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BAFICI para siempre
Con 17 años de historia el festival porteño ya entró en la era de la adultez, pero su situación institucional sigue siendo tan endeble como cuando arrancó.
Publicado el 7/4/2015 - 14:28:44
1999. En el pequeño catálogo oficial del Buenos Aires Festival Internacional de Cine Independiente (pequeño en sus 146 páginas, por comparación con lo que vendría) no hay referencia numeral alguna. Claro, se trataba de una primera edición y, más allá de los ímpetus y los deseos, el camino que se comenzaba a andar implicaba avanzar en terra incognita, llevando consigo una enorme carga de incertidumbre en torno a cuáles serían los resultados que se obtendrían (ni qué decir en cuanto a la eventual continuidad o estabilidad del evento). En el librillo en cuestión, tras las palabras del entonces Jefe de Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires (Fernando de la Rúa), del Secretario de Cultura local (Darío Lopérfido) y del Secretario General de Promoción Cultural (Ricardo Manetti), el primer director artístico del festival, Andrés Di Tella, comenzaba su breve prólogo con estos términos:
“Ojalá dentro de algunos años se pueda decir de este primer festival, que tuvo que ver con un renacimiento de la cinefilia porteña alrededor del año 2000. El festival es una respuesta a algo que ya está pasando: lo evidencia el éxito de público reciente de una película iraní como El sabor de la cereza, cuyo mero estreno hace un par de años hubiera sido impensable; lo demuestran las colas que se forman en la Sala Leopoldo Lugones del Teatro San Martín para asistir a su rigurosa programación. Y también lo demuestran, por qué no decirlo, las peregrinaciones al Festival de Mar del Plata, donde –más allá de cualquier polémica- apareció por primera vez ante los ojos de espectadores argentinos todo un estrato geológico del cine mundial que no se estrenaba en el país. A su vez, Buenos Aires Festival Internacional de Cine independiente constituye una apuesta a lo que puede pasar”.
Si se recorre ese catálogo y se lo compara con los sucesivos, llama la atención su creciente extensión y cómo cierto profesionalismo comienza a ganar espacio en su realización año a año. También resulta interesante advertir ciertas reiteraciones de algunos nombres propios: Darío Lopérfido, Hernán Lombardi y Liliana Mazure, por ejemplo, como expresión de una transversalidad a través de los tiempos, las funciones y los gobiernos locales y nacionales; pero también de programadores, ángeles y directores artísticos, quizás como saludable muestra de la constitución de una burocracia que aprendió o se formó en el propio festival (su actual director artístico, Marcelo Panozzo, ya aparece en la tercera edición como programador; los pases e idas y vueltas entre BAFICI y Mar del Plata también son dignos de atención). En aquel primer catálogo me provocan entre extrañeza y nostalgia las referencias a la entonces incipiente “revolución digital” o el espacio asignado al movimiento Dogma 95.
Los tiempos han cambiado, como ha cambiado la propia concepción acerca de qué se considera que encuadra en el ambiguo concepto de “independiente”. Pero ya en aquella germinal primera edición Di Tella tenía la lucidez de terminar su presentación en el catálogo con la siguiente advertencia: “Y un deseo ingenuo: ojalá que el primer festival no sea el último, como pasa con tantas cosas en nuestro país. Eso también depende de ustedes” (el destacado me pertenece).
Como también somos ingenuos, pero algo hemos aprendido en estos años, creemos que este es el momento para insistir en un postergado anhelo, para reclamar que una promesa incumplida sea de una vez por todas honrada. El BAFICI llega a su 17° edición pero su base de sustento formal sigue siendo muy endeble. Tal como sucede con el Festival de Mar del Plata, por cierto, la continuidad de la muestra depende –en principio– sólo de las voluntades políticas de las administraciones de turno. Así, hemos visto cómo se cambiaban las fechas o se daba mayor importancia a la comparativamente muy menor Pantalla Pinamar, en el orden nacional, o no se preveían los fondos necesarios o se tensaba la discusión con el INCAA al punto de poner en duda la continuidad del festival, en el orden local.
La referencia a la Sala Lugones por parte de Di Tella en el primer párrafo del primer prólogo del primer catálogo del primer BAFICI da en el blanco en cuanto al camino a recorrer. Nuestro querido templo cinéfilo estuvo cerrado durante casi un año y medio para la realización de obras que no debían insumir más de 7 meses. Y su accidentada reapertura (como pudo seguirse en las páginas de OtrosCines.com) se debió más a la presión y al reclamo del pueblo y la cinefilia local que a un convencimiento profundo de las autoridades involucradas.
No podemos ignorar que en estas tierras ni el expreso aval legal importa una garantía demasiado poderosa (recordar si no la ley de intangibilidad de activos en moneda extranjera y la crisis de principios de siglo, que también impactó en el BAFICI). Pero lo cierto es que más endeble aún es la supervivencia que depende sólo de la costumbre: la mera conducta administrativa puede ser dejada sin efecto sin más que con la decisión de hacerlo; una ley requiere de otra ley para modificar el rumbo (más allá de las particularidades que puedan tejerse en razón de la “doctrina de la emergencia” que se aplicó en los aciagos momentos de la crisis antes mencionada).
Si el BAFICI y el Festival de Mar del Plata han continuado pese a los avatares de situaciones tan difíciles como las que ha pasado el país es porque forman parte de nuestro patrimonio inmaterial como sociedad. Sospecho que, en determinados momentos, si no se cerraron y archivaron fue porque se sopesó desde el poder la relación costo-beneficio y no se quiso avanzar con una medida impopular que hubiera sido duramente criticada y resistida.
Una regulación específica que constituya un marco del que sea difícil apartarse dotaría de estabilidad y previsibilidad al festival. Cada año debe pelearse el presupuesto casi como si se estuviera comenzando un proyecto de cero y ello impacta en las películas que pueden o no traerse tanto como en los sueldos y las decisiones de vida de quienes trabajan para que el BAFICI pueda llevarse adelante. Asignación de fondos y competencias específicas independizarían al BAFICI (sería bueno que eso que constituye el ADN del festival también se aplicara a esta cuestiones) de la administración activa y de las urgencias, devenires e intereses circunstanciales a los que se halla sujeta.
Así que el momento es ahora. Cuando todos están para la foto. Cuando las aperturas institucionales se tiñen del color de campaña y se cuelan -incluso en los trailers institucionales- algunas imágenes que exceden la cinefilia. Ya estamos habituados a que ocurra en todos nuestros festivales. Como acostumbrados estamos a que luego de su realización todo entre en un profundo letargo hasta una o dos semanas antes de la nueva edición.
Ahora es el tiempo de disfrutar de esta edición del festival, pero no estaría mal curarse en salud, ser previsores y proteger lo nuestro. Como decía el Director Artístico del BAFICI a fines del siglo pasado: “Es(t)o también depende de nosotros”.
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