógnita. Y también un personaje fascinante, como suelen ser los villanos: hay algo en la forma en que la misma Tan relata su relación en la que se sigue filtrando el terrible poder magnético que ejercen ese tipo de figuras oscuras.
Pero lo interesante es que, seguramente replicando las dinámicas del pasado, ahí están sus amigas para hacer de contrapeso: al repasar las anécdotas y las notas del pasado, tanto Jasmine como Sophie le recuerdan a Tan no solo que le habían advertido de los comportamientos extraños de Georges y que a pesar de todo quiso seguir adelante, sino también que ella misma tenía su costado despótico, y que no todo en esas amistades del pasado era color de rosa. Hay reproches, hay bronca, hay insatisfacciones y frustraciones que le suman al documental cierto sabor amargo. Y es valiente por parte de Tan dejar que esos reclamos y esos comentarios se filtren hasta el punto justo, sin dejar de perder respeto por sus amigas pero mostrando exactamente cómo el paso del tiempo puede erosionar hasta las mejores amistades, y que parte de mantener una amistad implica aprender a lidiar con todo eso. Esto es muy evidente en el caso de su amiga Jasmine (quien en 1999 dirigió una película en Singapur, Eating Air), la más cruda y sincera, y un poco menos en el caso de Sophie, quien sin embargo está con los ojos llorosos durante todo el documental y confiesa que Shirkers le robó la energía y la inocencia para siempre.
Así, en el último tramo, la película se convierte en una investigación detectivesca en la que Tan va recolectando pistas y testimonios e intentando reconstruir, con la ayuda de una serie de personajes que van aportando datos y tratando de comprender a Georges junto a ella. Es notable la escena con un ex compañero de la facultad que participó del rodaje de Sexo mentiras y video (película obsesión de Cardona) en la que tratan de establecer hipótesis de orden psicoanalítico, como también lo son las escenas con la ex mujer de Georges que, tras su muerte, hace un viaje con Tan en búsqueda de su casa y de sus lugares de formación y pertenencia en el que nada es como se esperaba. Los lugares no existen más o -peor- nadie los recuerda. Nuevamente el paso del tiempo, siempre ganándole al entusiasmo.
Pero lo más valioso y adorable de Shirkers es que no es una queja, un lamento o una película-denuncia, ni tampoco una glorificación del pasado. Es simplemente la aceptación de un fracaso y la reutilización de un material (gesto posmoderno si los hay, pero sin el cancherismo) en pos de algo nuevo, distinto. Es asumir el error y la incógnita -al terminar la película no se entienden los motivos de Georges; probablemente tampoco importan- y tratar de construir desde las preguntas, desde la ausencia y desde el amor a las amigas y a las películas. Y, sobre todo, aprender a aceptar que las cosas no siempre salen como esperamos.
A veces salen incluso mejor.
Sobre las autoras: El Club de las Cinco nació en julio de 2017 como un proyecto de cinco periodistas, entre críticas de cine y editoras, que buscaban una excusa para hablar de lo que más les gusta. Una vez por semana, entre picadas y vino, Luciana Calcagno, Micaela Berguer, Sol Santoro D'Stefano, Maia Debowicz y Griselda Soriano se reúnen alrededor de una mesa a discutir sobre películas y series con una mirada analítica pero desprejuiciada, seria pero entretenida, informada pero no aburrida.
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