Festivales

Entrevista al director Sebastián Lelio, ganador del Oscar por “Una mujer fantástica”: “El cine existe en la tensión entre lo posible y lo soñado”

Por Ezequiel Boetti, desde Valdivia
Se lo nota como en casa a Lelio en el FICValdivia, yendo a cada una de las salas como cualquiera de los cientos de acreditados, sonriendo genuinamente ante los pedidos de fotos, saludando con abrazos afectuosos y charlando con las decenas de conocidos que ha ido acumulando en sus innumerables visitas a esta ciudad. Aquí presentó casi toda su obra, desde sus primeros cortos de fines de los ’90 hasta los largos que lo han consagrado como uno de los nombres más importantes del cine chileno contemporáneo.

Publicada el 12/10/2018

El director de Navidad (2009), El año del tigre (2011), Gloria (2013), Una mujer fantástica (2017), Desobediencia (2017) y Gloria Bell (2018) ha vuelto a estas tierras australes para presentar La sagrada familia, película con la que en 2005 asomó la cabeza una nueva generación de realizadores y que aquí se proyecta como parte de una muestra a propósito de los 25 años de este festival. “Siento que revisitamos lo que ha sido el viaje colectivo generacional de aprender a hacer cine”, dice.


-En ese sentido, podría pensarse en el Oscar a Una mujer fantástica como una coronación de toda esa generación...

-Es raro porque el Oscar lo gana la película y uno no tiene afán de representar a otros. Pero, al recibirlo, sentí que conmigo lo recibía mucha gente. Sobre todo porque los integrantes del equipo de Una mujer fantástica han venido trabajando juntos en muchas películas y han sido una especie de segunda escuela de cine. Hubo una dimensión de conquista colectiva. Ojalá que los que no hayan estado involucrados en esa película pero hacen cine en Chile se hayan sentido también representados.


-Luego de Oscar fuiste recibido por la por entonces presidenta Michelle Bachelet. ¿El premio se tradujo en una mayor atención del Estado hacia el cine?

-Técnicamente, no. En cuanto a leyes que crearan más apoyos, no hubo nada. Lo único que pasó, y que tiene que ver con lo que yo llamo “desbordes”, es que la película contribuyó a construir un clima para visibilizar los problemas de las personas trans y a que despertarán a la Ley de Identidad de Género, que llevaba más de cinco años durmiendo en el Congreso. Cuando fuimos a llevarle el Oscar a la presidenta, cuatro días antes que asumiera nuevamente la derecha conservadora, ella le dio a esa ley el carácter de “Extrema urgencia”.  Cinco días después, ni bien llegó al Gobierno, Piñera le quitó la condición de “Extrema” y la hizo “Urgente”; o sea, ganó un poco de tiempo. Pero ya era demasiado tarde como para evadir el problema, y hace pocos días se terminó por aprobar, así que hoy tenemos una Ley de Identidad de Género en Chile. Eso fue un rebote extraño.


-Quizá lo más importante que le pueda pasar a una película, más allá de los premios, es intervenir directamente en las políticas públicas de forma tan directa.

-Sí. No me interesa para nada el cine panfletario y de hecho la causa trans no es mi causa: mi causa es el cine. Pero me emocionaba profundamente iluminar con una luz distinta a la del “realismo social crudo”, que es como se había observado hasta entonces esta temática. No había películas con acercamiento más bien clásico, como de película para la familia, que era un poco el juego de Caballo de Troya: partir como un melodrama a la vieja usanza y de a poco deformarse y convertirse en otro cosa. Eso lo consideraba muy político, pero de una forma más oblicua.




-¿Ha cambiado tu forma de buscar proyectos luego del Oscar?

-A mi pasó una situación muy anormal en ese sentido, y es que filmé dos películas en inglés antes del Oscar, entonces ya estaba asomándose a ese circuito. Gloria fue la película que me abrió esas puertas, algo que no había buscado pero ocurrió muy orgánicamente. Cuando fue el Oscar ya había filmado Desobediencia y la remake de Gloria, titulada Gloria Bell. Entonces, claro, ocurrió lo del Oscar, se estrenó Desobediencia y el año que viene se va a estrenar la otra, y parece que son las películas estratégicas post-Oscar, pero no es así. Me aventuré a filmar en Londres, en inglés y sin conocer a nadie del equipo, y fue una experiencia gozosa.


-¿Sentís que el Oscar generará más atención sobre tus trabajos?

-Es interesante ese tema. Prefiero la atención antes que la indiferencia porque la presión por hacer las cosas bien es la misma que cuando hice mi primera película. A lo sumo uno va curtiendo la piel, pero filmar siempre es un salto al vacío y uno nunca puede asegurar que vaya a funcionar. Creo que el premio detrás del premio es ganarse el derecho a seguir filmando. Eso es lo que más valoro. He tenido algunas ofertas después del premio, pero ya venía desarrollando los proyectos que ahora estoy empujando. Lo que pasa es que ahora parecería ser un poco más llevadera la cuestión del financiamiento y el interés que hay sobre uno.


-¿Cómo se hace para no perder la independencia artística en ese contexto de mayor atención y presión?

-Lo mismo me pregunto yo todos los días (risas). Es una pregunta que me hago desde mi primer largo. Más allá de las escalas y los recursos, el problema de las concesiones, que siempre es mirado con tanta sospecha por los directores, es el problema de hacer cine. Siempre me río cuando se critican las concesiones porque, si no fuera por ellas, nunca habría filmado nada. Hice concesiones incluso para mi primer largo, que lo filmé en tres días sin parar. Lo hice porque el cine existe en la tensión entre lo posible y lo soñado; pensar que la pureza está en hacer lo soñado me parece válido pero algo iluso. La belleza del cine está en ese lugar tensionado, bastardo, en el que hay que hacer convivir lo posible y lo ideal tratando de salir airoso.


-Siempre tratando que lo posible sea lo más cercano a lo ideal…

-Exacto, pero lo ideal no existe. Yo le hago mucho caso a la emoción: si no estoy conmovido por la idea de imaginar esa película, no muevo un dedo. Eso lo he ido identificando cada vez más y es lo que me guía cuando me llega un guión o me proponen proyectos ajenos. Si no me atraviesa la emoción, respetuosamente digo “no” y sigo caminando.




-Hace un rato mencionabas la remake de Gloria, Gloria Bell, que protagoniza Julianne Moore. ¿Cómo es la experiencia de dirigir dos veces una misma película?

-Fue desafiante porque tuve que superar mis propios prejuicios. En un principio no quería hacerla, pero conocí a Julianne y me cambió la perspectiva. Luego me puse a pensar en el porqué de ese rechazo. ¿Por qué los cineastas no tienen la posibilidad que sí tienen los dramaturgos o los músicos de revisitar sus propios materiales? Me propuse tomármelo como si fuera una obra de teatro montada en otro lugar y actuada por otra compañía, pero escrita y dirigida por la misma persona. O un cover tocado con otra banda y otros instrumentos. Cuando lo pensé así, pude relajarme y entender que no tenía que deformar la melodía para tocarla de nuevo sino encontrar la ecuación con los nuevos intérpretes.


-La película se estrenó el mes pasado en el Festival de Toronto…

-Así es. Yo estaba bastante nervioso que al mostrarla quedara atrapada en la cuestión de la remake y no lograra existir por sí misma, pero por su suerte la primera ola de críticas fue buena. La percepción que hubo es que las películas dialogan entre sí y que ambas tienen su derecho a existir. Incluso antes de estrenarla no sabía si podía transmitir esa energía. Por lo general las remakes están hechas con intereses meramente económicos, sin alma y para explotarla en algún territorio distinto. Pero aquí está dirigida por mí, hecha con parte del mismo equipo técnico, están Julianne Moore, John Turturro… es una película con corazón.


-Recién decías que te cambió la perspectiva cuando conociste a Julianne Moore. ¿Qué viste en ella para cambiar?

-Siempre la he admirado muchísimo, y me encontré con ella suponiendo que había amado Gloria pero no tenía interés en hacer la remake, igual que yo. Fue una reunión general muy agradable en la que ella habló muy generosamente de Gloria y me hizo muchísimas preguntas. Al final le agradecí la posibilidad de haberla conocido y le dije que entendía que ella no quisiera necesariamente hacer una remake. Ella me respondió que le daba un poco de miedo, pero que la haría solo si la dirigía yo. A eso respondí (no yo, sino mi cuerpo) que solo la filmaría si la protagonizaba ella. Yo también estaba aterrado, y dos personas aterradas en un mismo desafío artístico es una buena señal.


-¿Cómo seguirá el recorrido de la película?

-La distribuidora en Estados Unidos, A24, decidió mostrarla en Toronto, y ahora se guarda hasta el estreno en la primavera norteamericana.


“Haría una película para Netflix”

La agenda oficial de Lelio en Valdivia se completó con su participación en el panel Cine Chileno, Industria e Internacionalización junto a sus colegas Alicia Scherson y Maite Alberdi y la moderación del ex director del Festival, Bruno Bettati. La charla giró principalmente alrededor de dos ejes: las dificultades del cine chileno para atraer público a las salas –de los 27 millones de tickets cortados aquí el año pasado, sólo 266.000 fueron para films locales- y, claro, la irrupción de Netflix como un actor fundamental en la producción, distribución y exhibición audiovisual contemporánea.




-En la charla catalogaste la relación del cine chileno con la audiencia como “frágil”. ¿A qué te referías con eso?

-A que Chile es un mercado pequeño y, al igual que en todo el mundo, la exhibición está concentrada en las multisalas. En ese contexto, es muy difícil que una película de una industria frágil y sin tantos recursos para promocionarse atraiga a una cantidad de espectadores considerable. Pero todos los gustos son válidos y no hay un manual de comportamiento para el espectador. Creo que la cinematografía de un país está sana cuando hay desde películas de arte y de ensayo hasta otras con vocación de audiencias masivas. Lo que es iluso es pedirles a todas rendimiento. Las películas que he estado haciendo tienen ganas de conectar con cierta audiencia, pero no están pensadas solamente para Chile. Es importante que funcionen aquí con dignidad, pero también hay que tener en cuenta al resto del mundo en la ecuación. A Gloria, por ejemplo, acá la vieron 150.000 personas, y en todo el mundo, un millón. Esos números son bajos para Chile pero no para una película chilena en general.


-También defendiste la experiencia del cine en el cine, pero dijiste que tampoco hay que cerrarse a los cambios de una industria audiovisual cada vez más volcada al streaming. ¿Cómo analizás la situación actual en ese aspecto? El modelo de negocio de Netflix o Amazon ha cambiado incluso hasta la lógica de los festivales de cine…

-A mí me preocupa la desaparición de las salas. Creo que, si desaparecen, el cine va a tener que encontrar otra estrategia para tener la relevancia suficiente y formar parte de la conversación cultural. Hoy el estreno en salas tiene la naturaleza de evento, pero no sé si una película importante estrenada en Netflix es capaz de generar el impacto cultural que genera si pasa primero por salas. No entiendo el anhelo de aniquilar las salas. Encuentro muy válido que, por ejemplo, Alex Garland haga Aniquilación para Netflix, pero me hubiera gustado ver esa película en una sala. No me parece a priori “condenable”, los cineastas siempre estamos buscando cómo sobrevivir, cómo arreglárnoslas para filmar y de repente aparece una empresa que dice: “Ey, acá, filmen”. Es una ecuación lógica. Pero creo que hay que proteger las salas porque gracias a ellas el cine tiene relevancia social. Ya sea por razones estéticas, políticas o culturales, cuando una película tiene fuerza y es importante, es en las salas donde ocurre ese acontecimiento.


-¿Harías una película para Netflix o Amazon?

-Sí, la haría. Creo que una cosa no quita la otra. ¿Por qué no hacer convivir ambas? Es lo que no logro entender todavía. Pero va todo demasiado rápido y estamos todos en un torbellino y bastantes confundidos. La tecnología está dictando de una manera casi tiránica hacia dónde va el asunto.


-Y nadie parece tener muy en claro hacia dónde va a ir…

-Sí, totalmente. Lo que sí creo, y en esto quizás sea un romántico, es el que cine no es soporte, es un lenguaje. Y eso, en la medida que no desaparezcan los cineastas, no va a desaparecer. Alguien va a protegerlo, alguien va a seguir regando el árbol seco. Pero sí creo que hay que ser muy abiertamente político a la hora de defender las salas.

COMENTARIOS

  • 12/10/2018 17:56

    Un tipo muy inteligente Lelio y por lo que cuenta la nota mantiene la humildad a pesar del Oscar, no como nuestro Campanella, que se volvió un ególatra y un fanático político insoportable. Felicitaciones a Sebastián.

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