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Críticas de “A White, White Day”, “The Audition” y “Coachella: 20 Years in the Desert”

Un nuevo recorrido por distintas novedades que circulan en distintas plataformas de streaming e Internet.

Estreno 30/11/-0001
Publicada el 18/04/2020


-A White, White Day (Hvítur, hvítur dagur, Islandia-Dinamarca-Suecia/2019, 109'), de Hlynur Pálmason (Para alquiler en distintas plataformas★★★★✩

A lo largo de la historia del cine, los paisajes blanquecinos han generado su propia mitología fílmica, desde el reverso sucio del western que exploró Robert Altman en la agreste blancura de McCabe and Mrs. Miller / Del mismo barro (1971) hasta el inquietante blanco que los hermanos Coen tiñeron de rojo sangre en Fargo (1996), pasando por las nieves que poetizaban el punzante sentimiento de pérdida que azotaba a la comunidad de El dulce porvenir (1997), de Atom Egoyan. Elementos de todos estos títulos confluyen, de un modo u otro, en la notable A White, White Day, segunda película del islandés Hlynur Pálmason (el mismo de la promisoria ópera prima Winter Brothers / Vinterbrødre) que tuvo su estreno mundial en la Semana de la Crítica del Festival de Cannes 2019.

La dimensión westerniana del film toma forma en el laconismo del protagonista, Ingimundur (un soberbio Ingvar Eggert Sigurðsson, un suerte de Richard Harris islandés), que decide enterrar en lo más hondo de su ser el pesar por el fallecimiento de su esposa en un accidente de coche. Por su parte, lo siniestro recorre la película desde su inquietante primera secuencia, en la que vemos despeñarse el coche de la esposa por un desfiladero cuando intenta sortear las curvas de una carretera tomada por la niebla. Y, por último, el peso del trauma emerge a la superficie cuando el protagonista descubre una posible traición en el pasado de su esposa, una situación que ya abordaron con tacto películas como Los descendientes, de Alexander Payne; o 45 años, de Andrew Haigh.

La singularidad de A White, White Day debe buscarse en el modo en que Pálmason construye la película con apenas unas pocas puntadas dialogadas que dan color y relieve a un tejido fílmico dominado por la observación de los gestos, movimientos e interacciones de (y entre) los personajes –una propuesta expresiva que remite al cine de la alemana Valeska Grisebach, directora de Western–. En dos escenas relevantes, Ingimundur (que se describe a sí mismo como “hombre, padre, abuelo, policía y viudo”) asiste a la consulta de un terapeuta que debe ayudarle a sobrellevar su dolorosa situación. Pero más que en los diálogos, Pálmason pone el foco en la actitud del protagonista, en el modo de ocultar sus sentimientos tras una mirada hermética, o en la manera en la que el imponente físico del actor acaba revelando la cara más monstruosa del personaje cuando la furia se desborda (un viaje de la sobriedad quietista al salvajismo cinético que ilustra el tránsito de la película desde el drama interiorizado al thriller tempestuoso). Siguiendo esa misma preferencia por lo visual en detrimento de los subrayados dialogados, Pálmason saca provecho de su talento para construir imágenes de fuerte carga simbólica. Ahí está, por ejemplo, la casa que, a lo largo de la película, Ingimundur va reconstruyendo con la intención de encapsular el recuerdo de su mujer; o la imagen de un caballo que se cuela en esa misma casa, expresión de la animalidad que se oculta en el interior del protagonista; o también la chocante estampa de la nieta del protagonista (Ída Mekkín Hlynsdóttir) aprendiendo a matar a un pez golpeándole la cabeza contra el canto de una mesa, clara referencia al exiguo lugar reservado para la inocencia en un mundo proclive a la rudeza y la desafección.

A la postre, el corazón de A White, White Day reside en la relación de complicidad que mantienen Ingimundur y su nieta. El cariño y ternura que emana de este vínculo familiar rescata el film del pozo del nihilismo y expande notoriamente su horizonte emocional. Por la negativa de Pálmason a emborronar la película con un exceso de psicología y dado su interés por el trabajo con ciertos arquetipos (la figura masculina que asume su condición de patriarca con una fortaleza pétrea; la niña delicada y sensible que encarna la posibilidad de la inocencia), el director necesita sacar el máximo partido de la “química” entre los actores. Y en el caso del abuelo y la nieta la compenetración es absoluta. Una de sus primeras apariciones conjuntas, un largo travelling lateral en que los vemos a bordo de un bote con motor, ya consigue alumbrar –a través de la puesta en escena y la compostura de los actores– el vínculo entre los personajes, que va evolucionando y enriqueciéndose en cada nuevo momento compartido. Una comunión afectiva que completa una película capaz de sumergir al espectador en los recovecos más oscuros y en los más luminosos de la naturaleza humana. MANU YÁÑEZ





-The Audition / La audición (Das Vorspiel, Alemania-Francia/2019, 99'), de Ina Weisse, con Nina Hoss, Simon Abkarian e Ilja Monti (Disponibe en Filmin para España y México / En Argentina los derechos para cine son de Zeta Films) ★★★½ 

Más allá del sesgo hanekeano a la hora de abordar cuestiones como la culpa y el castigo que deviene en un desenlace algo sádico, hay que decir que The Audition trasciende los lugares comunes del género maestra-alumno de música para convertirse en una profunda e inteligente incursión en la psicología de sus personajes con una puesta en escena sólida, rigurosa y sin fisuras.

En su segundo largometraje como directora después de The Architect, la reconocida intérprete Ina Weisse describe el universo personal de Anna Bronsky (la otra vez extraordinaria Nina Hoss, ganadora del premio a Mejor Actriz en el Competencia Oficial del Festival de San Sebastián 2019), profesora de violín en un instituto de élite en Berlín. Ella logra que Alexander, un chico sin técnica depurada, ingrese y empieza a prepararlo de forma minuciosa hasta lo obsesivo, al punto que empieza a descuidar la relación con su marido Philippe (Simon Abkarian) y su hijo Jonas (también un virtuoso intérprete de violín). Mientras mantiene un affaire con su colega Christian, quien además la insta a volver a dar conciertos en un quinteto, nuestra antiheroína inicia un descenso a los peores infiernos personales con resultados inquietantes y desgarradores. DIEGO BATLLE





-Coachella: 20 Years in the Desert (Estados Unidos/2020, 104'), de Chris Perkel y Drew Thomas (Disponibe sin cargo en YouTube★★½ 

Cada año, a fines de abril, durante tres jornadas, se realiza en el Empire Polo Club de Indio, California, en medio del valle de Coachella del desierto de Colorado, uno de los festivales más populares e influyentes de la música rock, pop, hip hop y electrónica.

El año pasado se cumplieron dos décadas de la primera edición (1999) y -por ese motivo- se produjo este documental que no es otra cosa que una autocelebración, un ejemplo de brand management que se puede ver sin cargo en YouTube.

Todo empezó cuando unos promotores ligados al ska, al punk y a trabajar con bandas como Jane's Addiction se la jugaron con un festival masivo. Los primeros años de su Goldenvoice fueron a pérdida, quedaron muy cerca de la bancarrota (hasta que fueron socorridos y luego absorbidos por un gigante como AEG Presents), y recién en 2004 (con Pixies, Radiohead y Kraftwerk sobre el escenario) salieron “empatados”, para dar el primer gran salto en 2006 con la presencia de Madonna.

El documental destaca -con razón- que en pequeños shows diurnos pasaron -por ejemplo- Amy Winehouse en 2007, que el show de 2006 de Daft Punk abrió la puerta no solo a la electrónica sino a convertir luego a los DJs en superestrellas; y que -si bien los Beastie Boys ya habían sido headliners en 2003- fue a partir de 2010, con el extraordinario show de Jay-Z, que comenzó la era de oro del hip hop en Coachella, que luego continuó en 2011 con Kanye West y tuvo hasta un concierto en “holograma”del fallecido Tupac. En 2018 fue el turno del masivo concierto de Beyoncé y en 2019 de Billie Eilish, pero eso ya es historia reciente y bastante conocida.

Entre testimonios de promotores y músicos, algunas imágenes de color neo-hippie y fragmentos muy breves de actuaciones (justo cuando uno se empieza a entusiasmar los shows se cortan) se va recorriendo y reconstruyendo la historia de un festival que comenzó lleno de errores, improvisaciones y desajustes y hoy es un monstruo que convoca (este año, claro, no se hizo por el COVID-19) a más 250.000 personas con recaudaciones superiores a los 120 millones de dólares. Uno de los pocos momentos simpáticos de este documental institucional llega durante los créditos de cierre y tiene que ver con las delirantes negociaciones con Prince, quien a último momento aceptó sumarse para la edición 2008. Una anécdota hilarante que, de todas formas, no alcanza a salvar un producto que es mucho más sobre el negocio del espectáculo que sobre la música misma. DIEGO BATLLE




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