Críticas
Il papà di Giovanna, de Pupi Avati
Papá por siempre
Silvio Orlando ganó el premio al mejor actor en el Festival de Venecia 2008 por esta historia ambientada en la Bolonia de 1938 que narra la relación posesiva entre un tímido profesor y su hija que está al borde la locura.
Silvio Orlando encarna a un profesor de escuela, artista frustrado obsesionado con la figura del pintor boloñés Giorgio Morandi. El hombre está dispuesto a todo para proteger a su hija Giovanna, una chica poco agraciada, con problemas de relación y progresivo desequilibrio emocional, que se envuelve en una historia siniestra de celos, locura y crimen.
La familia de pequeña clase media se fisura en forma paralela a la desintegración mental de la joven, pero ese padre -que profesa un amor incondicional, casi morboso por su hija- será el único que no la abandonará en su descenso a los infiernos. El profesor unirá el amor tradicionalmente atribuido a la madre y su sobreprotección de padre para rescatar a su hija, que ha pasado al otro lado de la normalidad. Sea por amor o por culpa, él hace de la paternidad el sentido de su vida.
Un film tenebroso, tan melancólico como la pintura de Morandi. Su oscuridad no sólo emana de la paleta cromática que elige Avati: nunca un color primario, todos son sepias -frecuentes en el cine del director- y grises para pintar el melodrama. Minucioso, detallista, sugerente, basta entrar en la casa del senador fascista, en planos contrapicados de enormes ambientes opresores, con muebles lujosos y profusión de lámparas, para preveer la reacción violenta. Pero los tonos bajos emanan también de los sentimientos de los personajes: la frustración profesional del padre, la insatisfacción de la madre, su rechazo por la hija y su posterior distanciamiento de su familia, el amor reprimido entre los vecinos, la locura y la muerte.
Y, en espejo, la derrota del fascismo. El fuerte de Avati siempre han sido las relaciones personales, el retrato de seres anónimos. No mantiene la misma tensión dramática ni el interés cuando se ocupa del marco histórico, de la gran historia social en la cual se desarrolla el drama individual. La militancia fascista, los bombardeos y la reacción antifascista -que acabamos de ver también representada en Las vidas privadas- adolecen de cierta superficialidad, cierto apresuramiento por cerrar el tema, que no está a la altura del drama familiar, que también decae en la segunda mitad.
Se trata de un film lacerante, que a algunos podrá resultarles anticuado. Está sostenido por un notable elenco, con merecidos premios en el Festival de Venecia de 2008. Alba Rohrwacher (quien fuera la hija en Sonrisas y lágrimas) es una nueva y excelente actriz que sabe actuar la determinación y la locura sin esquematismos; Orlando se muestra tan grande como en los films en los que lo dirigió Nanni Moretti, y Francesca Neri, algo desaprovechada, mantiene a su personaje en una remota rigidez opuesta a la devoción de su marido.
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