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Crítica de “LaRoy”, película de Shane Atkinson con John Magaro, Steve Zahn y Dylan Baker (Competencia Internacional) - #38MarDelPlataFF
Tras su estreno mundial en el Festival de Tribeca y luego de arrasar en el de Deauville (ganó el Gran Premio del Jurado, el del público y el de la crítica), se exhibe en Mar del Plata esta ópera prima que incursiona en ese subgénero tan caro al cine independiente estadounidense como el patetismo pueblerino.
LaRoy (Estados Unidos/2023). Guion y dirección: Shane Atkinson. Elenco: John Magaro, Steve Zahn, Dylan Baker, Matthew Del Negro y Megan Stevenson. Duración: 110 minutos. En Competencia Internacional.
Ray Jepsen (John Magaro, la revelación de First Cow) es un perfecto antihéroe, un típico perdedor al que su hermano Junior (Matthew Del Negro) lo estafa quedándose con buena parte de las ganancias de un inmensa ferretería que ambos manejan y su esposa Stacy-Lynn (Megan Stevenson), una ex reina de belleza, lo engaña de forma recurrente (precisamente con Junior). Sin embargo, el en principio tímido, sumiso, resignado e impotente protagonista pronto se sumergirá en un universo dominado por asesinatos, robos, estafas, amenazas, traiciones cruzadas y venganzas varias.
En su debut en el largometraje, Shane Atkinson se muestra como cultor de una mezcla entre el thriller, el neo-western y la comedia negra en un relato coral que incluye a otros personajes importantes como Skip (Steve Zahn), un viejo amigo de Ray y aspirante a detective privado más entusiasta que eficaz (ambos conforman una dupla propia de una buddy movie), y Harry (Dylan Baker), un inquietante, contradictorio y brutalmente violento personaje que en su perversidad parece recordar a algunos de los que hiciera para Todd Solondz.
No es difícil advertir en LaRoy, nombre del pueblo donde transcurren los hechos, huellas del cine de los hermanos Coen (de Fargo a Sin lugar para los débiles) o del Martin McDonagh de Tres anuncios por un crimen: un universo donde se impone cierto regodeo en el patetismo y en la superioridad moral respecto de esta galería de seres estúpidos y/o despreciables.
En ese sentido, si bien como guionista y director hace gala de una indudable solvencia y profesionalismo, Atkinson resulta un mero continuador (¿imitador?) de un cine a esta altura ya algo perimido y demodé en el que humor negro, la violencia desatada y el sino trágico se combinan con eficacia pero sin demasiados hallazgos ni sorpresas.
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