Festivales
Crítica de El movimiento, de Benjamín Naishtat
Un segundo largometraje que consolida al director de Historia del miedo como uno de los directores más talentosos y personales del panorama actual.
Historia del miedo, con su estructura coral y su tono entre alucinatorio y paranoico, ya nos presentaba a un director con múltiples ideas psicológicas, narrativas y visuales. Poco más de un año después, este joven director rodó en tiempo récord (dos meses incluida la posproducción) una película que en principio poco tiene que ver con aquella ópera prima desde lo temático, pero que lo muestra igual de audaz y aún más sólido y afiatado en sus búsquedas.
Filmada en blanco y negro (notable aporte de la DF Soledad Rodríguez), El movimiento combina elementos del western, del thriller político, del costumbrismo gauchesco, de la épica histórica (y, sobre el final, hasta del falso documental) con sorprendente eficacia. Tiene algo de Jauja, de Lisandro Alonso (con quien comparte, además, la pantalla 4/3 casi cuadrada); de Aballay, el hombre sin miedo, de Fernando Spiner, pero también de La película del rey, de Carlos Sorin; y de trabajos de Werner Herzog como Fitzcarraldo o Aguirre, la ira de Dios.
Pablo Cedrón, imponente e impecable, interpreta a una suerte de caudillo que deambula por las pampas buscando (o, mejor, imponiendo) apoyo para “el movimiento” del título. Lo hace secundado por un pequeño grupo de patéticos acólitos que lo acompañan en sus giras proselitistas y en sus “apretadas” a propios y extraños.
Estamos en 1835, época de pestes y anarquía, tal como advierte un cartel al comienzo, tiempos de barbarie. La violencia por momentos sádica (el ejército fusila a cañonazos y hay degüellos varios), la locura de esa “mala época” de rivalidad entre unitarios y federales, tienen su razón de ser, algo que Naishtat explicó en detalle en esta entrevista.
El extraordinario trabajo con mínima luz en escenas mayoritariamente nocturnas con mucho plano secuencia con cámara en mano, sumado al uso climático del sonido y la música, y la apelación a elementos folclóricos y hasta místicos convierten a El movimiento en un viaje pesadillesco y aterrador a un pasado lejano, pero con muchas, demasiadas conexiones con la violencia política reciente y, por qué no, actual.
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