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FICUNAM 2018: Imágenes desde el paraíso cinéfilo
Por Josefina Sartora, desde Ciudad de México
Con La telenovela errante, film maldito de Raúl Ruiz, comenzó la 8ª edición del festival, que tiene visitas de lujo como Roee Rosen, Nobuhiro Suwa, Lucrecia Martel, Kent Jones y Travis Wilkerson.
Mi segunda estadía en el FICUNAM (Festival Internacional de Cine Universidad Autónoma de México) coincide con la despedida de su vivaz y tenaz directora Eva Sangiorgi, recientemente nombrada como máxima responsable de la Viennale. Eva y su equipo, que cuenta con la valiosa presencia de Roger Koza en la programación, han persistido en su criterio de mostrar un cine frontal, comprometido, nada complaciente, donde cada película tiene su justificación y no hay lugar para títulos ni secciones de relleno.
Como en años anteriores, las proyecciones del FICUNAM están bastante concentradas en las instalaciones del Centro Cultural de la Universidad Autónoma de México, un complejo admirable que cuenta con varias salas de cine, dos de teatro, un auditorio para música y el magnífico edificio del Museo de Arte Contemporáneo, todo dentro de la Ciudad Universitaria. Muy alejado del centro, el público puede acceder también a las proyecciones que se realizan en la admirable Cineteca (¿Cuándo Argentina tendrá algo así?) en el Goethe Institut y otras salas céntricas de esta inconmensurable capital.
Las visitas
El FICUNAM tiene varias secciones, la habitual Competencia Oficial, una dedicada al nuevo cine mexicano y otra a grandes realizadores contemporáneos, pero una de sus joyas son las retrospectivas: el japonés Nobuhiro Suwa está aquí para presentar todas sus películas, al igual que el documentalista estadounidense Travis Wilkerson y el israelí Roee Rosen: ya me referiré a ellos en futuras entregas.
Pero la invitada más convocante fue Lucrecia Martel, quien dio una master class previa a mi llegada, frente a 700 alumnos. Tuve la oportunidad de asistir a un diálogo que sostuvieron con ella Roger Koza y el crítico y director del festival de Nueva York, Kent Jones. Con el título de La dimensión sonora la charla estuvo dedicada al sonido en el cine, aspecto que sabemos ocupa un rol relevante en el cine de Martel. Esta fue otra ocasión para disfrutar de su lúcida inteligencia, la claridad de sus objetivos cinematográficos, sus criterios precisos a la hora de concebir la banda sonora de una película y el film todo. A partir del sonido llegó a otros territorios: el cine no debe saciar las expectativas del espectador, no debe confirmar lo que este espera. ¿Cuántas veces cuando empieza un tema musical ya sabemos cómo seguirá la escena? A veces se utiliza la música para suplir ciertas faltas, o para sostener lo insostenible. Martel hizo una enfática defensa del cine como revelador de nuestra realidad latinoamericana, la necesidad de desembarazarse de lugares comunes, clichés sonoros que no nos pertenecen y que a veces responden a intenciones políticas oficiales. El cine debe desnormalizar esas convenciones. “Observen su realidad, vean a su alrededor y hagan cine con eso”, dijo a los alumnos. Martel hizo la defensa de la música empleada en Zama: ¿Por qué habría de poner música europea del siglo XVIII que con seguridad nunca habría sonado entonces en las regiones donde transcurre el film? En cambio, consideró más auténtica y ajustada a ese espacio la de los indios Tabajaras, que seguramente habrá escuchado Antonio di Benedetto, autor de la novela.
Las películas
La apertura del 8º FICUNAM se realizó con La telenovela errante, la recuperada película que Raúl Ruiz filmara en 1990 y terminara su viuda Valeria Sarmiento, ya presentada en el último festival de Mar del Plata. Ruiz parte de la suposición de que la sociedad chilena no existe, sino que es un conjunto de telenovelas. En ella, en diferentes capítulos o días, se remedan los estereotipos de la televisión, yendo desde el adulterio entre cuñados hasta episodios más tenebrosos, también oníricos, pasando por asesinatos en cadena, comidas compartidas en diálogos sinuosos, etc. La telenovela actúa como un filtro revelador de la realidad. Y no sólo las situaciones costumbristas están parodiadas sino que también el habla se ridiculiza con un peculiar, surrealista sentido del humor.
La Competencia Internacional tiene una programación que responde a criterios bien definidos. Por un lado, están allí No intenso agora, del brasileño Joâo Moreira Salles, y Paris est un fête, del francés Sylvain George, dos testimonios de revueltas populares del siglo XX que tienen absoluta vigencia actual; y A fabrica de nada, del portugués Pedro Pinho, sobre los estragos que causa el capitalismo salvaje en estos días. A ellas ya nos hemos referido cuando se presentaron en los festivales de Buenos Aires y Mar del Plata, respectivamente. Tres films políticos, radicales, de representación de la reallidad contemporánea con una denuncia por el estado de situación. Tres films relevantes que establecen un diálogo entre sí, que hacen sistema y fijan una posición.
Por otro lado, están las películas contemplativas: Deriva (Drift), de la alemana Helena Wittmann, es un film enigmático, con dos personaje femeninos que no sabemos muy bien qué hacen, ni qué relación tienen, ni dónde están, ni a dónde van. Eso sí: una de ellas es argentina. Parece un film de viaje hasta que de pronto, toda la película queda tomada por la representación del mar. El mar en sus múltiples formas, siempre renovado. Las imágenes del mar, rodadas desde una embarcación que se balancea, resulta hipnótica, sólo acompañada por su propio sonido marino. Un film que experimenta con la deriva, que decide no fijar un destino.
Lamaland. Primera parte, del suizo-mexicano Pablo Sigg, es otra experiencia minimalista, más dura, menos amable. Una cámara impiadosa -con soberbia fotografía de lo miserable- toma a dos hermanos ermitaños que viven en la selva, resabios de una comunidad aria que fundó la hermana de Nietzsche en Paraguay. No hay historia ni relato en Lamaland: hay movimientos mínimos de esos hombres en un ambiente donde impera la mugre, la acumulación de basura y desechos, el desgano, la repetición, la mecánica de lo cotidiano. Imperdonable el uso de la obertura de Parsifal al comienzo, como si esa música celestial quisiera enaltecer lo que vamos a ver, manipulándonos. ¿O es una broma? Ciertamente, esos cuerpos mugrientos ponen en cuestión la superioridad de la raza aria, aquí degradada. Claro, la única palabra que se oye en el film es Satán… Y el sonido del reloj que marca un tiempo que se acaba. La muerte, allí nomás.
En esta tendencia también podría inscribirse la impactante Milla, de Valérie Massadian. Un film muy peculiar, con escasos diálogos y cero explicación, apoyado en el lenguaje de los cuerpos, que acompaña a una chica en tres momentos: una historia de amor, vivida en el idealismo y una casa tomada, desolada; la soledad, el embarazo y trabajos rutinarios en lucha por la supervivencia; y la maternidad, sublime. Sin música, la vida va desplegándose natural y plácidamente, y esto gracias a la presencia de Severine Jonkeere y su pequeño hijo, dos actores no profesionales que actúan con total espontaneidad, a la dirección y la cámara atenta de Massadian y a su intenso trabajo de montaje. Un film que habla de los grandes temas sin ampulosidad ni grandilocuencia, pero con extrema sensibilidad.
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