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“Midsommar”: Vicios y virtudes del cine de terror “de autor”

Por Diego Batlle
El nuevo film de Ari Aster ratifica ciertas tendencias de la vertiente más intelectual del género.

Publicada el 05/09/2019



Admitámoslo: el cine de terror estaba hasta hasta hace pocos años en un bache profundo con una producción cada vez más prolífica, pero con muy poco para rescatar: guiones concebidos a pura fórmula, bajos presupuestos, rodajes veloces y escaso riesgo artístico y comercial. Por supuesto, siempre hay honrosas excepciones (desde el James Wan de El conjuro hasta el Drew Goddard de La cabaña del terror) y la creciente consolidación de una productora como Blumhouse comenzó a entusiasmar a los cinéfilos, pero cada jueves debíamos (y en muchos casos todavía debemos) soportar los estrenos de auténticos engendros.

En los últimos tiempos comenzaron a surgir varios directores que le insuflaron nuevos aires al género con búsquedas más audaces, arriesgadas, autorales si se quieren, con un mayor interés en lo psicológico que en el susto efímero, más en la construcción de climas que en el derroche de sangre. Entre ellos, Jordan Peele (¡Huye!, Nosotros), Robert Eggers (La Bruja, The Lighthouse), David Robert Mitchell (Te sigue) y Ari Aster con El legado del Diablo (Hereditary).

Dejé para el final de la enumeración a Aster porque me parece uno de los casos más paradigmáticos y porque acaba de estrenar Midsommar: El terror no espera la noche, película de apertura del 15º FestiFreak de La Plata y cuyo lanzamiento comercial en Argentina se anuncia para el 7 de noviembre.

La película arranca en un tono más bien intimista con las desventuras de Dani (Florence Pugh, actriz de moda), una joven que atraviesa una profunda crisis tras una tragedia familiar. En medio de la angustia y el dolor, la atribulada protagonista terminará acompañando a su novio Christian (Jack Reynor) y los amigos de éste, Josh (William Jackson Harper) y Mark (Will Poulter), a un viaje a una comuna neo-hippie en un remoto y bucólico paraje campestre de Suecia en la que creció uno de sus compañeros de estudio, Pelle (Vilhelm Blongren), que oficiará de guía y anfitrión.

Lo que en principio parece una escapada veraniega de sexo, drogas y distensión (aunque Josh pretende conseguir allí material para su tesis de Antropología) se transformará en algo muy distinto con sacrificios rituales y ceremonias que van de lo lúdico a lo tenebroso. El film encuentra alguna lejana conexión con Apóstol, film de Netflix dirigido por Gareth Evans, aunque aquí Aster -un cineasta de un virtuosismo formal apabullante- termina manejando otros tonos, si bien las dosis de humor negro, hechos macabros, fanatismo religioso, perversiones sexuales y explosiones gore también están presentes.

Aster -por momentos pretencioso y caprichoso en sus decisiones artísticas, además de afecto a cierto regodeo visual- pudo estrenar una versión nada austera de 147 minutos, pero luego negoció con la distribuidora A24 el lanzamiento de su Director's Cut de... ¡171 minutos! con escenas extendidas y otras que directamente quedaron afuera en la mesa de montaje.

Lejos parecen haber quedado los films de terror de 80 minutos que van “a los bifes”. Si se quiere, hasta podríamos incluir en esta movida a una producción mainstream como It - Capítulo dos, ya que el argentino Andy Muschietti consiguió la autorización para una versión de 169 minutos. Como siempre, la cuestión esencial no es si la duración es excesiva sino si la narración lo justifica. En el caso de Aster, más allá de los reparos apuntados, claramente tiene con qué.




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