Columnistas
La vuelta de Aziz Ansari y los dilemas de la corrección política
Por Diego Batlle
El cómico regresó con el especial de stand-up Right Now (Netflix) luego de las acusaciones en su contra en el marco del #MeToo.
No suelo hacer reseñas de shows de stand-up (me gusta el género, pero no me parece que una crítica pueda aportar demasiado y sí corre el riesgo de spoilear más de lo debido) y, en este caso puntual, tampoco me parece que Right Now sea un espectáculo particularmente brillante. Por supuesto, Aziz Ansari es siempre ingenioso y punzante cuando habla del racismo evidente, latente y oculto en la sociedad estadounidense, de las contradicciones de las minorías étnicas, de la culpa y la incomodidad del blanco-urbano-de clase media con ínfulas intelectuales (también mete chistes sobre pizzas o anticonceptivos), tiene oficio y carisma, sabe cómo interactuar con el público y la dirección del austero proyecto, a cargo de Spike Jonze (¿Quieres ser John Malkovich?, El ladrón de orquídeas, Donde viven los monstruos, Ella), es impecable.
Pero escribo esta columna no para elogiar o cuestionar Right Now sino para reflexionar sobre el contexto en el que lo lanzó Netflix, sobre de algunas cuestiones ligadas a la carrera profesional y personal de Ansari y, en especial, sobre las contradicciones, enigmas, disyuntivas, dilemas de la corrección política en tiempos de #NiUnaMenos, #MeToo y tantos otros movimientos contra el machismo, la desigualdad y por mayores derechos para la mujer.
No soy el primero que se hace la(s) pregunta(s): ¿Puede la corrección política llevada al extremo convertirse en una dictadura, en una herramienta de censura y de revanchismo? Vamos al caso puntual de Ansari. Actor, guionista, productor, director y músico estadounidense, pero de origen indio, este artista de 36 años fue ganando en popularidad con su trabajo en Parks and Recreation hasta llegar a una excelente serie propia como Master of None que tuvo dos temporadas en Netflix. También el gigante del streaming estrenó especiales de stand-up como Buried Alive (2013) y Live at Madison Square Garden (2015), donde consiguió un sold-out con más de 12.000 espectadores.
Hace poco más de un año, en pleno apogeo de su popularidad, el sitio Babe.net publicó el testimonio de una fotógrafa de Brooklyn de 23 años en el que relataba los detalles de una cita íntima con Ansari que, según ella, se transformó “en la peor noche de mi vida”. La suerte de Aziz parecía echada -como la de tantos otros colegas acusados de “comportamientos inapropiados”-, pero tras un breve período sabático el multifacético artista reapareció con Right Now y muchos (y muchas) parecen haberlo “perdonado”.
El show arranca y termina con él caminando mientras suena Pale Blue Eyes, el clásico tema de Velvet Underground (“Sometimes I feel so happy, sometimes I feel so sad”) y, lejos del esplendor del Madison Square Garden (donde se montó una pantalla gigante, un sofisticado juego de luces y él lució un esmoquin), Ansari eligió un teatro más pequeño de Brooklyn, una puesta muy austera y despojada, y unos jeans y una desteñida remera de Metallica como todo vestuario. Y, ya desde los primeros minutos del espectáculo, hace referencia directa al citado incidente, pide disculpas públicas, admite sus errores y asegura que le cambió la perspectiva de su mirada sobre las relaciones humanas, las relaciones con las mujeres y todo lo que puedan imaginarse. Luego, sí, vendrá la habitual catarata de chistes cínicos, para cerca del final retomar el tono íntimo, reflexivo, sentimental y confesional.
¿Ya está? ¿Podemos volver a reirnos de y con Ansari? ¿Fue suficiente el castigo mediático? ¿Son suficientes las disculpas sobre el escenario? ¿Quién dictamina -fuera de la Justicia, claro- la gravedad de un “comportamiento inapropiado” y autoriza la redención, la segunda oportunidad? ¿Cuánto tiempo de silencio es necesario? Uno podría sumar preguntas y probablemente no encontraría respuestas apropiadas.
Otro cómico brillante y provocador como Louis C.K. cometió más y peores incorrecciones (o abusos, si prefieren) y su regreso casi clandestino en el Comedy Cellar de Manhattan desató la furia de decenas de organizaciones feministas y de muchas periodistas. La gravedad de sus acciones (masturbarse delante de varias mujeres), la rapidez de su regreso y sus disculpas no demasiado convincentes generaron protestas públicas contra él y hasta contra ese y otros clubes que le dieron refugio artístico.
En el show business de los Estados Unidos hay (o deberían haber) matices. No es lo mismo Harvey Weinstein o Kevin Spacey que Aziz Ansari, quien en este nuevo show se ríe bastante de las desgracias de R. Kelly y hace unos cuantos chistes sobre Michael Jackson, sobre el disfrute ahora culpógeno de su música y los alcances del documental Leaving Neverland.
Más allá de las implicancias judiciales (los tribunales deberían ser los ámbitos en donde dilucidar las reales culpabilidades), lo cierto es que muchos artistas han visto sus carreras destruidas, o casi. Ahí está, por ejemplo, el otrora mítico y reverenciado Woody Allen con películas encajonadas por Amazon o filmando con actores de segunda línea en San Sebastián porque en España todavía siguen financiando sus proyectos. Pero lo peor de todo son los efectos secundarios que generan: el miedo, la paranoia, la autocensura. Hasta Pixar ha decidido cortar en las nuevas ediciones una escena hoy considerada “inconveniente” por machista de Toy Story 2.
Hay algunas reflexiones inteligentes en este show de Ansari y que están reflejadas en las capturas de pantalla que acompañan esta columna. Por ejemplo, que no se puede analizar las obras del pasado con la perspectiva actual. Entre los ejemplos que da Aziz figuran desde su propia Parks and Recreation hasta la propuesta de The Office, que hoy podría ser acusada de ser un panegírico del acoso laboral. En concreto, con los valores y dogmas de la corrección política actual, nadie resistiría un archivo. El riesgo del consenso absoluto y los mencionados peligros de la censura en nombre de los valores más progresistas podrían ser el certificado de defunción para el humor negro, para los aspectos más incómodos, provocadores y por qué no revulsivos del arte... Y no solo para el arte.
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Creo que el segmento Pizza Hut hace que valga la pena el show entero, que creo que es muy bueno. Por momentos al nivel de la segunda temporada de Masters of None. Creo también que vale la pena porque tiene algo nuevo y gracioso para decir sobre la corrección política.