Críticas
Cine argentino en salas
Crítica de “El Agujerito”, documental sobre la mítica disquería porteña
La película de Ana Hayzus y Leandro Eljall Qüesta reconstruye la historia de una disquería que fue mucho más que un lugar de venta de álbumes importados para convertirse en un punto de encuentro y de referencia para varias generaciones.
El Agujerito (Argentina/2024). Dirección: Ana Hayzus y Leandro Eljall Qüesta. Fotografía: Javier Pistani. Edición: Emiliano Serra. Sonido: Camila Ruiz Díaz Odena. Música: Pablo Urristi. Duración: 68 minutos. Salas: Gaumont (del jueves 12 al miércoles 18, a las 13, 15 y 20.40), Espacio INCAA Lorenzo Kelly de Cipolletti; Espacio INCAA Centro Cultural Cotesma de San Martín de los Andes y Espacio INCAA Cine Paramount de Caseros.
El documental argentino viene contando la historia del rock, sus tribus, sus medios, sus artistas y sus comunicadores de manera felizmente prolífica. Hay retratos sobre lugares (Parakultural, Cemento, Stud Free Pub), sobre referentes culturales como Jorge Pistocchi o Miguel Grinberg y -claro- sobre múltiples artistas y bandas. Ahora, le llegó el turno a una disquería que en verdad fue mucho más que una disquería.
Todo comenzó en 1969 cuando un padre (Julio Epstein) apoyó a sus muy jóvenes hijos (dos estudiantes llamados Roly y Gabriel) para que abrieran y manejaran una disquería de apenas 20 metros cuadrados en el local 10 de la Galería del Este. Con el tiempo, se convirtió en un lugar ineludible no solo para conseguir los vinilos importados que nadie más traía al país sino como parte esencial de la movida cultural sobre la peatonal Florida, que incluía -claro- al Instituto Di Tella con Jorge Romero Brest, Marta Minujín o Federico Peralta Ramos, a las múltiples galerías de arte, las librerías y los bares de la zona.
Ana Hayzus y Leandro Eljall Qüesta trazan sobre todo en los primeros minutos de su breve documental (supera por poco la hora de duración) un panorama de la contracultura porteña que poco tenía que envidiarle a la de Londres, Nueva York o París, de la bohemia, de la comunidad rockera, del auge del hippismo, pero también de la creciente represión y censura en tiempos de Onganía (luego vendrían otras dictaduras aún peores).
Ese contexto (en el que aparecen los Beatles, el viaje a la Luna, la efervescencia de las protestas contra la guerra en Vietnam y el feminismo) sirve para ubicar el lugar que ocupó y el papel que jugó El Agujerito (que luego se expandiría a un inmenso local cercano en Marcelo T. de Alvear 777) en la formación musical (y no solo musical) de muchos jóvenes.
El documental, muy básico y elemental en su forma, reúne testimonios de, claro, Rolu, Gabriel y Susana Epstein (esta última, primera esposa de Roly, y parte muy activa del proyecto), una entrevista que Alfredo Rosso les hace a los dos hermanos, y testimonios de gente que trabajó en la disquería (Dany Nijensohn, Federico Chuhurra, Laura Mahler) o que frecuentaba el lugar como el escritor Rodrigo Fresán (quien incluyó a El Agujerito en su reciente novela El estilo de los elementos) y artistas como Renata Schussheim, León Gieco, Andrés Calamaro, Claudio Gabis, Juanse, Nito Mestre, Oscar Oso Smoje, Rubén de León, Cecilia Absatz, Andy Cherñavsky, Ana Markarian, Pedro Roth y hasta Narda Lepes.
Los logros y buenas intenciones del documental son tan evidentes como sus carencias. Hay más material de archivo de Nueva York (ciudad a la que viajaban de forma constante y en la que durante años vivieron algunos de los hermanos) que de Buenos Aires. Luego de atravesar las múltiples crisis argentinas (con picos como la anglofobia en plena Guerra de Malvinas en 1982), El Agujerito cerró hace ya más de cuatro años. Quienes formaron parte de manera directa o indirecta de aquella gesta se reúnen para celebrarla. Fue durante mucho tiempo un buen negocio, por supuesto, pero también una movida cultural cuyos efectos este documenta alcanza a exponer de forma sincera y directa.
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