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Crítica de “Bilardo: El doctor del fútbol”, docuserie de HBO Max
La fascinante, contradictoria y polémica historia del técnico campeón del mundo es reconstruida y analizada en profundidad, con inteligencia y sin prejuicios, por este documental en cuatro partes que el jueves 24 de febrero llega al streaming.
Bilardo: El doctor del fútbol (Argentina/2022). Dirección: Ariel Rotter. Guion: Sebastián Meschengieser y Gustavo Dejtiar. Producción ejecutiva: Federico D'Elía, Cune Molinero, Alejandro Turner, Lucas Jinkis y Hernán Guerschuny. Fotografía: Guillermo “Bill” Nieto. Edición: Federico Rotstein, Marcos Pastor y Miguel Colombo. Duración: 4 episodios de unos 50 minutos cada uno. Disponible en HBO Max desde le jueves 24 de febrero.
“De tanto correr por la vida sin freno
Me olvidé que la vida se vive un momento
De tanto querer ser en todo el primero
Me olvidé de vivir”
La canción de Julio Iglesias parece haber sido compuesta para sintetizar la vida de Carlos Salvador Bilardo. De hecho, no solo se escucha en varios pasajes de esta docuserie sino que así se titula el cuarto y último episodio, y es la frase que utilizan varios de sus seres queridos, incluyendo su esposa Gloria Di Bello.
Es que Bilardo es el ejemplo consumado de la persona obsesiva hasta extremos enfermizos, del perfeccionismo a ultranza, de la búsqueda del control absoluto, de lograr que el fútbol (dinámica de lo impensado) se convierta en una materia dominable y manejable. De ahí el estudio metódico del rival, los entrenamientos interminables, la insistencia hasta el agotamiento sobre qué debe hacer o no cada jugador. En esa apasionada y neurótica relación con su oficio, que le consumía prácticamente las 24 horas del día, el Narigón se olvidó de vivir.
Aunque la grieta Menotti vs. Bilardo (que la serie aborda de manera tangencial en el primer y el cuarto episodio) me resulta a esta altura bastante perimida e insustanciosa, a mis 52 años he sido contemporáneo de buena parte de los debates futboleros: “la nuestra”, “el anti-fútbol”, “la escuela de Newell's vs. la escuela de Estudiantes”, “el ganar como sea” (y en ese sentido la serie no rehuye abordar desde el uso de los alfileres en las pelotas paradas hasta el bidón de Branco).
Siempre sentí mayor afínidad por quienes apostaban al fútbol de posesión, de toque, más lírico, más abierto a la inspiración (“de izquierda”, decían algunos) y, en ese sentido, mis simpatías estuvieron más del lado de Menotti, Guardiola o Bielsa. Sin embargo, si uno se pone a pensar la forma fanática, de compromiso, sufrimiento y vocación absoluta, con que el Loco y Bilardo -supuestos extremos de la antinomia- se conectaron con el fútbol, aparecen más de una similitud. Claro que Bilardo apeló a todo tipo de artimañas y “picardías”, mientras que el principista Bielsa obligó a sus jugadores del Leeds a dejarse hacerse un gol para compensar una injusticia. Y también es cierto que Bilardo fue campeón y subcampeón del mundo y el Loco se volvió en primera ronda.
“Bilardo ganó la batalla cultural entre los jóvenes, hoy todos los pibes son bilardistas”, dice Andrés Burgo, uno de los periodistas que aparecen de forma recurrente en el documental y, en una cultura que celebra el éxito “como sea”, no es extraño que eso suceda. Pero no siempre fue así. De hecho, Bilardo -incluso ya siendo reconocido como campeón del mundo- guardó durante décadas un enorme rencor hacia Clarín, cuya sección deportiva era bastante “menottista”, porque aseguraba que siempre le hicieron la vida imposible. Hasta su consagración con un Maradona excelso en México '86, su selección jugaba realmente mal -como todos los involucrados admiten a cámara- y fue objeto de la repulsa no solo del establishment mediático sino del público futbolero que lo silbaba en cada partido y hasta de un Raúl Alfonsín que desde la presidencia llegó a pedir su cabeza. Por eso, la celebración revanchista del bilardismo contra “los panqueques” tras el regreso de México.
Es cierto que mucha de la información, de las anécdotas y de las imágenes que aparecen en las algo más de tres horas de Bilardo: El doctor del fútbol son materia conocida para los futboleros que peinan canas, pero la reconstrucción del último medio siglo de este jugador devenido técnico está tan bien moldeada que el relato resulta apasionante. Además, la mayoría de los testimonios son muy valiosos (se prioriza la calidad por sobre la cantidad para darles más desarrollo) y en el excelente trabajo de archivo y edición aparecen unas cuantas perlas, sobre todo por el lado de videos de la intimidad familiar e imágenes tomadas en las concentraciones (hay que ver al protagonista bailando totalmente risueño y desatado en México durante un pasaje del segundo episodio).
Más allá de las declaraciones del propio Bilardo extractadas de diversas participaciones periodísticas (hilarantes sus intervenciones en el programa Polémica en el fútbol), el equipo liderado por el director Ariel Rotter (sí, el de Solo por hoy, El otro y La luz incidente) y el notable fotógrafo Guillermo “Bill” Nieto entrevistó a figuras clave de la era 1983-1990 como Jorge Burruchaga, Oscar Ruggeri, Sergio Goycochea, Nery Pumpido, Sergio Batista, Ricardo Giusti o Julio Olarticoechea, así como a Carlos Pachamé, Miguel Angel Lemme, Fernando Signorini, Humberto Grondona, Claudia Villafañe o un César Luis Menotti que no reniega de las profundas diferencias en todos los terrenos. Y también aparecen varios que a último momento quedaron fuera de los mundiales por decisión técnica como Enzo Trossero, Miguel Russo o el Cholo Simeone. No están, en cambio, aquellos más cuestionadores del bilardismo radical como, por ejemplo, Jorge Valdano.
Precisamente Simeone y la Brujita Verón son quienes más parecen defender la escuela de Zubeldía-Bilardo en una dimensión mucho mayor que las meras experiencias de sus profetas, ideólogos y referentes. En ese sentido, el documental -que obviamente celebra muchas de las facetas y los logros de Bilardo- no se queda en el mero panegírico y, tanto desde lo específicamente deportivo como en el terreno familiar, se anima a plantear interrogantes inquietantes, contradicciones y matices.
Otro logro de la docuserie es la elección de los periodistas. No hay aquí luminarias, estrellas de la televisión, exégetas como Fernando Niembro o Marcelo Araujo. Están desde el apuntado Burgo hasta Daniel Lagares, pasando por José Luis Barrio, y todos aportan anécdotas y opiniones alejadas de la estridencia tan propia de esta era del panelismo exacerbado.
Uno de los ejes que la serie maneja es la intensa relación entre Bilardo y Maradona, que fue un poco la de maestro-alumno, padre-hijo y con los cortocircuitos inevitables cuando uno de los protagonistas era el Diego. La gesta de México '86, la épica de Italia '90, el Sevilla de 1992, el Boca de 1996 y la fallida experiencia como “supervisor” del Maradona técnico de la selección en Sudáfrica 2010 son solo algunos de los períodos que el documental trabaja con precisión.
El principal problema de Bilardo: El doctor del fútbol es que, al apelar a una narración en su mayor parte cronológica, tiene sus picos emotivos en el episodio 2 (Perdón Bilardo, sobre México '86) y en el 3 (Un'avventura in più, sobre Italia '90), mientras que en el 4 ya no hay tanto logros, más allá de que sus pasos por Sevilla, la selección de Libia o Boca, su frustrada incursión en la política, sus experiencias televisivas (ese patético émulo de Los Campanelli que fue Lo de Bilardo) o incluso su situación actual (aquejado de una enfermedad degenerativa) estén bastante bien resueltos.
Volviendo al inicio, las diferencias familiares respecto del “olvidarse de vivir” son evidentes: mientras su esposa es bastante descarnada a la hora de hablar -siempre con un dejo de humor- sobre la “locura” de su marido, su hija Daniela resulta mucho más concesiva. Si bien admite que su padre estuvo bastante ausente durante su infancia, cierta cuestión edípica se impone cuando asegura que lo más importante es que haya cumplido con sus sueños en el fútbol y logrado tantos éxitos. Una de las tantas contradicciones que genera la existencia y la carrera de Bilardo y que este documental aborda con inteligencia, profundidad, honestidad, sin prejuicios ni manipulaciones.
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