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Crítica de “El emperador de París”, de Jean-François Richet, con Vincent Cassel
El director de L'ennemi public n°1 y L'instinct de mort filmó una épica histórica con gran despliegue de recursos y algunos pasajes intensos, pero sin demasiadas sorpresas.
El emperador de París (L'Empereur de Paris, Francia/2018). Dirección: Jean-François Richet. Elenco: Vincent Cassel, Olga Kurylenko, Freya Mavor, August Diehl, Denis Ménoche, Fabrice Luchini y Denis Lavant. Guion: Eric Besnard y Jean-François Richet. Fotografía: Manuel Dacosse. Música: Marco Beltrami y Marcus Trumpp. Edición: Hervé Schneid. Distribuidora: IFA Cinema. Duración: 110 minutos. Apta para mayores de 13 años. Salas: 13.
Esta superproducción de 22 millones de euros de presupuesto deslumbra más por su envoltorio que por su contenido. Se supone que el espectador debería fascinarse con la figura de François Vidocq (interpretado por Vincent Cassel), rey de los bajos fondos parisinos, mítico por sus espectaculares fugas de distintas cárceles, temido y odiado por igual, pero en verdad poco de eso ocurre y, en cambio, uno se queda con aspectos si se quiere suntuarios, como ver la reconstrucción digital de cómo lucía la ciudad luz en 1805 (en una de las primeras imágenes se muestra incluso el Arco de Triunfo a medio hacer, ya que se inauguró el 15 de agosto de 1806).
La película tiene todo lo que podría esperarse de una épica histórica (piensen en una versión francesa -y algo devaluada, claro- de la scorseseana Pandillas de Nueva York): escenas dentro de prisión, persecusiones, enfrentamientos callejeros, trampas y venganzas, lucha de clases (hay un fuerte contraste entre la miseria popular y el lujo palaciego), una subtrama romántica de espíritu trágico y constantes negociaciones con el poder político de turno.
En medio del imperio napoleónico, Eugène-François Vidocq (1775-1857) escapa una vez más de sus captores, pero como cae encadenado de un barco al agua todos lo dan por muerto. Lo vemos reapareciendo como un simple vendedor de telas en una feria callejera, aunque esa vida de incógnito no durará demasiado y pronto tendrá sobre sí a las autoridades y a otros criminales. El film se concentra en el período en que lucha primero para sobrevivir solo y luego cuando hace un trato con la policía para combatir a la delincuencia a cambio de su libertad.
Con un notable despliegue visual (la fotografía es de Manuel Dacosse, el mismo de Evolution, de Lucile Hadzihalilovic) y muchas escenas sangrientas, la película se sostiene en la dureza que Cassel le imprime al protagonista, aunque por momentos demuestre también cierta sensibilidad en la relación con su amante Annette (Freya Mavor). El film tiene un auténtico seleccionado de intérpretes integrado por Olga Kurylenko, August Diehl, Denis Ménoche, Fabrice Luchini (como el poderoso e intrigante Fouché) y Denis Lavant (el cruel Maillard), y todos ellos cumplen con profesionalismo con cada uno de los personajes secundarios incluso sobrellevando en varios pasajes diálogos plúmbeos. El termino cumplir es el que mejor le cabe a esta película concebida con mucha pericia y solvencia, pero sin demasiada audacia. Cumple, pero no dignifica demasiado.
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