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Crítica de “Belmonte”, de Federico Veiroj (Zabaltegi-Tabakalera)
Favorito del festival vasco -donde incluso formó parte durante varios años del equipo de programación-, el director uruguayo de Acné, La vida útil y El apóstata regresa con la modesta y agridulce Belmonte.
Javier Belmonte (Gonzalo Delgado) es un artista plástico de moderado éxito, aunque tiene algunas “artimañas” para venderles cuadros a mujeres maduras. Solitario, de pocas palabras pero cáustico, se suma a la galería de protagonistas tragicómicos y disfuncionales del cine de Veiroj.
Nuestro antihéroe de turno parece casi siempre un poco torpe, incómodo, desganado, confundido, resignado, descontento, a contramano de lo que quieren su ex esposa Jeanne (Jeannette Sauksteliskis), sus padres o su hermano. Algo mejor le va con su hija Celeste (Olivia Molinaro Eijo), con la que se abre y se juega un poco más.
La película hace gala de ese humor parco, asordinado, tan uruguayo, con situaciones que están muchas veces al borde del patetismo y el estereotipo, pero que el director sabe manejar con fluidez y resoluciones absurdas. Al fin de cuentas, Veiroj es parte de una escuela que, con muy distintos matices, forman entre otros Jim Jarmusch, Aki Kaurismäki, Martín Rejtman y siguen las firmas.
Belmonte es pequeña y disfrutable, aunque también da la sensación de ser un proyecto de transición (de hecho Veiroj la hizo mientras preparaba uno bastante más ambicioso que ya está en postproducción). De todas formas, que no tenga demasiada apuesta al riesgo y pise sobre terreno conocido, no significa que Belmonte sea un film intrascendente o descartable. Su aproximación a las contradicciones íntimas de la paternidad (el protagonista busca reconciliarse con esa condición y también aprecia los cambios de su septuagenario padre) es riguroso, valioso y por momentos incluso emotivo.
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