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Los placeres culplables
Una sentida y a la vez divertida reivindicación de los guilty pleasures como mecanismo de agitación del canon fílmico tradicional y vigorosa exaltación de la pasión por el séptimo arte.
La primera vez que leí acerca de los guilty pleasures fue en las páginas de la revista norteamericana Film Comment. Allí se presentaba (y aún aparece de manera irregular) una sección exclusivamente dedicada a los “placeres culpables”, en la que un personaje relacionado con el mundo del cine relataba sus más ocultos e inconfesables gustos cinéfilos. Recuerdo al filósofo esloveno Slavoj Zizek entregado a las supuestas bondades de películas como Freddy vs. Jason (2003) o el Duna (1984) de David Lynch, además de Topaz (1969) de Alfred Hitchcock, mientras Matt Groening, creador de Los Simpson, se confesaba un devoto admirador de Bambi (1942) y de las películas chinas sobre vampiros.
Pronto me sentí fascinado por la idea del guilty pleasure como mecanismo de agitación del canon fílmico tradicional. Imaginaba el ejercicio confesional de los “placeres culpables” como una vigorosa exaltación de la pasión cinéfila que, acompañada de un cierto trasfondo analítico, podía resultar útil a la hora de revisar la historia del cine, ofrecer nuevas perspectivas y ampliar el espectro de posibilidades de goce fílmico. Aunque es fácil apreciar que justo ahí, en la eufórica proclamación del gusto personal, residen los límites del guilty pleasure. En el peor de los casos, el “placer culpable” no pasa de ser una afirmación fetichista de la propia cinefilia, una fórmula para celebrar la propia diferencia. Al final, una muestra más de narcisismo.
Aún así, la idea del “placer culpable”, ese objeto cinematográfico que los círculos distinguidos desacreditan con desdén por “popular” o “mediocre”, tiene sus beneficios. Repasando los títulos que suelen salir a la luz cuando la conversación cinéfila se desvía hacia el pantanoso y lúdico territorio de los guilty pleasures, es notable que un importante porcentaje de las películas mencionadas suelen ser comedias, un género en ocasiones malogrado por su negativa a someterse a las reglas de la gravedad discursiva y la transparencia moral. De hecho, en el contexto de esa celebración visceral, se forjó, creo, el apoyo crítico a la “nueva comedia norteamericana” que eclosionó de forma súbita e intensa a finales de los años noventa, sustentada en el trabajo de los Bad Boys del Saturday Night Live (Adam Sandler, Mike Myers, Rob Shneider…), a los que se sumaron otros de la siguiente generación (Will Ferrell, Owen Wilson, Jack Black…). Con los hermanos Farrelly sembrando la sospecha en el seno del american way of life y Richard Linklater reformando los principios de una nueva educación subversiva y sentimental, Ben Stiller fabricaría la obra maestra del movimiento: Zoolander.
En muchos casos, el guilty pleasure permite celebrar el sentido lúdico y festivo de una película dotando al juicio de un cierto distanciamiento irónico, aunque en mi caso y el de muchos otros creo que la fijación en torno a la “nueva comedia americana” no responde a un placer culpable, sino a uno orgulloso. Para sentirse culpable de una afinidad o preferencia hay que reconocer un sesgo fanático que imposibilita, en cualquier caso, un examen analítico. Pero en el caso de la comedia americana, hoy redituada bajo el influjo de la factoría de Judd Apatow, mis preferencias son claras y conscientes: me apasiona su sofisticada sátira del lenguaje mediático, su crítica feroz a la cultura del éxito, su precipitación al abismo de la improvisación y su sumisión a las pulsiones físicas de sus protagonistas. Por todo esto, prefiero el caos audiovisual e intertextual de las mejores películas de Will Ferrell (atención a la tripleta formada por El reportero: La leyenda de Ron Burgundy (2004), Ricky Bobby: Loco por la velocidad (2006) y Deslizando a la gloria (2007)), Ben Stiller, Owen Wilson o Adam Sandler, a las mesuradas, precisas, divertidas y más bien inofensivas Supercool (2007) y Ligeramente embarazada (2007), ambas con el sello Apatow.
Dejando a un lado la comedia y volviendo a otros territorios fértiles para los guilty pleasures, cabría atender al espacio de la deformación y el fetichismo pop, según el cual es posible concebir como grandes placeres filmes icónicos como Top Gun (1986), Reto al destino (1982) o Gigoló americano (1980), aunque nunca sentí una especial simpatía por estas películas. Y si hablamos de “placeres culpables”, es imposible no remitirse a un ámbito del espacio cinéfilo en el que la culpa se toma de la mano con el culto. Se trata de películas de directores con un cierto prestigio que en el momento de su estreno tuvieron una pésima recepción pública y crítica, pero que luego gracias a fenómenos de culto se han ido reivindicando como obras importantes. Grandes ejemplos de esta tendencia serían Showgirls (1995) o El vengador del futuro (1990), ambas de Paul Verhoeven, además de unas cuantas películas de Brian De Palma (como gran ejemplo: Demente, de 1992). Estos fenómenos, respaldados por la larga sombra de la política de los autores, pueden llegar a invertir el sentido de la culpabilidad y, hoy en día, entre los aficionados, es casi un crimen dirigir críticas a dichas “victorias de la cinefilia”.
En todos estos casos, lo que prima es la búsqueda de una coartada intelectual para la reivindicación de un gusto que a pesar de aparentemente es marginal, suele ser siempre colectivo. Sin embargo, existe un lugar no pervertido por el argumento analítico, una senda no contaminada por las corrientes de pensamiento dominante: la prehistoria cinéfila personal. Me refiero a la época, normalmente la infancia, en la que el cine se vive como puro espectáculo, puro entretenimiento, un tiempo de súbitas e inconscientes epifanías fílmicas. Rebuscando en ese lugar de la memoria cinéfila, es posible encontrar objetos defendibles: todos disfrutamos de chicos con los gags de Chaplin o Keaton, los de mi generación reivindicamos el poder revelador y certero de las mejores teen movies (de El club de los cinco, 1985, a Hot Pursuit, 1987), e incluso la narrativa caótica y pulp de la saga de Volver al futuro (1985-1990).
Sin embargo, todos tenemos vergüenzas que no podemos ocultar. Fascinaciones infantiles o adolescentes, epifanías fundacionales (hoy denostadas), revelaciones proyectadas sobre la conciencia del que avista un nuevo horizonte de experiencias: el duelo dialéctico de Jack Nicholson y Tom Cruise al final de Cuestión de honor (1992) de Rob Reiner, la soledad fúnebre y lacónica de Kevin Costner en Danza con lobos (1990), el duelo ultra-british de Anthony Hopkins y Emma Thompson en La mansión Howard(1992), sí, la de Ivory y Merchant... No hay defensa posible, me declaro culpable.
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Gracias por la posibilidad del link a esta interesante columna. Y aunque tardío el comentario, debo reconocer que mis "placeres culpables" no me hacen sentir ni cerca así. Y aunque hoy soy más selectivo en lo que respecta a la materia, en aquellos buenos viejos tiempos (cual choreo al titulo de aquella de Menzel), me babeaba con el subgénero Ninja: las que protagonizaba Sho Kosugi, "La justicia del Ninja" (¡actuaba Franco nero!), "Ninja: la venganza" y "Ninja: la dominación" (con Lucinda "breakdance" Dickey como co-estrella); por ahí "Gymkata en el imperio de los Ninja" ó "Aguila Negra" con Kosugi y Jean Claude Van Damme, ya entrando a los 90. Me acuerdo que en los 80 me encantaron títulos como "Alligator" de Lewis Teague y "Krull" de Peter Yates, y reconozco que si pudiera conseguirlas, me compraría en DVD: "The Bermuda depth" (también conocida como "El monstruo de las Bermudas") con Connie Selleca haciendo de una ninfa marina que se transforma en una tortuga gigante; ó "Paradise" con Phoebe Cates y Will Ames (Phoebe es la mujer más hermosa que el celuloide haya podido capturar jamás/ te envidio Kevin Kline). Ah! "Howard's End" de Ivory es una obra mayor; la ví en el '93 en una multisala de la calle Rivadavia y esa misma tarde ví "Eduardo II" de Derek Jarman que me pareció fascinante.<br /> Chau.-
La verdad que no soy de sentirme culpable porque me gusten cosas que el común cinéfilo o de la gente defenestran. No doy bola a esas cosas.<br /> <br /> Pregunta existencial cinéfila: ¿Es grasa el cine de Ivory y están muy buenas las adaptaciones de Joe Wright?
Uf, basicamente todo lo que vi en los 80 me da algo de culpa (no necesariamente placer), pero elijo uno:<br /> <br /> Doble función del "Lido" (cabildo 3200), siempre daban La Dama y el Vagabundo + una argentina (Mingo y Anibal, Moria, Los Superagentes)... engancharla empezada, y quedarme a verla otra vez entera.... bonus: que lloviera estando el techo abierto.<br /> <br /> fetiche culposo: tengo una foto con Mario Baracus !
Todo bien, pero cuando ya llegamos a Denis Arcand los placeres culpables se penan con la horca.<br />
Coincido con Martina en el gusto del cine de qualite de James Ivory (a mi LO QUE QUEDA DEL DIA me parece una peli magnifica, y la actuacion de A. Hopkins es prodigiosa), pero mi otro guilty pleasure es el cine de Denis Arcand (tanto LA DECADENCIA DEL IMPERIO AMERICANO como JESUS DE MONTREAL en su momento en el momento que las vi me impactaron mucho), y aqui entro en una segura polémica con muchos detractores del cine "choronga", ya que me conmovió muchisimo LAS INVASIONES BARBARAS (mas allá de que es una peli manipuladora, creo que las actuaciones de su elenco son fantásticas, y ahi descubri a una actriz fascinante: Marie-Jose Crozee).<br /> Saludos.
Yo mis guilty pleasures los llamaría "fart pleasures" (placeres pedo), porque los propios incomodan a los demás, no a mí: los capítulos de la mujer biónica y/o el hombre nuclear donde el coronel Steve Austin y Jamie Sommers aparecen juntos (los ví pelear contra las fembots del Dr. Franklin y con Saskwatch hasta el hartazgo aprendiéndome los diálogos de memoria); ; el pop de teclados de la primera mitad de los ochenta como The Human League y Thompson Twins; Karate Kid II, El Club de los 5, los diálogos oficinescos de Donde duermen dos duermen tres, la escena de Generación X donde bailan My Sharona en la estación de servicio y no sigo porque me vinieron ganas de poner un CD de Miranda!<br /> <br /> PD: no hay nada culposo en Sex & the city, en verdad una gran reivindicación de la amistad que si se llamara Friendship & the city nadie la miraría por grasa.
Ahí van los míos:<br /> Como Manuel, el cine de qualité de Ivory, es grasa pero me gusta.<br /> La comedia adolescente de debuts sexuales, de revistas porno bajo la cama, de chicos espiando chicas en los vestuarios, de alumnas enamoradas de maestros y viceversa, de porristas y quarterbacks, etc. etc. Un género torpe como sus protagonistas, pero irresistible.<br /> Películas de monstruos (no hablo de la genial Host o Cloverfield) sino de berretadas varias que, igual, me pueden.<br /> Toda película -por peor que sea- con gente como Bruce Willis, o John Cusack, o George Clooney...<br /> Si me acuerdo de algo más, vuelvo a postear. Saludos
Me sumo a los guilty pleasures que propone Manu. De la infancia, las películas de Terrence Hill y Bud Spencer que iba a ver con mi viejo los sábados a la tarde en doble programa en cines de barrio (especialmente el Dante de la Boca). <br /> De la adolescencia, el cine de Walter Hill o Ridley Scott (que hoy ya no resisten bien lo que en ese momento prometía mucho). <br /> Y de la TV, series femeninas/feministas como Sex and the City o The L Word, influida por el fanatismo de mi esposa.