Debates
Tres reflexiones sobre un año marcado por fuertes cambios en los hábitos del consumo cinematográfico
Publicada el 30/11/-0001
Los tiempos están cambiando, es algo que flota en el viento. Las empresas dedicadas a la producción, la distribución y la exhibición de cine en cualquier formato, verticalmente integradas (las menos) o dedicadas sólo a un segmento del negocio, no pueden dejar de poner el grito en el cielo acerca de los males de la piratería globalizada. Según ellos, se trata del Mal del nuevo siglo, el comienzo del fin de un negocio otrora próspero y feliz. Las campañas anti-piratería son diseñadas para incorporar en dosis crecientes la vergüenza y el miedo en el comprador de discos ilegítimos, comparando, por ejemplo, el consumo de un dvd pirata con el plagio liso y llano de un examen o el hurto de una cartera en la vía pública. Lo cierto, más allá de los argumentos económicos esgrimidos por los derechohabientes –atendibles y sensatos, en muchos casos-, es que en cualquier quiosco de revistas, vagón de subte o puestito callejero es posible adquirir todo tipo de películas de diferentes orígenes y calidades, desde copias perfectas de discos originales hasta aborrecibles grabaciones caseras realizadas en una sala de cine.
Jóvenes cinéfilos, amas de casa aburridas y señores pulcramente vestidos adquieren y consumen, sin miedo ni vergüenza, los mentados disquitos azulados, grabados en PCs hogareñas a velocidades industriales. Según ellos, se trata de la democratización total de la producción audiovisual, el comienzo de una panacea universal donde todo el cine del mundo –o al menos el cine que les interesa- está al alcance de la mano, a la vuelta de la esquina. Sin ánimos de argumentar a favor de unos y de otros en una discusión interminable sin solución a la vista, lo cierto es que la tecnología que permitió la masificación de las copias ilegales fue apoyada y sostenida por las mismas compañías que ahora lloran sobre lo que consideran las cenizas de su negocio. Esta situación puede extrapolarse al mundo de las discográficas, con la compresión digital resonando en los oídos de un alto porcentaje de la población ¿Ingenuidad empresaria o cálculo de ganancias y pérdidas luego del apogeo del VHS y el CD? En última instancia, el huevo de la serpiente estaba a la vista de todos, calentito y a la espera del fin de su período de incubación.
El año que termina fue determinante en el caso de la Argentina: las entradas a las salas de cine nunca fueron tan caras y los reproductores de dvd jamás se mostraron tan accesibles. Ergo: la gente se queda en sus casas y compra versiones digitales de las películas en cartel. Los piratas en general (dejemos de lado a los especializados que ofrecen films clásicos, independientes o aquellas películas que nunca tendrán un estreno comercial) ofrecen al consumidor la misma oferta que la cartelera tradicional, siguiendo al pie de la letra la agenda de estrenos comerciales, pero a bajo costo. El negocio cambió y con él los hábitos del espectador, mucho más dispuesto a adquirir un home theatre por única vez y simular la existencia de una sala de cine en la comodidad del hogar.
2- El año de la transición (¿hacia dónde?).
Estos últimos doce meses no fueron marcadamente diferentes a los años anteriores, pero la tendencia a la homogeneización de la oferta cinematográfica continuó acentuándose. Es cierto, 2007 fue el año del estreno de The Host, Imperio, La noche del Sr. Lazarescu y Honor de cavalleria; Kim Ki-duk volvió a las salas argentinas con El tiempo y por primera vez se conoció comercialmente un film de Hou Hsiao-hsien, Café Lumière; la miniserie italiana La mejor juventud batió records de audiencia que sorprendieron a propios y ajenos y el film indie Shortbus finalmente logró estrenarse luego de varios retrasos. Pero este puñado de títulos es la excepción que confirma la regla: como ocurre en el resto del mundo, la programación de las salas de cine está pautada por el cronograma de títulos norteamericanos que, semana a semana, “taponan” las bocas de salida inhabilitando, estratégicamente, la posibilidad de que otro cine (tenga éste el origen, el interés y las características que fueren) pueda salir de los márgenes y acercarse un poco al centro de las elecciones que se le ofrecen al público.
Nada nuevo bajo el sol, aunque esa marginalización constante, sumada al incremento paulatino del precio de las entradas, ha terminado por instalar la sensación, hoy más que nunca, de que una salida al cine es un evento extraordinario por lo prohibitivo, donde cada peso invertido debe tener una equivalencia de espectáculo y grandilocuencia (lo que se traduce, en la mayoría de los casos, en vértigo, velocidad, efectos visuales y sonoros, sensaciones fuertes). Nada atenta más contra la posibilidad de enfrentarse a algo desconocido, a sorprenderse, a experimentar y, por qué no, a aburrirse soberanamente u odiar lo que vemos en pantalla, que el hecho de considerar la entrada de cine como una inversión que debe necesariamente dejar sus réditos. Nada más alejado del cine como arte y experiencia vital, nada más cerca de la idea de las películas como productos a ser consumidos como si se tratara de comida rápida. Parafraseando a un colega, amante y crítico del cine: el sabor de una milanesa a la napolitana puede ofrecer miles de variaciones, dependiendo de la fonda en la cual se pida, pero el gusto de una hamburguesa de cadena de fast food fue, es y será siempre el mismo.
Más allá de la ya citada Imperio, el cine norteamericano ofreció este año varios títulos interesantes, incluidos sendos largometrajes del último cultor del clasicismo vivo, Clint Eastwood, con su ambicioso díptico sobre la Segunda Guerra Mundial. Mientras tanto, Robert De Niro dirigió su segunda película, El buen pastor, en contra de todos los mecanismos narrativos en boga. Resulta notable como muchos de estos films de temática “adulta” -claramente identificados como tales en un mundo PG-13, donde el cine masivo debe necesariamente, por razones económicas, resultar atractivo y apropiado para aquellos espectadores menores de edad- parecieron apuntar, de una o de otra manera, a ese período que muchos consideran la última época dorada de Hollywood: los años 70. Tanto Zodíaco como El asesinato de Jesse James por el cobarde Robert Ford, por ejemplo, utilizan una retórica y un tempo narrativo totalmente alejados del grueso de la producción norteamericana contemporánea. Más allá de los resultados dispares de estos films, bienvenidos sean los anacronismos que rompen con el molde del espíritu de época.
3) El año de la resistencia
De nada sirve llorar por la inevitable desaparición del 35mm como soporte de exhibición y el reemplazo de los templos cinéfilos, las viejas salas de cine, por los mega-complejos ubicados en el corazón de los shoppings o las ubicuas pantallas de las computadoras personales. Los grandes desafíos siguen siendo la defensa incondicional de la diversidad, hacer oídos sordos a los llamamientos en contra del “elitismo” y el “esnobismo” -esas cansadas muletillas populistas que pretenden inventar antinomias donde no debería haberlas-, hacer un culto de la diferencia, el riesgo y la novedad allí donde verdaderamente existan y, por supuesto, separar la paja del trigo, por eso de que mejor un Ratatouille en mano que cientos de Shrek 3 volando. ¡El cine esta muerto, viva el cine!
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