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Todas las críticas de la Competencia Latinoamericana

Una muy sólida selección de 10 títulos ofrece este año la sección oficial reservada a la más reciente producción de la región, que incluye dos films argentinos, dos brasileños, dos mexicanos, dos colombianos, uno chileno y uno uruguayo.

Publicada el 30/11/-0001


-Favula (Argentina, 80’), de Raúl Perrone ★★★★

Aquí la crítica completa




-Branco sai preto fica (Brasil, 93’), de Adirley Queirós ★★★★

Queirós vive en Ceilândia, una zona desfavorecida de la periferia de Brasilia donde se hacinan más de 600.000 personas y allí filmó ya seis largometrajes. En Branco sai preto fica con sus personajes tullidos (física y emocionalmente), con su look apocalíptico, podría haber caído en el patetismo, en el miserabilismo, en la crítica social obvia y subrayada. Nada de eso. El director pone en el centro de la escena a dos personajes negros, uno en silla de ruedas y otro con una pierna ortopédica, ambos víctimas de la policía racista en bailes de los años ‘80. Entre el documental y la ficción (y hasta la ciencia ficción, a partir de un investigador enviado desde el futuro a desvelar los hechos), con una inevitable mirada política pero también con un lirismo y una reivindicación de estos antihéroes que remiten al cine de Pedro Costa y Miguel Gomes, el realizador de Dias de greve, Fora de campo y A cidade é uma só? construye un film extrañísimo pero fascinante a la vez. El mundo de las radios clandestinas, las fábulas, la música (hip hop, funk) y la rebelión anarca forman parte de este film popular sin los lugares comunes del cine populista. Una bienvenida rareza del nuevo cine brasileño.




-Matar a un hombre (Chile, 82’), de Alejandro Fernández Almendras ★★★½

El realizador de Huacho y Sentados frente al fuego aborda en su tercer largometraje varios temas polémicos: la espiral de violencia, la venganza (el ojo por ojo), el proceso por el cual un hombre común, un poco gris, se va transformando en un monstruo hasta llegar a lo que el propio título indica (hay algo de Breaking Bad y del cine de Michael Haneke en la propuesta). En principio, conocemos a Jorge (Daniel Candia), un guardabosque diabético que vive con su esposa Marta (Alexandra Yáñez) y su hijo Jorgito (Ariel Mateluna). Pero la previsible, rutinaria existencia de la familia se ve amenazada por unos vecinos malhechores liderados por el temible Kalule (Daniel Antivilo). Basado en un caso real, el film construye una acumulación de tensión (por momentos insoportable) que termina explotando como casi siempre de la peor manera. El miedo, el odio, el resentimiento, el ánimo revanchista van minando y destruyendo la humanidad, los códigos morales, de un hombre común. La película -ganadora de la Competencia Internacional del Festival de Sundance, premiada también en Rotterdam, Miami, Friburgo, y elegida por Chile para el Oscar extranjero- generará de manera casi inevitable polémicas más de índole ideológicas que cinematográficas (a mí me generó debates internos, me inquietó, me perturbó, me angustió). Es que el largometraje en sí es de una solidez y potencia notables, empezando por la impecable puesta en escena, el notable aporte de los actores y el trabajo del DF Inti Briones. Sólo el uso ampuloso de la música de Jorge Vergara resulta contraproducente. Para apreciar y -claro- discutir.



-La huella en la niebla (Argentina, 82’), de Emiliano Grieco ★★★½ 

Si entre los principales desafíos del cine están el hacer fácil lo difícil y  convertir situaciones ordinarias en eventos de dimensiones extraordinarias, Grieco (Diamante) los sortea en una película que parte de varios a esta altura clichés del cine independiente argentino (el regreso del hijo pródigo a su lugar de origen, una trama ambientada en la naturaleza salvaje de las islas del Delta del Paraná), pero que consigue gracias a sus personajes curtidos y creíbles, y -sobre todo- a la expresividad de un dispositivo visual de indudables dimensiones poéticas (las imágenes de la neblina sobre el agua hace recordar, por ejemplo, al gran cine de los maestros rusos) que una trama bastante convencional sobre relaciones familiares, laborales y afectivas se convierta en una experiencia por momentos embriagadora y fascinante. DIEGO BATLLE



-Gente de bien (Colombia-Francia, 86’), de Franco Lolli ★★★½

Formado en la prestigiosa escuela FEMIS de París, Lolli regresó a Bogotá para narrar una historia en la que expone desde un costado humanista la fractura social, las fuerte diferencias sociales. Y lo hace con sensibilidad e inteligencia, sin cargar las tintas ni caer en ese didactismo aleccionador que tanto mal le ha hecho al cine latinoamericano. El film está narrado desde el punto de vista de Eric, un niño de 10 años que se ve obligado a vivir con su padre (la madre viaja a instalarse en otra ciudad) en una habitación de una pensión de mala muerte. En plenas vacaciones, acompaña durante cada día a su papá, que intenta salir de su precaria situación económica arreglando muebles en la casa de una familia pudiente. La dueña del lugar se encariña con el chico e intenta ayudarlos, pero con las buenas intenciones no alcanza. Las contradicciones, las tensiones, las incomodidades y ciertas actitudes de discriminación (sobre todo entre los chicos) no tardarán en aparecer. Heredero de los hermanos Dardenne, de Ladrones de bicicletas, del primer Favio y de todos aquellos que han hecho cine social sobre la infancia con rigor, talento y convicción, Lolli propone una película inquietante. Cierta tendencia a caer en el sadismo (sobre todo con las penurias del perro de Eric) no alcanzan a desviar el rumbo de un film que ratifica el buen momento del cine colombiano. DIEGO BATLLE


-Sinfonia da necrópole (Brasil, 85’), de Juliana Rojas ★★★½

Codirectora de Trabajar cansa, que ya combinaba situaciones costumbristas con elementos propios del género (terror y comedia), Juliana Rojas debuta en el largometraje en solitario con la historia de Deodato (Eduardo Gomes), un joven sin demasiadas luces ni oportunidades laborales, que se gana la oportunidad -gracias a la recomendación de su experimentado tío- de ingresar como aprendiz de funebrero (sí, eso de cavar tumbas) en un cementerio de San Pablo, donde transcurre buena parte del film. Su rutinaria y poco eficaz tarea (vómitos y mareos) cambiará cuando desde la dirección del lugar convocan a una nueva empleada administrativa, Jaqueline (Luciana Paes), con quien Deodato iniciará una relación. Entre el humor negro, algunos toques de suspenso, terror y romance, y varios pasajes de comedia musical “funeraria” (algunos divertidos, otros medio patéticos por lo berreta de las coreografías), Sinfonia da necrópole -realizada en colaboración con Marcos Dutra- apuesta al artificio (con playback de las canciones e incluso con back-projections de imágenes de la gran ciudad), pero también a la crítica social a partir de la burocracia frente a un lugar desbordado por el hacinamiento fruto del crecimiento exponencial de la población.




-Los hongos (Colombia-Francia-Argentina-Alemania, 103'), de Oscar Ruiz Navia. ★★★½

Tras su elogiado debut con El vuelco del cangrejo, Ruiz Navia abandona el ámbito rural (y playero) para ofrecer un relato eminentemente urbano. En este caso, describe el mundo de dos adolescentes que comparten, entre otras cosas, su pasión por el graffiti en la siempre viva y convulsionada ciudad de Cali. Ras, que además se dedica al skate, es negro y casi no tiene comunicación con su madre; Calvin, es blanco y está a cargo de su anciana y enferma abuela. Lo que el director expone -con belleza, sensibilidad y algún dejo de pintoresquismo- son los códigos de esa amistad, mientras afloran su arte, su politización, sus relaciones con las chicas, sus gustos musicales (ven a varias bandas under en vivo), sus problemas con la policía en un ambiente marcado por la represión, las diferencias sociales, los apremios económicos, la religiosidad y las manipulaciones desde el poder. Más allá de cierto déjà-vu de estos relatos de iniciación con algo de Gus Van Sant y Larry Clark, se trata de un muy buen segundo paso de un director de indudable talento.



-Los muertos (México, 88’), de Santiago Mohar Volkow ★★★½

En su segundo largometraje tras Dios nunca muere (2012), Mohar Volkow -formado en Barcelona- se centra en una noche de furia y descontrol que viven cinco amigos de la clase alta del DF mexicano. Una fiesta sin límites, con mucho alcohol, sexo, drogas, bromas pesadas, borracheras, resacas, delitos, violencia y muerte en un contexto de impunidad y de enormes tensiones sociales y diferencias de clase. En principio, la película parece una mera exposición (de esas ya vistas tantas veces) de los excesos y miserias de uno ricos con tristeza entre hedonistas y nihilistas, pero esa banalidad inicial va dando lugar con el correr del relato -sobre todo cuando al día siguiente se perciben las huellas del desenfreno- a una cada vez mayor densidad, oscuridad e incomodidad (en los personajes y en el espectador). Una experiencia brutal, extrema y, en definitiva, interesante.



-El resto del mundo (México-España, 73’), de Pablo Chavarría Gutiérrez ★★★½

Director autodidacta e intuitivo (es biólogo de formación), Chavarría Gutiérrez -recientemente ganador del Festival de Valdivia- se acerca a una relación padre-hija para exponer a partir de detalles, gestos, observaciones y detalles los estados de ánimo, las sensaciones, los afectos y el contacto con el otro y con lo otro (sobre todo con la naturaleza). Tras Terrafeni, el realizador se concentra en la historia de Kiara, una niña de siete años que vive con su padre artesano, Alejandro, en una casa compartida con otras personas en San Cristóbal de las Casas (Chiapas). Entre el cine directo y destellos poéticos y melancólicos que remiten a la obra de Gustavo Fontán, entre entrevistas (que en muchos casos se escuchan en off) e imágenes oníricas, El resto del mundo resulta un atractivo patchwork estilístico, narrativo y hasta auditivo (hay múltiples capas superpuestas) por momentos seductor.



-Mr. Kaplan (Uruguay / España / Alemania, 98’), de Álvaro Brechner ★★★

Esta nueva película del director de Mal día para pescar viene ganando premios en cuanto festival se exhibe, se está vendiendo a casi todo el mundo y es celebrado por el público con risas y aplausos. Sin embargo, más allá de la solidez y el ingenio con que está realizada, a mí su propuesta de humor absurdo, demasiado al borde del patetismo, su idea de tomarse a la ligera ciertos temas y de reírse más DEL que CON el personaje me resultó un poco molesta. El protagonista es Jacobo Kaplan (el chileno Héctor Noguer), un inmigrante de 76 años que huyó del horror de la Segunda Guerra Mundial (la acción transcurre un par de décadas atrás) y está en crisis en todos las aspectos y en todos los niveles de su vida. Cuando trasciende la noticia de que habría un jerarca nazi suelto en una playa uruguaya, se convierte en un émulo de Simon Wiesenthal y sale a cazarlo con la ayuda de un (también patético, pero algo más querible) ex policía con no menos problemas familiares. Este improbable dúo vivirá todo tipo de enredos mientras vigila y enfrenta al viejo alemán. Lo dicho: el film es muy comprador, pero mientras casi todos disfrutaban de la propuesta de Brechner, a mí me incomodó y, por momentos, me irritó. Igual, no es para nada una película desdeñable.


Más reseñas de la Competencia Latinoamericana por Diego Lerer en nuestro blog Micropsia

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