Festivales
Críticas de películas de Orizzonti vistas en Sala Web
-Este servicio de streaming online permitió acceder en la plataforma de FestivalScope a 12 películas de la sección Orizzonti en simultáneo con su exhibición en Venecia.
-A continuación comentamos 9 de ellas, incluidas 3 de las 4 premiadas por el jurado integrado por Jonathan Demme e integrado también por Anita Caprioli, Fruit Chan, Alix Delaporte y Paz Vega.
-Free in Deed (Estados Unidos-Nueva Zelanda, 98’), de Jake Mahaffy (Premio Orizzonti al Mejor Film)
Nacido en Nueva Zelanda, Mahaffy viene destacándose con películas como el documental War o Wellness, ganadora del Festival South by Southwest en 2008. La consagración definitiva le llega con este film que obtuvo la máxima distinción de la sección oficial Orizzonti con un jurado presidido por Jonathan Demme.
El film está inspirado en una historia real de 2003 en la que un pastor evangélico de Milwaukee llamado Ray Hemphill fue condenado por abuso infantil (seguido de muerte) tras una serie de exorcismos a un niño autista de ocho años.
Mahaffy hace en principio una descripción minuciosa de la dinámica interna del circuito de iglesias al que acude sobre todo la comunidad afroamericana para luego centrarse (siempre con un virtuoso acercamiento de espíritu documentalista) a la historia de Melva (Edwina Findlay, vista en Middle of Nowhere), madre soltera de dos niños, una pequeña y otro preadolescente llamado Benny (notable trabajo corporal de RaJay Chandler), que sufre de un extraño tipo de autismo que incluye ataques de furia y que lo llevan a autoinfligirse todo tipo de heridas.
En medio de una creciente desesperación, ella encuentra a Abraham (el británico David Harewood, de la serie Homeland), quien asegura tener poderes sanadores que podrían expulsar las fuerzas demoníacas que supuestamente afectan al muchacho.
Lo más interesante del film -además de su imponente ambientación y las impecables actuaciones- es la forma en que el director presenta la situación y las contradicciones de unos personajes bienintencionados pero al mismo tiempo desconectados por completo de la realidad a partir de su fe (ciega) en los poderes divinos. Una película incómoda y provocativa sobre la religión, la sugestión y la manipulación psicológica que logra transportarnos a un universo desconocido donde se juegan conductas humanas decididamente extremas. Creer o reventar. DIEGO BATLLE
-Tempête (Francia, 89’), de Samuel Collardey (Premio a la Mejor actuación para Dominique Leborne)
Dom (Dominique Leborn) siempre ha sido pescador. Trabaja en un barco, donde pasa la mayor parta del mes, y se queda sólo unos días en casa con sus hijos adolescentes, que han decidido vivir con él después de la separación de sus padres. Pero su ausencia es prolongada, los chicos son muy jóvenes aún y esa situación se hace insostenible cuando su hija de 16 años tiene un mal embarazo y debe abortar.
La tempestad del título no es meteorológica sino humana, personal y familiar: Dom debe reconfigurar toda su vida cuando el delicado equilibrio que venía sosteniendo se quiebra y entran en crisis su familia y su trabajo.
Rodada con sensible delicadeza, esta historia es real y sus personajes también lo son. El director entró en contacto con ellos, conoció su historia y decidió filmarla con ellos mismos como sus propios intérpretes. En verdad, este es el mayor mérito de la película, que de otra manera no se diferenciaría mucho de tantos otros que abordan la crisis económica y sus consecuencias sociales.
Padre, hijos, madre, hermana, toda la familia y hasta los vecinos de ese pueblo del Oeste de Francia se pusieron ante las cámaras en una suerte de neo-neorrealismo, con excelentes resultados. Los actores parecen profesionales y la dirección también es acertada: después de las primeras imágenes festivas el clima va poniéndose cada vez más denso y agobiante, estancándose en una situación que no parece tener salida. JOSEFINA SARTORA
-Madame Courage (Argelia-Francia, 90’), de Merzak Allouache
Veterano y prolífico director argelino (Un amour à Paris, Bab El Oued City, El taaib y Es-Stouh, por nombrar sólo algunos títulos), Allouache regresó a Venecia con la historia de Omar, un adolescente de los suburbios de la ciudad costera de Mostaganem que se dedica a los robos (es un experto arrancando cadenitas y collares a las mujeres).
Adicto a un popular psicotrópico llamado -como el film- Madame Courage, nuestro antihéroe (el debutante Adlane Djemil) se cree invencible bajo los efectos de la droga, aunque su contexto familiar, económico y social está muy lejos de semejante sensación de euforia.
Con un acercamiento seco y crudo (con algo del estilo dardenniano), Allouache va narrando las siempre conflictivas relaciones con distintas mujeres (su madre, su hermana mayor, una de sus víctimas llamada Selma), pero también sus enfrentamientos cada vez más constantes y violentos con vecinos, otros delincuentes, mafiosos de poca monta y policías.
El director no pretende que el espectador sienta demasiada empatía hacia el solitario e inexpresivo protagonista ni tampoco apela a la demagogia ni la denuncia horrorizada desde la corrección política. Esa austeridad, ese laconismo, ese ascetismo, esa mirada que por momentos parece más cerca del documental que de la ficción convierten, en definitiva, a Madame Courage en un retrato tan valioso como desolador y -a su manera- demoledor. DIEGO BATLLE
-Tharlo (China, 123’), de Pema Tseden.
La imposibilidad de encontrar material online sobre esta película –presentada hace ya varios días en la sección Orizzonti de Venecia– habla a las claras de los problemas que afrontan estos festivales y de los medios que los cubren: dedicados a las premieres con celebridades, a los títulos en competencia y a los que tienen algún “gancho” o atractivo comercial o para el lector, dejan de lado los que tal vez sean los mejores films por venir de cinematografías lejanas y desconocidas como la tibetana. No he visto todo lo que hay en Venecia –obvio, no estoy allá–, pero difícilmente haya muchas películas mejores que Tharlo, un extraordinario ejemplar de “cine negro” combinado con drama observacional. Si bien está contado de una manera que se ubica a años luz de los modelos clásicos del género, la película se apoya en similares figuras para narrar la historia de los conflictos sociales, económicos y generacionales en un pequeño pueblo tibetano.
Tharlo es un pastor que vive solo con sus ovejas en el medio de la nada. Todos lo conocen como “Ponytail”, por la colita “de caballo” que tiene en su pelo. El hombre viaja a la ciudad en su moto y su cabrito a cuestas con la intención de sacar su documento de identidad. No está muy convencido para qué puede servirle (“todos me conocen como Ponytail”, le dice al oficial de turno) y el hombre debe explicarle el porqué de la supuesta necesidad de tener un documento. Tharlo tiene una habilidad muy particular: una memoria increíble para acordarse discursos enteros de Mao que seguramente le habrán hecho repetir miles de veces en su infancia, pero su inocencia en lo que concierne a “el mundo real” lo pone en problemas.
Sacarse el documento no es tan fácil, ya que para eso debe hacerse una foto en otro lugar. Y mientras una pareja se fotografía con berretas cortinados de grandes ciudades, al hombre lo convencen de que se corte un poco el pelo para la foto en cuestión. Para eso se cruza a una peluquería en el que lo atiende una chica muy despierta que rápidamente se da cuenta de que Tharlo puede serle útil para su vida. No diremos para qué ya que si bien no se trata de un thriller plagado de sorpresas, el film sí tiene una estructura que se apoya en cierto suspenso y mejor dejar que el resto lo descubra el espectador…
Tseden filma casi todas las escenas en largos planos secuencia y con una fotografía en blanco y negro que por momentos le da al lugar la característica de un pueblo perdido de algún western norteamericano. Pero los personajes, si bien pueden responder a ciertos códigos del género –como la “femme fatale” y el hombre que pierde el rumbo por amor– se comportan de una manera bastante diferente a lo que lo harían en un film noir tradicional. Tharlo y la chica pasan un buen rato cantando en un karaoke mientras beben –ella elige canciones pop, él va por las tradicionales–, él bebe más de lo que debería y la situación se va enredando más allá de lo imaginado. Lenta, pero inexorablemente, la tensión y el drama empiezan a crecer.
Ese crecimiento tiene un solo problema. Promediando la película, Tharlo vuelve a su casita en medio de la nada y a su rebaño de ovejas, y durante un tiempo tal vez excesivo para la lógica narrativa de la película –aunque esencial para comprender de dónde sale su protagonista y porqué actúa cómo actúa–Tharlo toma las características más clásicas y un tanto folclóricas de un film de observación sobre los hábitos y costumbres de este tipo de personajes olvidados que siguen manteniendo hábitos milenarios cuando el país (y el mundo) a su alrededor cambia a velocidades impensadas. Pero las circunstancias lo devolverán a la ciudad y allí el conflicto terminará por desatarse, sin jamás traicionar el tempo calmo y el tono seco que Tseden le imprime al film.
Si bien queda muy claro al ir conociendo un poco a los personajes hacia donde irá el asunto, la manera en la que Tseden –en su cuarto largometraje– va enredando a Tharlo en los hábitos placenteros pero problemáticos de la vida moderna (chicas, karaoke, alcohol, masajes, peluquerías, atenciones y costumbres alejadísimas de su rutina) está cargada de sutilezas y detalles notables. Es un hombre silencioso y básicamente honesto que acepta todo lo que el mundo le ofrece y, cuando empieza a darse cuenta de la situación en la que se ha metido, es obvio que ya es demasiado tarde para salir.
Como tantas películas de esta región, Tharlo se centra en el choque entre modernidad y tradición de una manera que no parece ofrecer demasiadas salidas para el protagonista. Las promesas de los discursos patrióticos de Mao fueron en vano (la explotación del hombre por el hombre sigue existiendo casi a la manera feudal aún hoy allí) y el capitalismo literalmente salvaje que le ofrece la vida en la ciudad prueba ser una trampa igual o potencialmente peor para él. Si su memoria y su identidad eran difusas o tramposas, al final a Tharlo no le quedará ni siquiera su nombre ni su “cola de caballo” de los que agarrarse. DIEGO LERER
-Mate-me por favor (Brasil-Argentina, 101’), de Anita Rocha da Silveira.
Una película bastante inusual para el cine brasileño –y para el latinoamericano también–, esta coproducción entre ese país y la Argentina (representada por Bananeira Films allí y ReiCine aquí, los mismos socios de la inminente Zama, de Lucrecia Martel) podría pasar tranquilamente, si no fuera por algunos detalles específicos, como un film de suspenso psicológico norteamericano independiente. La película de Rocha da Silveira transcurre en Barra de Tijuca, una zona acomodada en las afueras de Río de Janeiro, plagada de grandes shoppings y enormes condominios de departamentos, pero también con muchos descampados y zonas en construcción de proyectos que parecen abandonados y que rodean a las autopistas.
En una de esas zonas se comete un asesinato. Una chica vuelve de una fiesta a su departamento en uno de esos complejos atravesando uno de esos descampados sola, por la noche, y una figura que no vemos la asesina. El film luego se centrará en un grupo de compañeras de una escuela secundaria de la zona –con muchas similitudes a un high school de alguna ciudad norteamericana– y en cómo cada una reacciona ante la noticia, que las enfrenta a sus propios miedos, ligados a una etapa de descubrimiento de la sexualidad y de los primeros romances.
Con algo del cine de Sofía Coppola, pero en un tono más onírico todavía y no muy realista (muchas veces no sabemos qué cosas realmente suceden y cuáles están en la cabeza de las protagonistas), las chicas en realidad pretenden restarle importancia al asunto y siguen con sus propios problemas y peleas internas, a las que hay que sumarles las del hermano de uno de ellas cuya pareja parece también haber desaparecido, pero del mundo online.
De a poco empiezan a aparecer más y más cadáveres, pero la película no se mete ni en la investigación ni apuesta en exceso a transformarse en un relato clásico de terror que uno puede imaginar cuando ve el combo “adolescentes + sexo + religión” que propone el relato. Por el contrario, la religión está tratada con bastante sorna, el sexo con mucha naturalidad (ahí se nota que la película es brasileña y no estadounidense) y la directora prefiere acercarse a sus protagonistas como si fuera una más de ellas, compartiendo la manera extraña que tienen de no lidiar demasiado con lo que sucede. Los adultos, en este universo de condominios vacíos, colegios privados y autopistas casi desiertas, no figuran por ningún lado. Parece que el asesino en cuestión los hubiera liquidado a casi todos los mayores de 20 antes del comienzo del film.
La película tiene algún que otro toque lynchiano y un tono un tanto desfasado que le dan una característica de pesadilla diurna que por momentos funciona muy bien y en otros no tanto. Un montaje brusco y original, y el uso de canciones a la manera de un Donnie Darko carioca suman a ese enrarecimiento de la propuesta, que combina situaciones y momentos muy efectivos con otros en los que pareciera primar el jueguito estilístico más que algún tipo de verdad emocional de los personajes.
Más allá de una duración un poco excesiva, la película tiene un último y largo plano muy original (tanto en su idea como en su factura) que, si bien no resignifica todo lo visto hasta entonces, le agrega un eje de lectura inesperado e intrigante a la película, dándole un giro sorprendente a su mirada crítica de esa subcultura de adolescentes que observan su propio ombligo sin casi prestar atención al mundo real que las rodea y acecha. O acaso, a su manera, sí lo estén haciendo… DIEGO LERER
-Wednesday, May 9th. (Irán, 102'), de Vahid Jalilvand
Actor de su propia ópera prima, Vahid Jalilvand desarrolla en el más puro estilo iraní un drama social que desnuda un cuadro de situación de dolor por las condiciones de vida de la mujer y por la falta de recursos para solucionar situaciones de extrema necesidad. Narra las historias de dos mujeres que a primera vista transcurren por caminos independientes: Leila tiene su marido paralizado, con una grave enfermedad cerebral, y necesita una importante suma para su operación. La actriz Niki Karimi sostiene una emocionante interpretación de Leila, un personaje remarcable. Setareh es una joven que ha actuado contra la voluntad de su familia, casándose en secreto, y está embarazada. Su primo ha provocado a su marido, han peleado y éste ha ido a prisión. Si no paga una enorme multa, él irá preso y ella quedará sola, sin vivienda y sin trabajo. Ese mismo día, Jalal –un ciudadano anónimo- ha publicado un anuncio ofreciendo donar una enorme suma de dinero a quien consideren sea el más necesitado. Una multitud acude, y allí están las dos mujeres.
La intención de Jalal es desinteresada, desea hacer un bien, dar un dinero a quien lo necesite para contrarrestar así de alguna manera su pasado: cuando su hijo estaba enfermo nadie le dio el dinero necesario para su cura y el chico murió en sus brazos. Es la esposa de Jalal quien lo confronta con las verdaderas razones de su filantropía, que de ninguna manera desmerecen su gesto. Los caminos del destino lo llevan a encontrarse con esas dos mujeres, que se han relacionado con él en su presente y en su pasado.
El film por momentos recuerda a la recientemente estrenada aquí Relatos iraníes. Con delicadeza, sobriedad y economía, sin caer en trazos gruesos, Jalilvand compone un dramático manifiesto. Es muy fuerte la crítica a la sociedad con sus normas extremadamente rígidas: al sometimiento que vive la mujer en ambos casos -y en todo el cuerpo social iraní-, al orgullo masculino que convierte a los hombre en víctimas del sistema. Esa crítica se articula con los rasgos humanistas del film. JOSEFINA SARTORA
-Italian Gangsters (Italia, 87’), de Renato De Maria
Pietro Cavallero, Ezio Barbieri, Paolo Casaroli, Horst Fantazzini y Luciano Lutring fueron algunos de los más célebres gangsters del norte de Italia (en ciudades como Milán, Torino o Bolonia) que dominaron la escena criminal desde fines de los ’40 hasta los años ’70. La película de Renato De María se dedica a reconstruir las historias de estos mafiosos que se hicieron de las armas que durante la Segunda Guerra Mundial habían disparado fascistas y partisanos para manejar los negocios del submundo de esas grandes urbes.
El director recurre a actores que narran a cámara “sus” vidas (las de los gangsters, claro), mientras en pantalla se ve un patchwork visual, un collage que incluye algunas recreaciones, imágenes de archivo de esas épocas (sobre todo de la RAI, pero también de materiales caseros en Súper 8) provistas por el Istituto Luce (productor del film) y fragmentos de una veintena de películas de realizadores como Elio Petri (La clase obrera va al Paraíso), Michelangelo Antonioni, Mario Bava (Cani arrabbiati), Ferdinando Di Leo, Jacques Deray (Borsalino) y Claude Sautet.
El problema principal es que los montajes de imágenes resultan muy breves y vertiginosos, mientras que los testimonios a cámara (trabajados como si fueran respuestas a falsas entrevistas), en cambio, son demasiado largos y entonces la estructura narrativa se resiente un poco. De todas maneras, este híbrido termina siendo un interesante acercamiento a la historia italiana de esas tres décadas vistas desde la perspectiva de estos personajes que cargaron de violencia al sangriento devenir de su país. DIEGO BATLLE
-Neon Bull / Boi Neon (Brasil-Uruguay-Holanda, 101’), de Gabriel Mascaro (Premio Especial del Jurado)
El realizador brasileño que se hizo conocido, primero, con el extraordinario documental Domésticas y luego compitió el año pasado en Locarno con Vientos de agosto presenta apenas un año después su nueva película, que parece combinar los intereses, las temáticas y las formas visuales de ambos filmes. Toro de neón -tal sería la traducción literal- es un film que se centra en un grupo de personas que trabaja en las llamadas vaquejadas, shows rurales similares a los rodeos norteamericanos.
El protagonista es Iremar (Juliano Cazarré), quien se ocupa de cuidar y preparar a toros y caballos viajando con esta suerte de troupe de pueblo en pueblo nordestino. Junto a él está su algo torpe colega Zé, Galega (Maeve Jinkings) -una mujer que además de conducir el camión hace un particular show nocturno de baile que parece sacado de una película de David Lynch-, y la hija de ella, Cacá (Aline Santana), que está pasando por una complicada transición hacia la adolescencia.
Pero la particularidad de Iremar -y, de alguna manera, de todo el film- es que, en ese medio ambiente rudo y de campo, él se apasiona por la costura de ropa femenina y tiene un interés por la moda, el cuidado de la piel y el perfume. Y no se trata -o al menos no de manera evidente- de un tema de preferencias sexuales. Iremar, de algún modo, es un representante de esta especie de transición social y económica que se vive en la zona, que va pasando de ser campesina a urbanizada y en el que el furor de la industria textil (hay un shopping de moda enorme en las cercanías) se hace sentir en los comportamientos de sus miembros más jóvenes.
La influencia de ese combo entre realismo sucio y cierta sofisticación se mantiene en la estética de la película, que pasa de escenas de cotidianeidad entre los protagonistas (sus peleas, discusiones, bailes, pequeñas aventurillas y accidentes) a otras, si se quiere más líricas, en las que Mascaro vuelve a apostar por cierta elegancia visual para la puesta en escena que ya se manifestó en Vientos de agosto y que bordea por momentos con el preciosismo. Es así que la película pasa de una situación casi de documental sobre la vida en un rodeo con ciertas reminiscencias al cine de la dupla suiza Tizza Covi/Rainer Frimmel (los de La pivellina) a otras escenas casi líricas (y en algunos casos de cuidado erotismo) entre hombres y mujeres, pero también entre hombres y animales.
Así, la fotografía del mexicano Diego García (el mismo DF de la última película de Apichatpong Weerasethakul) fluctúa entre la captura más naturalista de las escenas del trabajo a la elegancia extrañada de ese raro baile de Galega, el mimoso cuidado de los caballos o una larga escena sexual cerca del final de la película. Son todos estos planos de innegable belleza, pero que por momentos llaman demasiado la atención sobre sí mismos. A lo que apuesta, finalmente, Mascaro es a mostrar esas transformaciones sociales desde la misma estética de la película, y aun desde los cuerpos de los protagonistas, enfrentando a los más veteranos como el obeso Zé a los que intentan estar "a la moda" más allá de las circunstancias específicas de su trabajo.
Si bien la película no tiene un eje narrativo claro, el que termina apareciendo como el personaje más interesante es la pequeña Cacá, cuya irritabilidad respecto al comportamiento de los mayores (y viceversa), su fastidio por la ausencia de un padre al que no conoce, su incipiente y confusa sexualidad, la convierten en una observadora crítica del mundo que la rodea y que cambia permanentemente a su alrededor. DIEGO LERER
-Pecore in erba (Italia, 95'), de Alberto Caviglia.
Toda Italia está consternada porque Leonardo Zuliani ha desaparecido. Su familia en el Trastevere, sus colaboradores en distintas agrupaciones políticas y de derechos humanos de Roma hace días que no tienen noticias de él, las masas y los medios están alerta. La televisión elabora un completo y complejo biopic de este personaje que podría no significarnos nada si no fuera el protagonista de este falso documental que dirige sus dardos satíricos contra el antisemitismo fanático.
El Festival de Venecia siempre constituye una ventana del nuevo cine italiano, que en los últimos años aborda temas de candente actualidad como la inmigración, la crisis económica o el fundamentalismo. En la sección Orizzonti programa los títulos más arriesgados, las nuevas tendencias estéticas, el cine que menos se encuadra en las fórmulas convencionales.
En este caso, valiéndose de los habituales recursos del documental de información -entrevistas a especialistas, fotografías y registros fílmicos de archivo, informativos de TV, etc- Alberto Caviglia construye este falso documental que emite la TV sobre la evolución de un racista en la Italia contemporánea, quien desde su tierna (digamos) niñez acosa a la comunidad judía y encabeza las agresiones contra ella.
Leonardo es un ejemplo de una generación desubicada -que encarna en clave estereotipo-, que dibuja comics judeofóbicos desde chico y encuentra después su lugar en grupos fascistas y nazis con quienes comparte su aversión por todo lo hebreo, que fácilmente extiende a todo lo que provenga de Oriente Medio. En el colmo del absurdo, Leonardo deviene un héroe famoso. El film reúne en su falsas entrevistas a numerosas figuras públicas y algunos actores italianos notables, como Omero Antonutti y Margherita Buy.
El falso documental es terreno resbaladizo, mucho más arriesgado que un verdadero documental, porque debe jugar con la falsedad y la creatividad para crear un mundo posible, si bien en muchos casos recurra al escudo de la comicidad (Zuliani evoca obviamente a Zelig, pero está muy lejos de aquél). Claro que la clave grotesca no supone la verosimilitud; por el contrario, el desafío reside en tensar la cuerda hasta el límite, entre la boutade y la realidad.
En Pecore in erba (traducido literalmente como Ovejas en la hierba), ese recurso a la boutade, a la broma grotesca, al trazo grueso constante, que al principio puede resultar hilarante, decae a los pocos minutos ante la reiteración de los gags, ante la obviedad de la caricatura (que Leonardo tenga pesadillas con rostros judíos de nariz ganchuda no resulta una gracia para nadie.) Para colmo, la sátira se torna ambigua, confusa, cuando aborda el conflicto entre israelíes y palestinos. Una lástima, porque la idea de poner en ridículo la xenofobia y los diversos fundamentalismos era por lo menos interesante y valiosa. JOSEFINA SARTORA
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