Críticas
Cine argentino en salas
Crítica de “Vera y el placer de los otros”, película de Romina Tamburello y Federico Actis
Tras un amplio recorrido por festivales como Tallinn Black Nights, Mar del Plata (donde ganó el premio a la Mejor Dirección de la Competencia Argentina), D'A de Barcelona, Miami y Río de Janeiro, finalmente llega a los cines comerciales esta bella y sensible ópera prima de la dupla Tamburello-Actis.
Vera y el placer de los otros (Argentina/2023). Guion y dirección: Romina Tamburello y Federico Actis. Elenco: Luciana Grasso, Inés Estévez, Estefanía Nicoló, David Zoela, Mariano Raimondi y Carlos Resta. Música: Pablo Crespo. Fotografía: Lucas Pérez. Distribuidora Cinetren. Duración: 103 minutos. Apta para mayores de 13 años con reservas. Salas: 15 (Gaumont, Atlas Caballito, Cinépolis Houssay, Showcase Norte, Showcase Haedo, Cinépolis Avellaneda, Showcase Rosario, Cinépolis Rosario, Cinépolis Mendoza y los Espacios INCAA Eco Select - La Plata, Cine Teatro Italiano - Lobos, Cine Teatro Avenida - Castelli, Chauvin - Mar del Plata, Nuevo Cine Italia - Formosa y Sala Teatro de la Rosada - Puerto Madryn).
El cine argentino y el sexo no se llevan demasiado bien. No es que sea un tabú, que no haya escenas que muestran encuentros íntimos o que se dejen de abordar deseos y fantasías de sus personajes, pero en general suelen potenciarse los traumas, las represiones, lo enfermizo y la mirada termina siendo muchas veces demasiado solemne y pacata.
Nada de eso ocurre, por suerte, en Vera y el placer de los otros, un film que celebra el sexo en sus variantes, la curiosidad, la exploración y el descubrimiento adolescente con desenfado y alegría, sin culpa ni tener que pedir permiso (mientras lo miraba recordé este discurso de 2018 en el que Pino Solanas reivindicó el “derecho al goce” durante el debate sobre el aborto en el Senado). Por supuesto, hay una inevitable contradicción y confrontación generacional, pero incluso esas tensiones y desencuentros con el mundo de los adultos se pueden resolver con más corazón que odio, con empatía y sin crueldad.
La heroína del film es la Vera del título (Luciana Grasso, extraordinaria), una chica de 16 años que se dedica a alquilar a parejas jóvenes que quieren tener sexo uno de los tantos departamentos que su madre (Inés Estévez, también notable) administra pero al que no puede encontrarle interesados. El lugar está lejos de ser glamoroso (hay humedad por todos lados) y cómodo (ella ofrece una bolsa de dormir que luego tiene que asear en una lavandería) y la paga es mínima (unos pocos pesos por un turno de dos horas), pero el negocio se convierte en cada vez más exitoso.
Sin embargo, la película no pretende hacer un panegírico sobre un caso de micro emprendedurismo sino que opta por sumergirse en el proceso personal de Vera, que será organizadora, oyente, voyeur y luego protagonista de muchos de esos encuentros. La forma en que Tamburello y Actis se acercan a la intimidad de la protagonista es siempre respetuosa, sincera, honesta, encantadora y Grasso surge como la intérprete ideal para llevarnos en ese recorrido durante el que suenan temas de Baezz, Boom Boom Kid, Fasciolo y Sidernova.
En esta película rosarina hay muy bienvenidos momentos de humor y otros de suma tensión que son narrados únicamente desde el punto de vista de esta querible adolescente. Porque los directores son generosos con y fieles a la protagonista y, por lo tanto, será siempre desde su mirada que iremos descubriendo un mundo desconcertante, ambiguo, no exento de riesgos, pero a la larga tan fascinante como estimulante.
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