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Crítica de “Margaret Atwood: A Word After a Word After a Word is Power”, documental de Nancy Lang y Peter Raymont (Hulu)
Sin grandes destellos formales, este retrato de la venerada escritora canadiense está destinado casi exclusivamente a sus fans.
Margaret Atwood: A Word After a Word After a Word is Power (Canadá/2019). Dirección: Nancy Lang y Peter Raymont. Fotografía: John Westheuser. Animación: Charlie Shekter. Edición: Cathy Gulkin y Kathryn Lyons. Sonido: Peter Sawade. Música: Todor Kobakov. Narración: Tatiana Maslany Duración: 92 minutos. Documental disponible en Hulu, en plataformas de alquiler (según el país) y que ya circula por Internet.
Los detractores dirán que es demasiado “clásico”, “convencional”, “cuadrado”, “televisivo” o con limitaciones por el estilo. Y, si bien es cierto que este documental no tiene casi ningún hallazgo autoral, también lo es que resulta un must, una propuesta insoslayable para quienes admiran la obra y las posturas públicas de Margaret Atwood.
La cámara de Nancy Lang y Peter Raymont sigue a la ya octogenaria autora en sus viajes por todo el mundo, en sus participaciones en distintas marchas (es una vieja activista feminista y en defensa del medio ambiente), en sus brillantes conferencias plagadas de ironía y verdades y en la gira promocional de su nuevo libro Los testamentos. Pero, mientras expone su inagotable actividad pública, también nos invita a sumergirnos en su intimidad: desde sus poco convencionales técnicas para escribir, hasta las relaciones con esos amigos y amigas que conserva desde la juventud, con su agente literaria de toda la vida y con el gran amor de su vida (el también escritor Graeme Gibson).
El rico pasado, la larga historia de la escritora también son reconstruidos en este documental-tributo y glorificador, que es siempre un panegírico y no reconoce demasiados dobleces, dudas, contradicciones ni miserias en su protagonista (heroína). Por ejemplo, vemos a Atwood recorrer con su entonces roomate Susan Milmoe las instalaciones de la Universidad de Harvard, donde se formó, y explicar que allí, en distintos edificios del campus, está ambientada en parte la Gilead de su mítico novela El cuento de la criada (The Handmaid's Tale).
Precisamente las series y películas basadas en sus obras ocupan buena parte de la segunda mitad del documental y, en ese sentido, aparecen desde Sarah Poley (que adaptó Alias Grace) hasta Elisabeth Moss, protagonista de la serie de Hulu basada en El cuento de la criada. Uno de los momentos más entrañables del film es cuando la propia Atwood concurre al rodaje en Toronto y no solo sigue de cerca las tomas sino que termina participando con un cameo (un cachetazo al personaje de June que tuvo que repetir decenas de veces porque no se animaba a darlo con la violencia requerida). Y las charlas con Moss en la trastienda de la filmación son hilarantes.
Cerca del final se analiza la influencia de Atwood y The Handmaid's Tale en el movimiento feminista contemporáneo y, entre las múltiples imágenes compiladas, aparecen las de unas jóvenes activistas argentinas vestidas como las criadas del libro y la serie en una performance frente al Congreso de la Nación en Buenos Aires.
En este patchwork sonoro y visual conviven -no siempre con la misma armonía y eficacia- desde pinturas y animaciones hasta múltiples materiales de archivo (hay imágenes muy bonitas sobre la bohemia de los '60 en Canadá) y el uso de una voz en off a cargo de la actriz Tatiana Maslany que lee distintos poemas de Atwood. La solemnidad reverencial que se acrecienta en los últimos minutos entra en conflicto con el bienvenido humor negro y el fino manejo de la ironía del que durante varios pasajes del film hace gala esta brillante intelectual y artista.
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