Críticas
Sólo para payasos, de Lucas Martelli
Balada triste de trompeta
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Sólo para payasos (Argentina/2012). Guión y dirección: Lucas Martelli. Fotografía: Claudio Remedi, Mario Varela y Lucas Martelli. Música: Gonzalo Mazar. Sonido: Horacio Almada. Edición: Lucas Martelli y Gabriela Jaime. Distribuidora: Grupo de Boedo Films y 18W Films. Duración: 105 minutos. Apta para mayores de 13 años. En el Espacio INCAA KM 0 - Gaumont (Rivadavia 1635) - Sala 3, a las 13.20 y 21.20.
Mezcla caótica de cierto tipo de documental de cabezas parlantes (en esta caso, todas las cabezas son de payasos) con pseudo ficción (la construcción improbable de un encuentro masivo de payasos, que intentan lograr “el acto ideal, ese que produce emociones a granel”… SIC) que se escuda en una suerte de estructura rapsódica que homenajearía a ese mundo de bufones, Sólo para payasos termina resultando fallida a su pesar.
En especial, porque estamos ante una película por momentos incomprensible (no porque no se entienda lo que relata, sino por las decisiones que organizan su armado), con un cambio de registro aparentemente buscado pero que nunca funciona ni da unidad al mismo caos. Esta falta de unidad genera -contrario a alguna clase de interés por es armado, por la no narración- un inestimable tedio, que cumple, en definitiva, con la dispersión aparentemente buscada, con ese caos inicial.
Los segmentos de ficción (presuntamente más libres e imaginativos) también se pierden en la dispersión (dependiendo de la animación 3D que es el mayor riesgo formal que se propone la película) y en esa indefinición la película pierde mucho, quizás pensando que gana en originalidad. En medio de la confusión se juegan tensiones del tipo payasos nuevos vs. payasos viejos, que en definitiva no suponen ningún horizonte de posibilidades para la película.
Es justamente en el innecesario balance que por momentos muchos de los testimonios más interesantes (paradójicamente el segmento sobre la historia de los payasos y estilos es el más entretenido) terminan quedando desvirtuados por la misma estructura deshilachada (por cada testimonio hay una suerte de reconstrucción ficcional, que es redundante y a la vez poco económica para la narración). Y ese equilibrio, poco a poco, va siendo ganado por los segmentos ficcionales, cada vez más carentes de interés. Recién cuando la película decide confiar más en las imágenes y en los relatos parece encontrar su tono. Pero es tarde. Y no es el mundo de Federico Fellini (otro obsesionado con la tristeza de los payasos), precisamente. Quizás tanta histeria terminó ocultando lo más tradicional e interesante: detrás de todo payaso hay una tristeza infinita que ningún grito ni pantomima puede disimular.
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