Críticas

Encarnación, de Anahí Berneri

Hubo un tiempo que fui hermosa...

Tras su promisoria opera prima Un año sin amor, la joven directora Anahí Berneri construye una sobria, austera y muy cuidada exploración del universo íntimo y sensual de una ex vedette madura que debe lidiar con el paso del tiempo, la degradación del cuerpo, los prejuicios y desprecios de su familia. La película se nutre de una gran actuación de Silvia Pérez.
Estreno 11/10/2007
Publicada el 30/11/-0001
Encarnación (Argentina, España, Venezuela, Estados Unidos, Alemania/2007). Dirección: Anahí Berneri. Con Silvia Pérez, Martina Juncadella, Luciano Cáceres, Carlos Portaluppi, Inés Saavedra, Fabián Arenillas y Osmar Nuñez. Guión: Anahí Berneri, Sergio Wolf, Gustavo Malajovich y Dolores Espeja. Fotografía: Diego Poleri. Música: Nico Cota. Edición: Alejandro Parisow. Dirección de arte: María Eugenia Sueiro. Vestuario: Roberta Pesci. Sonido: Jésica Suarez. Producción de BD Cine, en asociación con Movie City (EE.UU.), Venezolana Internacional de Producciones (Venezuela), Wanda Vision (España) y Bavaria Internacional (Alemania). Distribuidora: Distribution Company. Duración: 94 minutos. Encarnación Erni Levier fue, alguna vez, una popular vedette. Hoy, tiene casi 50 años, vive aún en un departamento sobre la calle Corrientes (desde sus ventanales se ven las inmensas marquesinas de los teatros), pero su cuerpo ya no es el mismo. Ahora, Ernie quiere ser actriz, dedicarse al arte "serio", a participar en películas del nuevo cine argentino como La buena tierra, a escribir guiones propios, quiere estar a tono con los tiempos y abrir su propia página en Internet, pero -claro- las cosas no son fáciles para las mujeres de esa edad y debe ganarse el sustento con provocativas publicidades que cultivan su vieja y aún no del todo perdida sensualidad.

La película, escrita a ocho manos por guionistas de diversas formaciones e intereses (incluido el crítico y colaborador de OtrosCines.com Sergio Wolf) parece haber sido concebido para Silvia Pérez, una ex chica Olmedo que consigue aquí una actuación profunda, visceral, por momentos conmovedora sin jamás caer en registros excesivamente nostálgicos ni sentimentales. Ella es Ernie, con su progresiva degradación corporal, con sus amantes más jóvenes, con sus añoranzas, sueños y frustraciones, con su existencia algo solitaria dividida entre su amor por las plantas, su dependencia de las pastillas para calmar la angustia existencial, las fobias reclusivas y los pocos litros que le quedan en el tanque de fama.

Tras ese prólogo, impecable, la película salta de la gran urbe al ritmo y entorno más rural de Las Flores. Ernie es invitada al cumpleaños de 15 de su sobrina Ana (buen trabajo de Martina Juncadella), pese a que el resto de la familia (bastante más pacata y conservadora) no tiene de ella y de sus conductas la mejor de las impresiones. Así, Ernie sentirá en carne propia el desprecio de los demás, el sentirse sapo de otro pozo, pero un conflicto por parte de un campo que le corresponde como herencia y especialmente la complicidad que establece con Ana, una adolescente muy inocente que se deslumbra con la personalidad bastante más avasallante y avispada de su tía, hacen que permanezca unos cuantos días en el pueblo.

Como ocurriera en su opera prima, Un año sin amor, Berneri opta por una puesta en escena bastante pudorosa. Esta decisión le permite unos cuantos logros, pero también le genera algunas pérdidas a la potencialidad del relato. La talentosa cineasta (indudablemente una sólida narradora y una gran directora de actores) evita caer en las demagogias, en el costumbrismo pueblerino, en los lugares comunes de la melancolía barata y en el regodeo por el patetismo de alguien que alguna vez fue importante y hoy ya no lo es. Sin embargo, es precisamente esa austeridad y contención la que no le permiten aprovechar en toda su dimensión la conexión emotiva entre tía y sobrina, a desarrollar la veta humorística que un relato de estas características permitía y, al igual que en Un año sin amor, cae por momentos en cierto distanciamiento y frialdad.

A la destreza de Berneri, a la sorprendente ductilidad y compromiso de Pérez, a la solvencia de los intérpretes secundarios, se le suma la categoría de los otros rubros, especialmente la riqueza de la fotografía de Diego Poleri, la sobria musicalización de Nico Cota y el minucioso trabajo en el sonido de Jésica Suárez.

En un año en el que el cine argentino ha dado pocas películas capaces de llamar la atención, de concebir un mundo propio, de adentrarse con interés en la psicología de su protagonista, Encarnación lo logra con recursos nobles y genuinos de la narración cinematográfica. No es una obra perfecta, no estamos ante un film deslumbrante ni mucho menos revolucionario. Pero en su tono cuidado, en su riqueza de matices, en su sobria y sabia exploración del universo íntimo y sensual de una mujer madura se trata de una película para tener en cuenta y no dejar que, como viene ocurriendo con casi toda la producción nacional reciente, pase inadvertida.

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