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Crítica de “Cantos de represión”, de Marianne Hougen-Moraga y Estephan Wagner, ganadora de la Competencia Chilena - #FICValdivia2020
Este registro sobre la vida actual en lo que fuera Colonia Dignidad resultó la gran revelación del cine chileno cosecha 2020 de Valdivia.
-Cantos de represión (Dinamarca-Chile/2020), de Marianne Hougen-Moraga y Estephan Wagner. Duración: 90 minutos.
No suelo iniciar una crítica con cuestiones personales, pero creo que en este caso lo amerita. El director del Festival de Valdivia, Raúl Camargo, nos convocó a Fran Gayo, a Paulina Suárez y a mí para integrar el jurado de la Competencia Chilena de esta edición tan inusual (100% virtual). La reunión para decidir los premios fue hace ya cinco días y el palmarés se anunció ayer (miércoles 14). Ahora sí, entonces, puedo escribir sobre la película que elegimos y esta reseña funciona, por lo tanto, como una suerte de explicación y justificación de mi (nuestra) elección.
Cantos de represión es una película extraordinaria no solo porque es notable en casi todos sus aspectos cinematográficos. Es extra-ordinaria porque se acerca a un tema que hubiese dado para la denuncia indignada o la burla cínica con una sensibilidad, una apertura mental, una profundidad, una intimidad y una capacidad para encontrar matices que no abundan en documentales de fuerte impronta sociopolítica.
Marianne Hougen-Moraga y Estephan Wagner, ambos con una doble ligazón con Chile y con Europa, se acercaron durante varios años a Villa Baviera, que es el nombre que desde 2005 adoptó la tristemente célebre Colonia Dignidad. Mucho se ha escrito y filmado sobre la enorme cantidad de excesos que desde su creación en 1961 por parte del ex militar y predicador alemán Paul Schäfer se cometieron en ese ámbito que tenía un funcionamiento propio de una secta (y con tintes neonazis). No solo se abusaba allí de niños, jóvenes y adultos (del rigor de la educación se pasaba a la perversión) sino que hasta funcionó en ese ámbito un campo de concentración con torturas, asesinatos y fosas comunes en tiempos de la dictadura pinochestista.
Esa historia está inevitablmente presente, pero no es el eje principal de Cantos de represión. En tiempo presente, los directores van a Villa Baviera para encontrarse con quienes todavía viven en ese paradisíaco enclave de Maule, cerca de la cordillera de Los Andes y del río Perquilauquén. Mientras los más ancianos (del círculo cercano a Schäfer) están en una suerte de zona geriátrica con sillas de ruedas o directamente postrados, el funcionamiento del lugar está a cargo de la generación siguiente; es decir, de quienes en muchos casos fueron víctimas de los castigos a los que eran sometidos de manera diaria y sistemática. Ellos han montado hoy un servicio de turismo con hospedaje, gastronomía, paseos y eventos culturales propios del folclore alemán que recibe a cientos de curisosos motivados también por el morbo de conocer un lugar que estuvo en el centro de decenas de escabrosas investigaciones periodísticas.
La cámara atenta y paciente de la pareja sigue a los residentes de Villa Baviera en su actividad cotidiana (al turismo le agregan la produccón agropecuaria, la apicultura y -claro- los cantos a los que alude el título), pero además ahonda en sus recuerdos y sus traumas. Así, podemos apreciar cómo cada uno de ellos ha podido lidiar (o no) con lo que han sufrido y protagonizado. En ese sentido, Cantos de represión es también una película sobre la culpa y la negación, un mecanismo que a muchos les ha permitido seguir con sus vidas.
Una película de estas dimensiones, alcances e implicancias afectivas y morales obliga a múltiples decisiones artísticas. Es posible (me pasó a mi) que algunas resulten un poco incómodas o incluso hasta cuestionables, pero justamente el hecho de que Cantos de represión no sea un documental político y militante para la hinchada, de esos demagógicos y tranquilizadores, es lo que lo convierte en una rara avis, una bienvenida sorpresa, una auténtica revelación.
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