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Crítica de “El gran movimiento”, de Kiro Russo (competencia Orizzonti) - #Venecia2021
Tras unos valiosos cortos y su multipremiado debut en el largometraje con Viejo calavera (2016), el director boliviano formado en la FUC estrenó en la Mostra esta sinfonía urbana sobre La Paz y los seres anónimos que la recorren.
El gran movimiento (Bolivia-Francia-Qatar-Suiza/2021). Guion y dirección: Kiro Russo. Elenco: Julio César Ticona, Max Eduardo Bautista Uchasara, Francisca Arce de Aro, Israel Hurtado y Gustavo Milán Ticona. Fotografía: Pablo Paniagua. Edición: Kiro Russo, Pablo Paniagua y Felipe Gálvez. Música: Miguel Llanque, Midnight Driver y Anton Vlasov. Duración: 85 minutos.
Todo comienza con una imponente panorámica de La Paz con sus construcciones a puro cemento, piedra y ladrillo, sin siquiera una mancha verde a la vista. El zoom nos permite identificar luego un barrio, más tarde un edificio en construcción y le sigue un paneo por ventanas de diversos departamentos. El tráfico, el ruido, afiches rotos, el teleférico que conduce a El Alto... Ese inicio que va de lo general a los detalles se presenta como un documental deforme, una sinfonía distorsionada. De pronto, nos topamos con una protesta de mineros de la ciudad de Huanuni que exigen mejores condiciones de trabajo, entre los que divisamos a Elder Mamani (Julio César Ticona), uno de los personajes de Viejo calavera.
Y Elder será uno de los protagonistas de El gran movimiento junto a un vagabundo llamado Max (Max Eduardo Bautista Uchasara) y luego encontraremos a otros personajes como Gallo (Israel Hurtado), Gato (Gustavo Milán Ticona) y la encantadora Mama Pancha (Francisca Arce de Aro). Porque la película podrá tener en principio una impronta documental a la hora de explorar las contradicciones, la arquitectura y los cambios socioeconómicos de esa ciudad tan particular que se erige a 3.600 metros, pero también tiene personajes que la recorren.
Elder va al médico a hacerse estudios, los personajes -típicos antihéroes, queribles y chantas a la vez- regatean precios, bailan entre ellos en una discoteca, consiguen trabajos precarios cargando cosas en uno de los tantos mercados atestados de gente, beben y beben, duermen donde pueden...
Cuando la película parece estacionada en su deriva y su realismo, de pronto empieza a adquirir una dimensión fantástica. Elder cae enfermo. Una tormenta épica. Un delirante número musical. Kiro Russo nos sumerge en un ambiente que ya no nos resulta tan reconocible con un look muy particular, casi vintage, conseguido con una cámara Súper 16mm en los meses previos a la pandemia. Una imagen difusa y granulada para unos personajes y una ciudad que parecen perdidos tanto en el tiempo como dentro de la geografía occidental. El cine de Russo sigue llevándonos por universos únicos y fascinantes.
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